RAQUEL QUELART | Barcelona | La
Vanguardia | 22/11/2018
Entrevista: Dr. EDUARDO VIETA
PASCUAL
Con el objetivo
de acabar con ciertos mitos que existen en la sociedad sobre el trastorno
bipolar, el hospital Clínic de Barcelona exhibe hasta el 30 de
noviembre #BipolarNoesBroma. Una iniciativa, impulsada también por la
compañía Lundbeck, para dar a conocer la enfermedad –que se estima que padece
más de un millón de personas en España-, su sintomatología y la dificultad de
diagnóstico.
Además, la muestra quiere contribuir
a sensibilizar sobre la importancia que tiene un diagnóstico temprano en aras
de mejorar la calidad de vida del paciente. De este modo la campaña pretende
poner fin a los estigmas que tiene una enfermedad, cuyo conocimiento ha llegado
al gran público a través de películas como El lado bueno de las cosas, Mr.
Jones (1993), Michael Clayton (2007) y algunas
series, como Homeland.
“Hay muchos bipolares en el cine”,
comenta a La Vanguardia el Dr. Eduard Vieta
Pascual (Barcelona, 1963), que participa en la iniciativa
#BipolarNoesBroma. El psiquiatra es uno de los especialistas de esta patología
más citados a nivel mundial. Además de haber publicado más de 600 artículos, es
actualmente jefe de Psiquiatría y Psicología del Clínic y director del grupo de
Trastorno bipolar del Área de Neurociencias del Instituto de Investigaciones
Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS).
Pregunta.- ¿Por qué decidió tratar e
investigar esta enfermedad? | Respuesta.- Al principio de mi carrera, me
interesé por la conducta humana en general, pero los pacientes con trastorno
bipolar me parecieron fascinantes porque muchos de ellos tienen vidas
espectaculares; el trastorno bipolar es una enfermedad que te lleva a los
extremos tanto de la miseria, la depresión y de pensar en el suicidio como de
la euforia que te hace ser hiperactivo y a hacer cosas que una persona más cuerda
no intentaría.
P.- Y, en cierto modo, esto puede
ser positivo. | R.- Muchas figuras con trastorno bipolar,
como artistas, poetas, escritores, músicos y pintores, han conseguido grandes
cosas, porque el trastorno bipolar, si se une al talento, te lleva a un estilo
de vida muy extremo. Y, seguramente, este es el sentido que tiene que
genéticamente esta enfermedad haya existido desde que somos humanos, ya que de
alguna forma aporta una ventaja evolutiva a la especie. Quizás no para ciertos
individuos que padecen una forma discapacitante de la enfermedad, pero tener
algunos genes bipolares seguramente es algo bueno.
P.- Explíquese. |
R.- De alguna manera, [estos genes] aportan algo de lideraje, riesgo,
iniciativa, necesidad de búsqueda de cosas nuevas. Si uno es una persona con
cambios de estado de ánimo, pero no exagerados, seguramente la enfermedad te
hace más empático y sensible hacia muchas cosas; en cambio, cuando esto se
lleva al extremo, conlleva desadaptación social.
P.- Y la cruz de la patología… |
R.- Quien la padece acaba sin querer hacer sufrir a la familia y a los
que le rodean, aunque muchas veces, especialmente en los casos más graves, le
cuesta ser consciente de que está enfermo y acaba haciendo cosas erróneas. La
enfermedad le lleva a hacer elecciones que no habría escogido, tanto en la fase
depresiva como en la fase maníaca, en la que el paciente llega a desarrollar
conductas inapropiadas, como regalar dinero o desnudarse en público.
P.- ¿Qué complicaciones tiene su
diagnóstico? | R.- Lo que lo dificulta son los cambios de
humor tan frecuentes que experimentan los pacientes y el hecho de que haya
momentos en los que estén bien. Y, además, la enfermedad se confunde con otras
patologías, como la depresión más común –que llamamos unipolar- y con la
adicción a sustancias estupefacientes, ya que hay pacientes que cuando están
acelerados o deprimidos, toman drogas o alcohol.
P.- ¿A qué edad se diagnostica? |
R.- En nuestro país, el retraso respecto al inicio de la enfermedad es de
7 años, mientras que en Estados Unidos es de diez años. La patología acostumbra
a empezar durante la adolescencia, pero la mayoría de la gente es diagnosticada
entre los 20 y 30 años.
P.- ¿Qué estigmas existen aún en la
sociedad acerca de la patología? | R.- El ser bipolar va asociado en el
lenguaje popular a alguien no fiable, inestable, imprevisible, impulsivo o
extraño. Y no es verdad. La mayoría de personas que padecen un trastorno
bipolar no tienen una personalidad concreta. Si en algún momento se comportan
de manera impulsiva, es cuando están mal. Y en la otra cara de la enfermedad,
la depresiva, es justamente lo contrario: se culpan a sí mismos de lo que no
sale bien, necesitan mucha ayuda, pero en cambio se la negamos y los
estigmatizamos.
P.- Es decir, el trastorno no define
a la persona. | R.- Tener un trastorno bipolar es tener una
enfermedad que requiere adoptar ciertas medidas y cuidados: medicación,
psicoterapia y un cierto estilo de vida. El resultado es que mucha gente con
esta patología consigue hacer una vida normal. De hecho, conocidos políticos,
futbolistas, escritores que padecen el trastorno no lo divulgan por miedo a ser
estigmatizados.
P.- ¿Cómo se diagnostica la
enfermedad? | R.- El especialista realiza al paciente una
entrevista psiquiátrica completa y se confirman los criterios que definen la
enfermedad. Cuando la persona está mal, en el cerebro se producen una serie de
cambios que podemos verificar con pruebas complementarias -a través de la
imagen y de estudios genéticos- que solo nos dan un diagnóstico probabilístico.
El trastorno bipolar no es como una neumonía que se ve en una radiografía.
P.- Por lo tanto… |
R.- Lo más específico que al final podemos ver para diagnosticarla son
los cambios del comportamiento asociados a la enfermedad, es decir, lo que te
explica el paciente y personas que convivan con él: es muy importante tener
información de varias fuentes porque muchos pacientes no son conscientes de lo
que les está ocurriendo, no te lo explican todo tal como es.
P.- Un ejemplo de lo que puede
sentir una persona con este trastorno.
| R.- Desde fuera podemos
observar, en la fase depresiva, a una persona que ha cambiado el carácter: se
ha vuelto más introvertida, le van peor los estudios, está más ensimismada.
Cuando le entrevistas, te explica que la vida no vale la pena y que sus
compañeros le han dejado de lado. Podría tratarse de una depresión normal, pero
posteriormente acabamos viendo síntomas del polo opuesto: que la persona está
más activa y habladora de lo habitual, se despierta pronto o se acuesta tarde
chateando hasta las tantas y conociendo gente nueva, una cosa exagerada.
P.-
¿Qué
causa el trastorno bipolar? | R.- Existe una predisposición genética a
sufrir la enfermedad. Muchos de los pacientes tienen antecedentes
familiares de la patología, a veces no etiquetados porque antiguamente no se
diagnosticaba como ahora (…) Esta predisposición genética se traduce en que
estas personas, sobre todo en momentos de cambio importantes como la adolescencia
o cuando se tiene un hijo, se desestabilizan por el estrés.
P.-
Explíquese. | R.- Hay
una serie de sustancias que todos producimos para corregir una situación de
estrés que estos pacientes no pueden regular bien. Una de ellas es la dopamina
–que la cocaína, y, en menor medida, la cafeína estimulan-. Si tu cerebro
fabrica más de la cuenta, la persona se muestra nerviosa e inquieta, como
acelerada; en cambio, si te falta, estás como si te faltasen pilas, no te hace
ilusión nada, te arrastras, incluso hay gente que no puede levantarse de la
cama. Estos cambios en esta sustancia es lo que modifica el comportamiento de
la gente.
P.- ¿En qué consiste la última
investigación en la que su equipo ha participado? |
R.- El trabajo identifica factores que podrían ayudar en el diagnóstico
del trastorno bipolar, combinando datos de neuroimagen y una técnica llamada
machine learning –aprendizaje automático-, en el que el ordenador comparó las
imágenes cerebrales de 3.000 pacientes [853 con la enfermedad y 2.167 sanos]
procedentes de una red de centros de investigación de todo el mundo. Es un
avance importante porque nunca antes se había llegado a un 76% de fiabilidad,
lo cual no es suficiente porque para que se utilice una prueba de este tipo,
tiene que tener una especificidad superior al 90%. Pero cada vez afinamos más
las técnicas para conseguir que con una prueba complementaria se pueda
confirmar el diagnóstico, como se hace en otras áreas de la medicina.
P.- En relación a las imágenes
cerebrales analizadas en el estudio, ¿qué similitudes encontraron entre los
pacientes con trastorno bipolar? | R.- En la imagen estructural se acabó viendo
que las personas que llevan mucho tiempo con este trastorno tienen una cierta
pérdida de sustancia gris y un poco de sustancia blanca, lo que quiere decir
que la exposición a la enfermedad y sus recaídas provocan que el paciente
tenga una cierta pérdida de conectividad, de masa encefálica, y esto
conlleva que a veces sufran un cierto deterioro de sus capacidades cognitivas.
Por eso es tan importante hacer prevención, porque la gente que está enferma
durante muchos años, si no está en tratamiento, puede acabar teniendo esta
merma.
P.- ¿Alguna diferencia más? |
R.- En la resonancia funcional, que se centra en cómo se conectan entre
sí las neuronas, vimos que muchas personas con trastorno bipolar tienen
dificultades para desconectar la red automática –que tenemos todos- y que nos
permite, por ejemplo, conducir al mismo tiempo que escuchamos la radio o
hablamos. Las personas con trastorno bipolar tienen dificultades para
desconectar este piloto automático cuando hacen algo que requiere
concentración. Y lo vemos en pruebas de neuroimagen funcional.
P.- Lo que tiene su relevancia. | R.-
Poder desconectar el piloto es muy importante porque permite adaptarse a muchas
situaciones. Si estás ensimismado, no prestas atención a lo que ocurre a tu
alrededor. Esto es lo que ocurre con muchos pacientes que sufren el trastorno.
Les ocurre incluso cuando se encuentran bien.
P.- ¿En qué consiste el tratamiento? | R.-
Además de otros medicamentos, utilizamos una sustancia natural, el litio –que a
muchos pacientes les va bien-, aunque depende de cada caso. Y, después, el
paciente recibe un apoyo psicológico a través del cual le enseñamos a
autoexaminarse; a darse cuenta de lo que le está ocurriendo, de cuándo viene
una recaída y adoptar un estilo de vida adecuado, y una serie de elementos que
llamamos psicoeducación, un tratamiento establecido en todas las guías clínicas
del mundo y que desarrollamos en el Clínic.
P.- ¿Alguna novedad respecto al
tratamiento farmacológico? | R.- Hemos descubierto medicamentos pero no
sabemos anticipar a qué paciente le irá bien uno u otro; tenemos que ir
probándolos basándonos en la información clínica, que puede ser un poco subjetiva.
Es por ello que nos iría muy bien la farmacogenética. Hace dos años publicamos
un estudio, realizado en el marco de un grupo de investigación internacional,
que supuso un avance importante: reveló que ciertos polimorfismos de un gen podían
predecir si al paciente le iría bien el litio.
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