PABLO TUDELA | Aleteia | 22/09/2020
Seguro que conoces a alguien con
problemas de salud mental. Alguien que sufre más de lo normal. Alguien que no
entiende ni puede afrontar el sufrimiento del día a día. O quizás ese alguien
eres tú.
Pedir
ayuda no es algo fácil. Supone
reconocer que hay un problema, que ese problema afecta a nuestra
vida y, sobre todo, reconocer que “solo no puedo”.
Los psiquiatras no tenemos muy buena
imagen a nivel histórico. Ir al psiquiatra se ha relacionado durante mucho
tiempo con “estar loco”. Pero la realidad nos hace ver cada vez
más, y más aún en estos tiempos de pandemia, que la salud mental es un
aspecto vital que nos afecta a todos.
En la actualidad estamos todos
viviendo una situación estresante, tan excepcional como desconocida. La
resiliencia de cada uno se está poniendo a prueba. Muchas estrategias para
afrontarla están fracasando, como es lógico y previsible. Por eso, seguro que a
tu alrededor estás viendo tambalearse personas que creías inquebrantables.
¿Has pasado por lo mismo?
Ahora bien: ¿cómo le explico yo a
esa persona que creo que le ayudaría consultar a un psiquiatra? Es
un tema delicado. Nos da miedo lo que no entendemos, y suele
resultar difícil empatizar o comprenderse entre sí.
Por eso, si tú has superado
con ayuda de un psiquiatra una situación de sufrimiento similar, ya tienes
más de la mitad del camino hecho. Te resultará más fácil empatizar con
quien intentas ayudar. Ayudar desde la teoría se puede, pero es bastante más
difícil.
Esto no implica necesariamente que
tú cuentes tu experiencia personal. Pero si tú has pasado por ello, la
conversación fluye mejor. Y eso lo percibe el otro, al que le importa mucho la
mirada que tengas sobre él.
Si en cambio no has pasado por una
situación similar, te costará un esfuerzo “extra” ponerte su lugar. Y, en este
punto, muchos que intentan ayudar se rinden.
¿Por qué quieres ayudarle?
A veces vienen a mi consulta
familiares o amigos que indican que su comportamiento es “molesto”. Esta
valoración es percibida por el enfermo, lo que le puede provocar un rechazo por
su parte.
¿Lo ideal? Que aquella persona a la
que aconsejas ir al psiquiatra vea que intentas ayudarle porque te
importa. Porque sufres con ella. Porque la quieres. Porque
quieres de verdad ayudarle y no sabes cómo.
Esto implica que no va a ser
algo que le impongas. Ha de ser una propuesta. Incluso
puedes ofrecerte a acompañarle hasta la puerta de la consulta.
Comentarle que le va a ayudar
desgranar objetivamente las consecuencias de esa depresión, de esa ansiedad, de
ese estado de manía dentro de un trastorno bipolar que está poniendo su vida
patas arriba.
Pero sobre todo le va a ayudar
que le hables desde la calma, desde la paciencia, y desde el aprecio
incondicional. Que le des tiempo y espacio. Que le expliques que, si
necesitara medicación, el psiquiatra le explicará por qué, cómo y
para qué.
Está claro que no podríamos actuar
igual ante un enfermo con una psicopatía grave, con adicciones, riesgo de
suicidio, o agresividad. No me refiero a ese tipo de paciente.
En este primer artículo buscamos
atender a esa persona que, quizás, unos meses después de esa conversación de la
que a lo mejor ya ni te acuerdas, acude al médico y, con más
probabilidad, al contar con su ayuda, salga del agujero resbaladizo
donde está. Y, pasado un tiempo, cuando ya esté recuperada, puede ver
sufrir a otra persona tal y como ella sufría antes. Y, en ese momento, tal vez
pueda ser la ayuda que esa otra persona necesite.
Así,
lograríamos que la ayuda se extienda lo máximo posible, en lugar del miedo, los
prejuicios o el sinsentido.
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