martes, 11 de agosto de 2020

Los renglones torcidos del virus: abandonar el arte para combatir la pandemia

BRUNO PARDO PORTO   |   ABC   |   10/05/2020

Los protagonistas de esta historia caminan desde hace mucho con un pie en la creación y el otro en la medicina, aunque el coronavirus les ha obligado a entregarse por entero a los pacientes. Acudimos a ellos para revivir los días más duros de la crisis sanitaria, para recorrer los renglones torcidos del virus.

En los límites de la vida todo se vuelve intenso, cierto, y la realidad se asemeja a la ficción o la supera. Ese diálogo, ese resquicio de belleza en una mirada antes de despedirse, ese buenos días que agita la felicidad, la salvación inesperada, la pérdida, la soledad, la incertidumbre… La cultura lleva siglos alimentándose de esas experiencias extremas, aunque es muy difícil, casi ridículo, ponerse a escribir versos o a bailar al borde del abismo. Solo el tiempo permite que el dolor se transforme en recuerdo, en algo que contar.

Los cuatro protagonistas de esta historia caminan desde hace mucho con un pie en el arte y el otro en la medicina, aunque la pandemia les ha obligado a entregarse por entero a los pacientes. Ahora que el futuro es más incierto que nunca, y que corremos el peligro de olvidar, acudimos a ellos para revivir los días más duros de la crisis, para recorrer los renglones torcidos del virus.

Alberto Arcos es bailarín y actor y técnico de emergencias en el Summa 112, y en Ifema se convirtió en el mensajero de todos los pacientes incomunicados, a los que llevaba las palabras de ánimo y cariño de sus familiares. Durante lo peor de la pandemia no tuvo vida más allá de la cama y las guardias. Dice que no quiere emocionarse porque sinó no pararía de llorar, pero la voz se le enciende al recordar. 

Aitor Francos es poeta y psiquiatra, y estuvo destinado en el hotel medicalizado Miguel Ángel, de Madrid, hasta hace unos días. Allí no podía verle la cara a sus pacientes, pero los ayudaba desde el otro lado del teléfono. Sobre todo trataba duelos atípicos, de personas que no pudieron despedirse de sus fallecidos. Lo vivido le ha cambiado los esquemas mentales, y ahora llama a su madre todos los días, para comprobar que todos siguen bien. Dice que no tiene la cabeza para escribir, pero ha escrito esto, entre otras cosas: «También a la tierra del dolor / hay que darle la vuelta como a los calcetines». 

Álex Prada es reumatólogo y escritor, y publicó a principios de marzo su primera novela, «Comida y basura» (Seix Barral). Tenía planeado restarle horas al hospital para dedicarlas a la literatura, pero entonces llegó el virus y le trastocó todos sus planes. Echa de menos el campo, y tiene miedo a largo plazo: le aterra imaginar un mundo sin bares como los de antes. 

 Basilio Sánchez ganó en 2018 el premio Loewe de poesía con «He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes» (Visor), y se suponía que ahora tendría que estar escribiendo su nuevo libro, pero como también es jefe del servicio de medicina intensiva del Complejo Hospitalario Universitario de Cáceres ha tenido que aplazarlo. Todos sus esfuerzos creativos han ido dirigidos a conseguir que no faltaran camas en la UCI. El suyo, subraya, ha sido un confinamiento a la inversa: encerrado en el hospital. 

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