ELENA
VILLEGAS
| Madrid |
hola.com | 31/01/2024
¿Cómo aprende el cerebro? ¿Cómo optimizar el
crecimiento mental desde la más tierna infancia? El prestigioso investigador
nos da las pautas básicas.
Entender cómo funciona el cerebro de un niño es esencial para ayudarle a
potenciar todas sus capacidades, así como para desarrollar más aquellas en las
que la genética le ha proporcionado una base menos sólida. David Bueno i Torrens, doctor
en Biología, fundador de la cátedra de Neuroeducación en la Universidad de
Barcelona y
referente en este área científica a nivel nacional e internacional, explica de
manera sencilla en su último libro, Educa tu cerebro (Editorial
Grijalbo), cómo hacerlo. Hemos charlado con él
y nos ha detallado la premisa indispensable a seguir en casa con nuestros hijos
para favorecer en ellos un mejor
crecimiento mental desde que son bebés.
¿Cómo influye el ambiente emocional en el que se vive en la
infancia en el cerebro? El ambiente emocional que se vive en la infancia tiene un
papel muy importante en cómo se construye el cerebro y
en cómo esos niños y niñas después van a percibirse a sí mismos y se
van a relacionar con el entorno. Se ha visto,
por ejemplo, que los niños que los primeros años de vida viven en lo que se
llama un ambiente de crianza negativo, con poco o nulo apoyo
emocional e incluso, llevado al extremo, con rechazo y hostilidad, comparado
con los que viven en un ambiente de crianza positiva,
que implica apoyo emocional, no sobreprotector (y me gusta enfatizarlo, no
sobreprotector) con coherencia entre recompensas y amonestaciones de tipo
educativo, esto deja una huella en su cerebro que, después, se nota
especialmente a partir de de la preadolescencia y la adolescencia.
Los que han vivido en un ambiente de crianza negativo son
personas menos creativas, con menos capacidad de aprendizaje, más dificultades
para buscar sus motivaciones, menos facilidad para gestionar la ansiedad y el
estrés y más impulsivos. Y eso se empieza ya a gestar durante esta primera infancia. Por supuesto que después todo puede
cambiar; puede cambiar porque el cerebro sigue siendo plástico e incorpora
aprendizaje y experiencias nuevas, pero ya marca una tendencia posterior.
¿Por qué es importante para el cerebro que los niños
jueguen?
El juego es la forma instintiva que tienen los niños y
también los adultos de adquirir conocimientos nuevos,
así que es importante que los niños jueguen porque es la forma que tienen de
estar en un ambiente razonablemente seguro para explorar, para explorarse a sí
mismos, a su entorno y las relaciones sociales, estableciendo los juegos de
rol, el pilla pilla… es igual, cualquier juego de niños. En este sentido, es
importante destacar también que se ha visto que el juego libre, es decir, no dirigido ni supervisado por un adulto, potencia, posteriormente, la capacidad de gestionar el estrés, de
gestionar la ansiedad, de asumir nuevos retos, valorando de forma reflexiva las
amenazas y los riesgos de estos nuevos retos. El juego libre es simplemente
consiste en que, aunque puede haber adultos más o menos cerca para que no
sufran daño, estos no intervienen directamente en su juego y les dejan jugar a
lo que ellos quieran, incluso les dejan -dentro de unos márgenes de seguridad-
encaramarse a una roca, encaramarse a un árbol… porque eso les enseña qué significa el riesgo, cómo pueden valorar
sus posibilidades ante estas situaciones. Así que este juego libre es absolutamente
crucial para un desarrollo ordenado del cerebro.
¿Qué deberíamos tener en cuenta para ofrecer el mejor
ambiente emocional posible a los niños de cara a favorecer el desarrollo
cerebral?
Lo que deberíamos tener más en cuenta para ofrecer este
mejor ambiente emocional es hacerlo a través de una crianza positiva. Es eso que decía antes de un apoyo emocional no sobreprotector:
no es hacer las cosas que ellos pueden hacer, es dejar que las hagan ellos,
pero que sientan que estamos a su lado, apoyando sus decisiones; es buscar un
equilibrio entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo. Recompensas no
es regalar un pececillo de colores cada vez que hacen algo bien; recompensa es
esa mirada de apoyo, de satisfacción, de confort que les que les damos para que
se sientan a gusto. Y amonestaciones que, cuando hay que hacerlas, pues hay que
hacerlas como una forma de de reconducción de determinadas actitudes, pero
deben ser reconducciones hechas de forma positiva y proactiva.
Quiero decir, una amonestación del tipo “¡qué desastre, no
haces nada bien!”, eso es crianza negativa. Desastre es finalista; ¿quién se sobrepone
de un desastre? La forma de reconducción en positivo sería
algo así como “esto podemos hacerlo mejor”. Cuando te dicen que puedes hacerlo
mejor, tú ya entiendes que no lo has hecho bien, pero “podemos” es primera
persona del plural: tú tienes que hacerlo mejor, pero yo sigo estando a tu
lado, apoyándote. Hacer es propositivo, nos lleva a la acción y, cuando nos
dicen “mejor”, sentimos esa satisfacción y esa recompensa de ver que podemos
seguir avanzando. Este sería el ambiente emocional más
favorecedor para el desarrollo cerebral de los niños.
Señala en el libro que uno de los aspectos más relevantes
para un aprendizaje eficiente es la motivación intrínseca: ¿cómo hacer que
nazca o potenciarla en los niños desde que son pequeños?
La motivación intrínseca forma parte de nuestro bagaje
biológico, desde nuestra primera infancia. Los niños juegan por sí mismos y
exploran el entorno; en cuanto pueden empezar a gatear, empiezan a gatear por
todas partes por simple motivación para descubrir qué hay más allá, para poner
a prueba sus propias habilidades. Lo que es importante es no mutilar esta motivación intrínseca, es mantenerla
viva, dejándoles que decidan algunas cosas. Por ejemplo, no es que tengan que
decidirlo todo, no es que siempre tengamos que hacer lo que ellos quieran que
se haga. No, no es eso, pero sí debemos dejarles espacios de decisión, espacios
de exploración, para que mantengan esta motivación intrínseca que va asociada a
la especie humana desde que somos niños y que, repito, muchas veces el problema
es que la mutilamos. La mutilamos cuando no les dejamos hacer nada, cuando
nosotros les dirigimos, cuando todo el juego es dirigido, cuando no tienen
tiempo durante la semana para hacer nada que no sea ir al cole, estudiar y
hacer cualquier actividad extraescolar, pero sin esta capacidad de buscar qué
es lo que ellos realmente quieren hacer.
Dice también que la educación “debe implicar capacidad de
gestión emocional”; ¿por qué?, ¿cómo influyen las emociones en la educación?
Las emociones permiten aprender con más eficiencia. Podemos aprender sin emociones, sí, pero es mucho menos eficiente.
¿Por qué es importante esta gestión emocional? Porque las emociones no son
todas equivalentes: hay emociones que nos generan sensaciones de bienestar,
como la curiosidad y la confianza, y emociones que nos generan sensaciones de
incomodidad, como el miedo, la ira, el asco. Todas son importantes cuando hacen
falta y todas facilitan los aprendizajes.
¿Qué sucede? Que aprender con miedo o con ira hace
que el cerebro asocie esos aprendizajes a sensaciones incómodas y, después,
puede disminuir el deseo que tenemos de continuar aprendiendo porque nos
sentimos incómodos. Así que lo importante de la gestión emocional es darnos cuenta para que podamos sesgarnos a nosotros mismos hacia
esta curiosidad, hacia esa confianza, que son los estados emocionales que
permiten mejores aprendizajes a medio y a largo término, porque mantenemos esta
motivación para continuar aprendiendo.
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