RAÚL CASADO |
Madrid | La Vanguardia |
18/11/2020
(EFE).-
Las pequeñas manías o supersticiones que manifiestan frecuentemente los niños
desaparecen normalmente con el tiempo, pero en algunos casos esos
comportamientos pueden derivar y evolucionar hasta convertirse en trastornos
obsesivos compulsivos en la edad adulta.
Un
equipo de investigadores españoles ha logrado identificar los patrones de
conexión que existen en algunas zonas del cerebro y que estarían asociados a la
aparición de esos síntomas leves en los niños, y que podrían ser utilizados
como biomarcadores para reconocer a aquellos niños que tienen un riesgo de
desarrollar esos trastornos cuando sean mayores.
El
trabajo ha sido realizado por especialistas del Centro de Investigación
Biomédica en Red de Salud Mental (Cibersam) y las conclusiones se han publicado
en la revista Journal of the American Academy of Child and Adolescent
Psychiatry.
El
coordinador del estudio, Carles Soriano-Mas, ha explicado que el motivo
principal de preocupación debe ser cuando las conductas de los niños entorpecen
la vida diaria -porque dificultan los estudios o las relaciones sociales del
niño- o cuando generan sufrimiento -ansiedad, miedos o preocupación-.
En
declaraciones a EFE, Soriano-Mas ha observado que, en ocasiones, ese
sufrimiento entre los niños se produce cuando no pueden realizar esas manías
como pretenden o porque implican pensamientos muy desagradables (del tipo
"si no hago esto un número determinado de veces a mis padres les pasará
algo").
Diferenciar
las manías y las supersticiones "normales" de las que señalan una
predisposición a sufrir un trastorno obsesivo es difícil, según los
investigadores, que han analizado las conexiones neuronales de más de 200 niños
que no habían sido diagnosticados de ningún trastorno obsesivo compulsivo pero
que ya presentaban un amplio abanico de síntomas preclínicos.
En
ese análisis comprobaron que había una relación entre la aparición de síntomas
y algunos cambios que se producían en las conexiones entre la corteza
prefrontal y algunas regiones subcorticales del cerebro, las mismas
precisamente que se ven afectadas por los pacientes adultos que sufren
trastornos obsesivos.
Carles
Soriano-Mas ha explicado que las manías son fácilmente detectables cuando se
trata de conductas "estereotipadas e inflexibles", las que un niño
realiza cada día en situaciones determinadas y es muy difícil convencerle de
que no lo haga; "y si lo intentamos le generará ansiedad o malestar, ya
que asociará el hecho de no poderlo hacer con el temor a consecuencias
desagradables o incluso catastróficas".
Otras
conductas no son tan fáciles de detectar ya que son "rituales" de
tipo mental (contar, sumar números o repetir frases en voz baja), ha observado
Carles Soriano-Mas, del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge
(IDIBELL), del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental.
Las
"manías" más sencillas (las relacionadas con ordenar las cosas de una
determinada manera o tocar las cosas un número determinado de veces) suelen
desaparecer a los 5 o 6 años, aunque pueden también perdurar más tiempo e
incluso durante toda la vida y no llegar nunca a ser problemáticas. El motivo
de alarma, según los investigadores, es cuando entorpecen la vida diaria de una
persona.
Y
la situación a causa de la pandemia no es la mejor para las personas con trastornos
obsesivos, en especial para las personas que tienen obsesiones con la
contaminación y compulsiones de limpieza y desinfección, ha señalado Carles
Soriano-Mas, y ha precisado que miedos y conductas que antes eran
"claramente desproporcionados" ahora pueden estar justificados.
"Los
altos niveles de ansiedad facilitan que desarrollemos preocupaciones -sobre
nuestra salud y la de los demás, o sobre el estado de la economía- que son
difíciles de poner bajo control y que generarán más ansiedad, creando una
especie de circulo vicioso", ha manifestado el investigador.
En
el caso de los niños, el confinamiento ha podido, sin embargo, contribuir en
algunos casos a reducir los niveles de ansiedad al pasar más tiempo en el
entorno "seguro" que para ellos es la casa y evitar entornos que
potencialmente les pueden causar una mayor ansiedad, como la escuela o algunos
grupos de amigos.
Los
trastornos obsesivos compulsivos afectan a entre el 1 y el 3 por ciento de la
población, y suelen producirse dos "picos" de aparición; uno en torno
a los diez años y otro al principio de la edad adulta, en torno a los 20 años,
aunque los casos subclínicos -obsesiones evidentes pero que no interfieren en
la vida diaria ni requieren ningún tratamiento- son muy superiores y afectan al
9 por ciento de la población a los 11 años y entre el 13 y el 28 por ciento de
la población en la edad adulta.
Uno
de los mayores problemas, como ocurre en todos los trastornos de salud mental,
es "el estigma", ha advertido Soriano-Mas, que ha observado que las
personas que los sufren o sus padres siguen mostrando reticencias a acudir a un
profesional, porque piensan que los síntomas desaparecerán solos o que el
propio afectado debe aprender a controlarlos, lo que dificulta el diagnóstico e
impide iniciar el tratamiento más adecuado. EFE
rc/crf
(Recursos
de archivo en www.lafototeca.com cód 12354459 y otros)
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