MARIAN ROJAS ESTAPÉ | 30/08/2017
John, varón de 35 años, estaba trabajando en las Torres
Gemelas el día 11 de septiembre del 2001. Se encontraba en
la “segunda torre”. Bajó las escaleras a la velocidad del rayo, consiguió salir
del edificio y permaneció varias horas entre los escombros. Al darse cuenta de
que había resistido a un ataque terrible, buscó a otros supervivientes entre
las ruinas. Percibió y sintió la muerte dejando cadáveres a sus pies, mientras
gritaba desesperado y buscaba restos de vida. Varios de sus compañeros
fallecieron ese día. Meses después no era capaz de estar a oscuras, tenía
pesadillas recurrentes en las que se levantaba sudando y
chillando y no fue capaz de subirse a un avión hasta muchos años después. Su mente se
bloqueaba con facilidad, y su cuerpo se tensaba con pequeños
sonidos, imágenes o recuerdos de aquel día. John precisó terapia durante años
para superar su angustia, su trauma y
su miedo atroz.
Los psiquiatras y psicólogos para tratar el miedo, no solo acudimos al
punto de partida, sino que precisamos entender la fisiología del cerebro y
estudiar qué mecanismos se han alterado ante los sucesos traumáticos.
Empecemos por el principio: el miedo nos acompaña desde el nacimiento.
La manera en la que gestionamos esa emoción nos define en nuestro desarrollo
como personas. El miedo se puede convertir en nuestro gran enemigo y perturbar
nuestra percepción de la vida. Decía Tito Livio, “el miedo siempre está dispuesto a
ver las cosas peor de lo que son”. El temeroso percibe su entorno
como algo hostil, que le altera y le convierte en un ser vulnerable a todo. Por
tanto, segunda idea clave: no es cuestión de eliminar la emoción miedo, sino
de saber que existe y aprender a gestionarlo de forma correcta.
El miedo es una emoción clave y fundamental en nuestro equilibrio
interior y en nuestra supervivencia. Uno precisa tener
miedo a ciertas cosas para no lanzarse a todo tipo de periplos y aventuras sin
medida. Cualquier ser humano posee temores en su vida; los valientes y los
triunfadores también, pero saben gestionarlo Los grandes desafíos poseen un
componente de incertidumbre: nada grande comienza sin un poco de miedo.
La gestión de las emociones es el gran éxito y la puerta de entrada al
equilibrio personal y al bienestar emocional. Cuando el
miedo realiza un golpe de estado y se vuelve el amo
y señor del comportamiento, nos encontramos ante un problema. En estos casos,
la vulnerabilidad de la persona que lo padece aumenta y cualquier estimulo por
pequeño que sea puede producir una descarga que altera química y
fisiológicamente el organismo. Y ahí surge la ansiedad, el miedo patológico que
bloquea e impide hacer una vida normal.
¿Cómo funciona el cerebro? ¿Qué sucede exactamente?
El centro del miedo se encuentra en la amígdala cerebral,
lugar pequeño pero que posee una gran relevancia en nuestra vida y
comportamiento. La amígdala, según estudios recientes, está activa desde el
final del embarazo. Tiene una gran capacidad para almacenar recuerdos emotivos
y reacciona dependiendo de las emociones que surgen.
Ante el estrés, un susto o una amenaza se
activa el sistema nervioso simpático. El cortisol (hormona
liberada por las glándulas suprarrenales) se segrega, nos pone alerta y nos
prepara para huir, luchar o sobrevivir. El cortisol, y la adrenalina, revolucionan
el organismo, activando el corazón para poder llevar sangre a
la musculatura (para poder salir corriendo) quitándosela, por ejemplo, a la
zona intestinal (en ese momento no necesitamos comer; por eso la angustia bloquea
el apetito).
Si vivimos esa amenaza de forma constante, si
nos sentimos estresados a menudo, si nuestros pensamientos negativos toman el
mando de nuestra vida, el cortisol se cronifica (“intoxicación
por cortisol“) y se va produciendo un deterioro progresivo del
organismo a nivel del tejido óseo (mayor facilidad de fracturas), muscular
(roturas fibrilares o contracturas) y de la piel, acelerándose el
envejecimiento.
Si la angustia sentida es muy potente, se producen cambios a nivel
cognitivo. Un ejemplo claro; la actividad en la corteza
prefrontal (zona encargada de resolver problemas) disminuye, y por tanto nos cuesta ver
con claridad las diferentes opciones. La respuesta que surge
es, con frecuencia, la más primitiva, impulsiva y menos racional.
Siempre me ha impactado que haya personas que paguen dinero por ir al cine
a ver películas de terror. Hace poco leí un artículo sobre
cómo ciertas situaciones de miedo producen placer e incluso pueden reducir la
ansiedad. El gran Alfred Hitchcock– que padecía una
fobia irracional a la policía según cuentan- ha sido uno de los grandes
artífices de este género. Él definía un concepto: el “miedo
controlado“. Esto significa que cuando uno ve una escena de miedo
es consciente de que se encuentra fuera de la pantalla. Por muy terrible,
angustioso y terrorífico que sea el argumento, horas después se encontrará en
la calle tomando algo, en su casa, con su familia o descansando. Su cerebro
actúa durante el miedo o el susto segregando la hormona miedo, el cortisol, pero
al estar “controlado“, su emoción puede pasar del pánico a la risa
hasta con cierta facilidad.
No todo el mundo puede disfrutar del “miedo controlado”. Lo fundamental es
ser consciente de que esa escena no es real. Por eso no se recomienda inducir
miedo a niños como base de la educación, ya que si aquello por lo que se
asustan no es real, pueden acabar convirtiéndose en adultos
miedosos e inseguros.
Termino con unas claves sencillas para gestionar los miedos:
– aprende a reconocer tus miedos. No los anules, ni ocultes; toda emoción
reprimida retorna por la puerta trasera y puede ser el origen de heridas y
sufrimientos físicos y psicológicos;
– no temas en acudir al origen, acude a desenmarañar los principios y
causas de tus inseguridades pero ¡ojo! cuidado con las “terapias imposibles”
que acaban perjudicando más que ayudando,
– el miedo siempre va a existir, aprende a ser optimista y encuentra la
salida al bucle tormentoso de pensamientos que te bloquean.
“Nos convertimos en lo que pensamos. La mente lo es todo. El miedo es
inevitable, el sufrimiento que produce, es opcional. Los temores se curan
aprendiendo a disfrutar de la vida, mirando hacia el futuro con ilusión y
viviendo el presente de forma equilibrada y compasiva”.
Dra. Marian Rojas Estapé. Psiquiatra.
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