Autores: María Dosil Santamaría, Naiara
Ozamiz-Etxebarria, Iratxe Redondo Rodríguez, Joana Jaureguizar, Alboniga-Mayor,
Maitane Picaza Gorrotxategi
| Elsevier.es |
2020
Introducción
Ante la
actual pandemia de la COVID-19, el personal sanitario se enfrenta a estresores
laborales muy intensos, tales como jornadas laborales prolongadas, sobrecarga
de trabajo, instrucciones y medidas de seguridad estrictas, necesidad
permanente de concentración y vigilancia, escasez de equipamientos de
protección y reducción del contacto social, además de tener que realizar tareas
para las que muchos no estaban preparados.
En esta
situación de estrés, se pone en riesgo tanto su salud física como la mental,
dando lugar a la posible aparición de síntomas de ansiedad, depresión o
trastornos por estrés postraumático o traumatización vicaria derivada de
la compasión hacia los pacientes que están atendiendo.
En las
investigaciones previas sobre epidemias, ya se han observado reacciones
psicológicas adversas entre los y las trabajadoras sanitarias, por ejemplo,
ante el brote de SARS, del MERS y actualmente ante la COVID-19. Estos
estudios mostraron que dichos trabajadores temían el contagio y la infección de
sus familiares, amistades y colegas, y sentían incertidumbre y estigmatización,
lo que podría derivar en consecuencias psicológicas a largo plazo. Además, tal
como se ha demostrado en el contexto de otras epidemias, el estrés y la
ansiedad entre el personal no solo influyen directamente en su salud, sino que
indirectamente afectan al sistema sanitario al dejar de acudir al trabajo como
consecuencia de ello.
Otro
aspecto que puede estar alterado por la sobrecarga de trabajo es el sueño, que
ha mostrado ser un indicador clave de la salud, ya que además de mejorar la
eficacia y el trato a pacientes, mantiene una función inmunológica óptima para
prevenir las infecciones.
A todo
ello, habría que sumar la compleja relación entre estas variables. Por un lado,
existe evidencia de que el estrés funciona como detonante de los síntomas de
ansiedad y depresión en personal sanitario joven. En el contexto de la pandemia
de la COVID-19, tanto la sobrecarga de trabajo como el miedo a la posible
infección podrían estar generando y aumentando los niveles de estrés. Además,
la incidencia de estos síntomas, por ejemplo, la de la ansiedad, suele ser
mayor en el personal médico femenino que en el masculino.
Actualmente, ante la expansión de la COVID-19 en España, existe preocupación sobre todas estas cuestiones y especialmente acerca del ajuste psicológico y la recuperación del personal sanitario que trata a pacientes con este virus, aunque, por el momento, apenas hay investigaciones al respecto. Teniendo todo esto en cuenta, el objetivo del presente trabajo ha sido evaluar los niveles de estrés, ansiedad, depresión y alteraciones del sueño entre el personal sanitario que trata a pacientes expuestos al virus de la COVID-19 en la comunidad autónoma del País Vasco (CAPV) y Navarra. También se estudian otras variables descriptivas de la muestra que podrían estar relacionadas con estos niveles de sintomatología psicológica.
Material y métodos
Este estudio se realizó con una muestra
total de 421 profesionales sanitarios del Departamento de Salud de la CAPV y
Navarra, todos ellos profesionales en activo en diferentes centros
hospitalarios públicos y privados de dichas comunidades. La muestra se obtuvo
mediante un muestreo no probabilístico por bola de nieve. La edad mínima fue de 18 años y la máxima de
74 años. De estas personas, 338 eran mujeres y 83 eran hombres.
Se diseñó un cuestionario que
contenía datos sociodemográficos (sexo y edad) y preguntas acerca de si vivían
acompañados de alguna persona con enfermedad crónica, si habían tenido contacto
con personas infectadas por el virus de la COVID-19, si tenían miedo al ir a
trabajar y sobre la percepción del cumplimiento de las normas de confinamiento de
la población.
La depresión se evaluó con la versión española de la escala Depression Anxiety and Stress Scale-21. Tiene 4 opciones de respuesta (de 0 = no me ha ocurrido a 3 = me ha ocurrido mucho o la mayor parte del tiempo) que se agrupan en 3 factores: depresión, ansiedad y estrés. Para el estudio, se emplearon los puntos de corte de Portocarrero AN y Jiménez-Genchi, A: sin sintomatología, sintomatología leve, moderada, severa y extremadamente severa.
Por otro lado, se utilizó la escala de insomnio de Atenas (AIS) en su versión española. Se trata de un instrumento diseñado para cuantificar la dificultad del sueño en base en la CIE-10. Se compone de 8 elementos; los 4 primeros se refieren a variables cuantitativas del sueño, incluyendo la inducción del mismo y despertares nocturnos, despertar final y la duración total del sueño. El quinto se refiere a la calidad del sueño, y los 3 últimos hacen referencia al impacto del insomnio sobre el rendimiento durante el día. Los ítems se puntúan de 0 a 3, siendo las puntuaciones más altas las que denotan un sueño más deteriorado. La puntuación total varía de 0 a 24 puntos. En el presente estudio, se utilizó una puntuación AIS total de 6 o más para considerar el insomnio.
El estudio obtuvo la aprobación del Comité de Ética de la UPV/EHU. El contacto se hizo a través del correo electrónico y las respuestas se recogieron mediante un cuestionario online entre los días 1 y 10 de abril del 2020, con previa solicitud del consentimiento para la participación de los sujetos. En el cuestionario se explicaban tanto los objetivos del estudio como el procedimiento a seguir. Los datos se analizaron mediante el programa estadístico IBM SPSS Statistics for Windows, Version 25.0. En primer lugar, se describieron tanto las frecuencias como los porcentajes de las variables sociodemográficas. Posteriormente, se procedió a realizar un análisis multivariado sucesivo de la varianza, con el fin de probar las diferencias entre los niveles de depresión, ansiedad, estrés e insomnio en función de las variables sociodemográficas analizadas.
Resultados
El 46,7% de los participantes indicaron sufrir estrés, el 37% ansiedad, el 27,4% depresión y el 28,9% problemas de sueño. En cuanto a las diferencias por sexo, las mujeres mostraron mayores niveles de ansiedad y estrés. Y por lo que se refiere a la edad, fueron los mayores de 36 años los que mostraron en mayor medida estrés, ansiedad, insomnio y depresión.
En lo referido a los datos recogidos en el
cuestionario ad hoc, el 72,2% de la muestra señaló que no convivía
con una persona con enfermedad crónica. El 71,5% sí había tenido contacto con
personas infectadas por la COVID-19 y el 44,4% indicó que sentía miedo al
contagio. Finalmente, el 88,4% percibía que la población estaba respetando las
normas de confinamiento.
Las
personas que respondieron sentir miedo en su trabajo fueron también las que
mayores niveles de depresión, ansiedad y estrés presentaban, siendo el estrés
la variable dependiente con mayor tamaño del efecto, seguido de la ansiedad y
de la depresión.
Por último, los y las profesionales que perciben que en general la población no está respetando las medidas que se han impuesto respecto al confinamiento, son las que mayores niveles de depresión, ansiedad, estrés, e insomnio presentan, todas ellas con un tamaño del efecto intermedio, excepto el insomnio, que muestra un tamaño pequeño.
Discusión
El impacto de la COVID-19 y sus
implicaciones están suponiendo un reto importante al personal sanitario, que a
menudo se enfrenta a una gran sobrecarga de trabajo, en condiciones
psíquicamente exigentes, y con la sensación de disponer de pocos medios y
apoyos.
Los datos revelaron que un porcentaje alto
de profesionales sanitarios señala sufrir síntomas de ansiedad, estrés,
depresión y trastornos del sueño. Las prevalencias de ansiedad, depresión y
estrés encontrados fueron superiores a los de estudios previos sobre la
COVID-19.
Además, el estudio puso de manifiesto
niveles de ansiedad, depresión, estrés e insomnio superiores en mujeres, siendo
las diferencias estadísticamente significativas para la ansiedad y el estrés,
en la línea de estudios previos. El papel principal de cuidadoras que las
mujeres ejercen en sus hogares (hijos y padres) puede que esté detrás de su
mayor ansiedad y estrés, por el miedo al contagio. No obstante, habría que
contextualizar los resultados, ya que algo más del 80% de la muestra del
presente estudio eran mujeres.
En lo que se refiere a la edad, y
contrariamente a lo hallado en otros estudios, los y las profesionales
sanitarias de mayor edad, revelaron niveles más altos de toda la sintomatología
evaluada. Quizá, a mayor edad es más probable que los participantes cuenten con
familia a su cargo, hijos o padres, lo que aumenta la presión de la
responsabilidad, el miedo a llevar el virus a sus hogares, etc.
Relacionado con lo anterior, se observó
que convivir con una persona con enfermedad crónica aumentaba también los
niveles de ansiedad en las personas participantes, por el miedo al contagio.
Además, el hecho de trabajar con pacientes infectados por la COVID-19 aumentó
los niveles de ansiedad, estrés e insomnio. Y si, además de trabajar con
pacientes con infección por el virus de la COVID-19, convivían con personas con
enfermedad crónica, sus niveles de ansiedad eran aún mayores. Es evidente que
el miedo al contagio está muy presente entre el personal sanitario que
participó en el estudio. El miedo es una respuesta natural frente a la amenaza
y la COVID-19 se está viviendo actualmente como tal, en gran medida, por el
gran vacío de conocimiento que existe sobre la misma, lo que despierta
sentimientos de vulnerabilidad o de pérdida de control, y preocupaciones sobre
la salud personal, la de la familia y sobre el aislamiento.
Actualmente, el confinamiento y la
distancia social (junto con las medidas de higiene) son las principales medidas
de prevención con las que cuenta la población, y un alto porcentaje de los
participantes percibían que la población las estaba respetando. Sin embargo,
aquellas personas que percibían que no era así fueron las que mayores niveles
de depresión, ansiedad, estrés e insomnio señalaron. Si las medidas de
prevención no se cumplen estrictamente, el riesgo al colapso sanitario es
mayor, de ahí que el personal sanitario se preocupe especialmente por la
responsabilidad social de la ciudadanía.
Hasta el momento, no se cuentan con
estudios en España que exploren el impacto psicológico de la pandemia en el
personal sanitario. Esta sería la principal fortaleza del estudio. Las
implicaciones prácticas del mismo son también relevantes. Es necesario reducir
el impacto psicológico del personal sanitario, y para ello, se recomienda
aportar formación sobre la COVID-19, reforzar medidas de seguridad y garantizar
las necesidades básicas del personal, tales como alimento y sueño. Se
recomienda pues proveer de áreas de descanso y facilitar visitas periódicas de
profesionales de la salud mental o asistencia psicológica telefónica. Será
importante sostener estos servicios durante el tiempo, ya que la sobrecarga de
trabajo se mantiene y es preciso evitar y tratar posibles casos de estrés
postraumático causados por esta pandemia.
En cuanto a las limitaciones del estudio,
cabe destacar que la distribución de la muestra (más del 80% mujeres) debe
llevarnos a tomar los resultados de diferencias por sexo con cierta cautela.
Asimismo, la generalización de los resultados está limitada, ya que es una
muestra no probabilística en la que puede haber cierto sesgo de selección: la
participación fue voluntaria, pudiendo haber participado aquellas personas
especialmente impactadas emocionalmente. Futuros estudios deberían ampliar la
muestra, obteniendo una muestra probabilística más equilibrada respecto al sexo
y hacerla extensible a más comunidades autónomas.
Aunque este estudio está fechado más o menos en mayo de 2020, o sea acabando la primera ola, me ha parecido interesante publicarlo porque siguen existiendo personas inconscientes que no respetan las medidas de seguridad, y vemos como cuando en una región bajan los contagios porque se cumplen las normas previstas, al cabo de 1 semana o poco más, vuelven a subir desproporcionadamente los contagios, por relajar la seguridad y no imponer sanciones.
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