Cada uno de los desórdenes tiene un
perfil clínico y genético diferenciado
No existe un único tipo de
esquizofrenia. Esta enfermedad mental que afecta a un 1% de la población
mundial responde a ocho trastornos genéticos diferentes, cada uno de ellos
caracterizado por un conjunto de síntomas asociados distintos, como publican
en The American Journal of Psychiatry investigadores
de las universidades de Granada y Washington en Saint Louis (Estados Unidos).
El estudio ha rastreado tanto en los
datos genéticos –las variaciones en una sola letra de la cadena del ADN, los
llamados SNP- como en las manifestaciones clínicas de la enfermedad (delirios,
alucinaciones) de 4.196 pacientes y 3.200 personas sanas como grupo control.
Con
toda esta información se agruparon los pacientes en función de las principales
alteraciones genéticas observadas –registradas en un centenar de genes- y se
compararon con las distintas manifestaciones de la enfermedad. Tras asociar los
perfiles genéticos identificados con las diversas expresiones de la enfermedad,
los investigadores identificaron ocho tipos de esquizofrenia distintas.
En un extremo, explica, Igor Zwir,
investigador de la Universidad de Granada y coautor del artículo, estarían los
pacientes con los llamados síntomas positivos, aquellos que sufren
alucinaciones y delirios, unas personas que responden mejor a la medicación y
suelen tomarla. En el otro extremo estarían aquellos con manifestaciones
negativas (falta de iniciativa, problemas para organizar pensamientos, falta de
conexión entre emociones y pensamientos), personas con más dificultad de
adherencia al tratamiento. “Estos serían los dos extremos, entre estos dos
grupos hay otros seis en los que varían tanto los síntomas como su severidad”,
añade Zwir, cada uno de ellos con sus particularidades genéticas. Hasta un 90%
de los enfermos estudiados en el trabajo encajan en esta clasificación, según
el investigador de la Universidad de Granada.
“Lo que hemos hecho con este trabajo
es identificar la manera en que los genes interactúan unos con otros, de manera
orquestada en el caso de los pacientes sanos, o desorganizada como ocurre en
las formas que conducen a las distintas clases de esquizofrenia”, apunta Zwir.
“En el pasado, los científicos
habían estado buscando asociaciones entre genes individuales y la
esquizofrenia”, apuntan los investigadores, “lo que faltaba era la idea de que
estos genes no actúan de forma independiente, sino que lo hacen en conjunto
para perturbar la estructura y la función del cerebro, dando así lugar a la
enfermedad”.
El hecho de conocer mejor la
enfermedad, sus alteraciones genéticas concretas y sus manifestaciones clínicas
asociadas puede servir en el futuro para diseñar mejores tratamientos en función
del tipo de esquizofrenia de cada paciente. En ello confía Zwir. "No se si
llegaremos a una terapia individualizada, pero sí más adaptada a las
características de cada persona", indica.
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