viernes, 19 de abril de 2024

La premisa clave para favorecer el desarrollo cerebral del niño, entrevista a David Bueno


ELENA VILLEGAS    |    Madrid    |    hola.com    |    31/01/2024

¿Cómo aprende el cerebro? ¿Cómo optimizar el crecimiento mental desde la más tierna infancia? El prestigioso investigador nos da las pautas básicas.
 
Entender cómo funciona el cerebro de un niño es esencial para ayudarle a potenciar todas sus capacidades, así como para desarrollar más aquellas en las que la genética le ha proporcionado una base menos sólida. David Bueno i Torrens, doctor en Biología, fundador de la cátedra de Neuroeducación en la Universidad de Barcelona y referente en este área científica a nivel nacional e internacional, explica de manera sencilla en su último libro, Educa tu cerebro (Editorial Grijalbo), cómo hacerlo. Hemos charlado con él y nos ha detallado la premisa indispensable a seguir en casa con nuestros hijos para favorecer en ellos un mejor crecimiento mental desde que son bebés.
 
¿Cómo influye el ambiente emocional en el que se vive en la infancia en el cerebro?
 
El ambiente emocional que se vive en la infancia tiene un papel muy importante en cómo se construye el cerebro y en cómo esos niños y niñas después van a percibirse a sí mismos y se van a relacionar con el entorno. Se ha visto, por ejemplo, que los niños que los primeros años de vida viven en lo que se llama un ambiente de crianza negativo, con poco o nulo apoyo emocional e incluso, llevado al extremo, con rechazo y hostilidad, comparado con los que viven en un ambiente de crianza positiva, que implica apoyo emocional, no sobreprotector (y me gusta enfatizarlo, no sobreprotector) con coherencia entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo, esto deja una huella en su cerebro que, después, se nota especialmente a partir de de la preadolescencia y la adolescencia.
 
Los que han vivido en un ambiente de crianza negativo son personas menos creativas, con menos capacidad de aprendizaje, más dificultades para buscar sus motivaciones, menos facilidad para gestionar la ansiedad y el estrés y más impulsivos. Y eso se empieza ya a gestar durante esta primera infancia. Por supuesto que después todo puede cambiar; puede cambiar porque el cerebro sigue siendo plástico e incorpora aprendizaje y experiencias nuevas, pero ya marca una tendencia posterior.
 
¿Por qué es importante para el cerebro que los niños jueguen?
 
El juego es la forma instintiva que tienen los niños y también los adultos de adquirir conocimientos nuevos, así que es importante que los niños jueguen porque es la forma que tienen de estar en un ambiente razonablemente seguro para explorar, para explorarse a sí mismos, a su entorno y las relaciones sociales, estableciendo los juegos de rol, el pilla pilla… es igual, cualquier juego de niños. En este sentido, es importante destacar también que se ha visto que el juego libre, es decir, no dirigido ni supervisado por un adulto, potencia, posteriormente, la capacidad de gestionar el estrés, de gestionar la ansiedad, de asumir nuevos retos, valorando de forma reflexiva las amenazas y los riesgos de estos nuevos retos. El juego libre es simplemente consiste en que, aunque puede haber adultos más o menos cerca para que no sufran daño, estos no intervienen directamente en su juego y les dejan jugar a lo que ellos quieran, incluso les dejan -dentro de unos márgenes de seguridad- encaramarse a una roca, encaramarse a un árbol… porque eso les enseña qué significa el riesgo, cómo pueden valorar sus posibilidades ante estas situaciones. Así que este juego libre es absolutamente crucial para un desarrollo ordenado del cerebro.
 
¿Qué deberíamos tener en cuenta para ofrecer el mejor ambiente emocional posible a los niños de cara a favorecer el desarrollo cerebral?
 
Lo que deberíamos tener más en cuenta para ofrecer este mejor ambiente emocional es hacerlo a través de una crianza positiva. Es eso que decía antes de un apoyo emocional no sobreprotector: no es hacer las cosas que ellos pueden hacer, es dejar que las hagan ellos, pero que sientan que estamos a su lado, apoyando sus decisiones; es buscar un equilibrio entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo. Recompensas no es regalar un pececillo de colores cada vez que hacen algo bien; recompensa es esa mirada de apoyo, de satisfacción, de confort que les que les damos para que se sientan a gusto. Y amonestaciones que, cuando hay que hacerlas, pues hay que hacerlas como una forma de de reconducción de determinadas actitudes, pero deben ser reconducciones hechas de forma positiva y proactiva.
 
Quiero decir, una amonestación del tipo “¡qué desastre, no haces nada bien!”, eso es crianza negativa. Desastre es finalista; ¿quién se sobrepone de un desastre? La forma de reconducción en positivo sería algo así como “esto podemos hacerlo mejor”. Cuando te dicen que puedes hacerlo mejor, tú ya entiendes que no lo has hecho bien, pero “podemos” es primera persona del plural: tú tienes que hacerlo mejor, pero yo sigo estando a tu lado, apoyándote. Hacer es propositivo, nos lleva a la acción y, cuando nos dicen “mejor”, sentimos esa satisfacción y esa recompensa de ver que podemos seguir avanzando. Este sería el ambiente emocional más favorecedor para el desarrollo cerebral de los niños.
 
Señala en el libro que uno de los aspectos más relevantes para un aprendizaje eficiente es la motivación intrínseca: ¿cómo hacer que nazca o potenciarla en los niños desde que son pequeños?
 
La motivación intrínseca forma parte de nuestro bagaje biológico, desde nuestra primera infancia. Los niños juegan por sí mismos y exploran el entorno; en cuanto pueden empezar a gatear, empiezan a gatear por todas partes por simple motivación para descubrir qué hay más allá, para poner a prueba sus propias habilidades. Lo que es importante es no mutilar esta motivación intrínseca, es mantenerla viva, dejándoles que decidan algunas cosas. Por ejemplo, no es que tengan que decidirlo todo, no es que siempre tengamos que hacer lo que ellos quieran que se haga. No, no es eso, pero sí debemos dejarles espacios de decisión, espacios de exploración, para que mantengan esta motivación intrínseca que va asociada a la especie humana desde que somos niños y que, repito, muchas veces el problema es que la mutilamos. La mutilamos cuando no les dejamos hacer nada, cuando nosotros les dirigimos, cuando todo el juego es dirigido, cuando no tienen tiempo durante la semana para hacer nada que no sea ir al cole, estudiar y hacer cualquier actividad extraescolar, pero sin esta capacidad de buscar qué es lo que ellos realmente quieren hacer.
 
Dice también que la educación “debe implicar capacidad de gestión emocional”; ¿por qué?, ¿cómo influyen las emociones en la educación?
 
Las emociones permiten aprender con más eficiencia. Podemos aprender sin emociones, sí, pero es mucho menos eficiente. ¿Por qué es importante esta gestión emocional? Porque las emociones no son todas equivalentes: hay emociones que nos generan sensaciones de bienestar, como la curiosidad y la confianza, y emociones que nos generan sensaciones de incomodidad, como el miedo, la ira, el asco. Todas son importantes cuando hacen falta y todas facilitan los aprendizajes.
 
¿Qué sucede? Que aprender con miedo o con ira hace que el cerebro asocie esos aprendizajes a sensaciones incómodas y, después, puede disminuir el deseo que tenemos de continuar aprendiendo porque nos sentimos incómodos. Así que lo importante de la gestión emocional es darnos cuenta para que podamos sesgarnos a nosotros mismos hacia esta curiosidad, hacia esa confianza, que son los estados emocionales que permiten mejores aprendizajes a medio y a largo término, porque mantenemos esta motivación para continuar aprendiendo.
 

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