CRISTINA ORIOL VAL |
La Vanguardia | 08/11/2020
Cada día mueren
por suicidio diez personas en España y otras muchas lo idean o lo intentan
Jordi estaba casado, tenía 33 años y
un hijo de año y medio, y hace siete murió por suicidio. “Mi hermano era
una persona muy alegre, le gustaba hacer bromas, siempre era el gracioso del
grupo, y es curioso que, alguien que despierta tanta alegría por fuera, estuviera
así de mal por dentro”, se sincera Anna Lara, su hermana. “La pérdida fue
terrible. No nos esperábamos su muerte”.
Tras su marcha, estuvo un
año en proceso de duelo hasta que decidió acudir a la asociación catalana Després
del Suïcidi - Associació de Supervivents (DSAS) para sanar sus heridas compartiendo sus sentimientos con
otras personas que habían perdido a sus seres queridos. “Es una cicatriz que
hay días que hace daño. Pero puedes volver a disfrutar de la vida. Lo más justo es recordarlo por cómo vivió y no
por cómo murió”. Desde hace cinco años, es secretaria de la asociación y
voluntaria en los grupos de apoyo y encuentros individuales con personas que
han pasado por lo mismo.
Este tipo de muerte es
multicausal y depende de muchos factores que en un momento dado convergen. Las
creencias sociales conciben que el suicidio es una elección o un acto de
cobardía, cuando en realidad es un acto de desesperación. “No podía más en
ese momento y no vio otra salida. No concebía dos caminos, para él solo había
uno”.
La asociación colabora
activamente con la Unidad de Prevención del Suicidio del Hospital de Sant
Pau —pionero en España en este ámbito— para grupos de apoyo en los que se
requiera de experiencia profesional. Aina Fernández es la doctora que
lidera esta unidad en el hospital y ayuda a personas con ideas suicidas:
“Al final no trabajamos con el suicidio, trabajamos con la vida”. Esta
psiquiatra, experta en la prevención de esta problemática social, ha hablado
con La Vanguardia para abordar la posible incidencia de
la Covid en el suicidio.
Durante el confinamiento
el número de pacientes bajó debido a que las visitas a urgencias disminuyeron.
“No se podía salir de casa, prácticamente todo estaba cerrado. También se
sumaba el sentimiento de lucha por vencer al virus, la solidaridad entre
iguales y una actitud de alerta frente a la situación”.
Sin embargo, en la
desescalada, la unidad atendió a más personas con tentativas y ayudó
a más supervivientes (es el término para referirse a las personas que han
perdido a sus allegados). La situación actual supone mayor incertidumbre, más
probabilidades de padecer algún trastorno mental como depresión o ansiedad y, en las personas con ideas suicidas, a un mayor riesgo
de suicidio (un 90% de las muertes por suicidio está vinculado a una afectación
mental). Las administraciones de toda España deben remar en una misma dirección
para, al menos, reducir los casos. “No estamos previniendo nada. Aunque es
imposible bajar a 0 las cifras de fallecidos, sí podemos reducirlo un 10% como
recomienda la OMS”.
Anna Lara reclama un plan
a nivel estatal y que las administraciones apoyen la labor de las asociaciones
(no solo a nivel económico, sino colaborativo con redes de psicólogos,
psiquiatras y hospitales). “Soportamos una carga muy grande a las espaldas”.
El teléfono de
la esperanza de Barcelona, que este año ha celebrado su 51º aniversario, ofrece un servicio de
escucha las 24h del día durante todos los días del año para aquellas personas
que lo necesiten. Un equipo de voluntariado, formado y capacitado, ofrece su
tiempo y empatía para escuchar a la persona que está al otro lado de la línea.
Cada semana reciben aproximadamente 2.400 llamadas y solo durante
el estado de alarma recibieron 11.400.
Pilar es una de las
personas que colabora con esta fundación desde hace casi 20 años. Practican la
escucha activa, acompañan, facilitan el desahogo y, sobre todo, no
juzgan. “Nuestro objetivo es atrasar, como mínimo, la tentativa del suicidio, y
vincularla a todos los mecanismos de prevención. En todos estos años he aprendido mucho y he crecido
como persona. He ganado más de lo que he dado”.
El año pasado, recibieron
hasta 120 llamadas de personas con ideas suicidas, lo que supone una llamada
cada 3 días. “La pandemia ha agudizado
los miedos y las angustias. El miedo a la posibilidad de perderlo todo empeora cuando más solo
estás”, explica Esperança Esteve, directora de la Fundación Ayuda y
Esperanza. Y añade: “La situación de soledad es un factor que aumenta las
conductas suicidas”.
La llegada del coronavirus,
el estado de alarma y la desescalada propiciaron la creación de una línea
específica para la prevención del suicidio en la que cualquier
persona puede llamar. La Fundación y el Ayuntamiento de Barcelona han puesto en
marcha este teléfono gratuito que, en tan solo tres meses, ha recibido casi 400
llamadas, de las cuales han participado en seis rescates de personas en
situación de suicidio inminente o en curso, evitando así su muerte. Las
personas que más llaman al teléfono son jóvenes de entre los 18-29 años y
representan un 17% del total.
Esteve cuenta que con la
pandemia creció el malestar entre las personas y comprobaron el
aumento de las conductas suicidas. Este servicio es la primera experiencia
público-privada de toda España y, por ahora, la única. “Nuestra misión, además
de acompañar a la persona, es salvarle la vida. Una persona con tentativa es
incapaz de imaginarse la vida de aquí a tres años. No quiere morir, lo único
que quiere es dejar de sufrir”. La Fundación trabaja con las fuerzas de seguridad
y los servicios de salud en los casos más extremos para rescatar a la persona
antes de que muera por suicidio.
Desde la Unidad de
Prevención del Suicidio del Hospital de Sant Pau hacen hincapié en la
importancia de preguntar a la persona cómo está, si está bien. “Si expresa sus
ideas suicidas no tenemos que mirar hacia otro lado. Es importante escuchar sin
restar importancia y acompañarlo para pedir ayuda”, expone la psiquiatra Aina
Fernández. “Contarlo ya es un alivio”. Se estima que 9 de cada 10 personas
manifiestan claramente su propósito, según Confederación Salud Mental España.
El suicidio en primera
persona - Margarita
Margarita –nombre
ficticio– tiene 40 años y es una mujer vital, trabajadora y de sonrisa
deslumbrante. Su vida dio un giro de 180º cuando le diagnosticaron su primera
enfermedad autoinmune de las muchas que vendrían después. Su salud empezó a
deteriorarse y llegó a pesar apenas 45 kilos, luego la indujeron al coma.
“Sufrí varias recaídas y asimilar que ya no vas a ser la misma y no vas a
volver a tu vida anterior es complicado”, cuenta para este diario. Margarita
tuvo dos tentativas de suicidio en tres años. “No quería volver a pasar por lo
que ya pasé. Tiré la toalla completamente, a pesar de ser una mujer luchadora”.
Ahora, Margarita se
empodera y explica su trayectoria vital en diferentes encuentros con la
esperanza de ayudar a quien se encuentre en una situación similar. “He
aprendido a valorar la vida y a decir que no”, se sincera sin perder la
sonrisa. Su motor de vida es su hijo, al que espera poder contarle todo esto
algún día.
Niobe cuenta; “Sufrí bullying durante mi adolescencia, me
diagnosticaron Trastornos de la Conducta Alimentaria –anorexia, bulimia y
trastorno de apetito desenfrenado– y una profunda depresión que me llevó a
padecer Trastorno Límite de la Personalidad (TLP)”. Este es el relato de Niobe,
una mujer que con 28 años ha experimentado varias enfermedades e intentos de
suicidio. “Piensas que este sufrimiento que has llevado durante ‘X’ tiempo será
permanente por mucho que te esfuerces. Pero todo esto cambia”. Todos estos
episodios le han llevado a ser la persona que es hoy. Niobe es charlatana,
graciosa y sin pelos en la lengua. Por eso, colabora con la asociación catalana
Obertament en un proyecto educativo en el que visita colegios e institutos donde cuenta su experiencia. Su activismo le ha
servido para dejar de sentir pena hacia sí misma y empoderarse.
Desde la experiencia,
Margarita y Niobe hablan de la importancia de
pedir ayuda cuando crees que la mejor solución para ti es morir por suicidio. “Nos
creemos que somos capaces de todo y pensamos que ya pasará”. “No estás solo,
todos pasamos por situaciones difíciles y pedir ayuda y compartir tus
preocupaciones puede salvarnos”.
La persona puede acudir a
un familiar de confianza, amigo, centro de salud, psicólogo/psiquiatra,
asociación, teléfono de la esperanza, teléfono de emergencia, etc. Las crisis
son transitorias y el sufrimiento no será para siempre, hablar de las ideas
suicidas y permanecer acompañado es liberador.
Por otro lado, la familia
te puede ayudar y acompañar, pero es muy importante también la red de apoyo que
representan las asociaciones para conocer gente que ha pasado por lo mismo.
Margarita asegura que te ves reflejada y te das cuenta que lo que has vivido es
más común de lo que creías.
Lo primero es no juzgar a
la persona, con esto solo se añade
un sentimiento de culpa. Nadie elige las emociones ni los pensamientos que
tenemos. Tampoco se debe subestimar a quien manifiesta sus ideas suicidas.
Su objetivo no es llamar la atención, sino acabar con su sufrimiento. Hay que reforzar
la idea de que estos problemas no serán eternos y que tienen solución.
Anna Lara, que perdió a
su hermano, cuenta que habló con una persona que se quería morir y le dijo que
hablase con su familia. “Me dijo que no, que no les quería hacer sufrir. Le
dije que lo peor que podía hacer es morirse: Les harás sufrir más si no estás”.
Sus palabras le removieron profundamente.
La persona que quiere
morir por suicidio suele presentar cambios en las emociones, en los
pensamientos, en los hábitos y en el comportamiento habitual. Cambios drásticos
en el humor, dejar de hacer actividades en las que antes participaba, expresar
sentimientos de desesperanza, rabia e ira, entre otros. Lo más importante es
preguntar a la persona y escucharla para encontrar una solución. “Las señales
siempre las ves después, y no en aquel momento”, confiesa Anna Lara.
“Muchas veces el entorno no te acompaña, no
porque no quiera sino porque no sabe cómo hacerlo”. Como superviviente tras fallecer su hermano,
considera que la sociedad debería romper el temor a la muerte por suicidio y
tratar la pérdida como cualquier otra: acompañando, abrazando, escuchando y
prestar ayuda si la persona lo necesita.
Los tabúes y mitos que giran en torno al suicidio deben romperse para poder avanzar en la prevención del mismo. Los expertos coinciden que el suicidio ha de salir del ámbito privado, ya que cuando hablas de ello estás dando herramientas para que la gente se sincere y se sienta comprendida. Hablar del suicidio no solo no lo fomenta, sino que ayuda a prevenirlo y a salvar vidas.
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