ROCÍO NAVARRO MACÍAS |
La Vanguardia | 03/12/2019
La extensión de la ciudad, la
competitividad o la incertidumbre influyen en los estresores diarios.
Es difícil encontrar a alguien ajeno
al estrés. Nueve de cada diez personas en España lo han sentido
en algún momento de su vida, y cuatro de cada diez de manera frecuente o
continuada. Son datos del estudio Percepción y
hábitos de la población española en torno al estrés , avalado por la Sociedad Española
para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS).
“El estrés puede entenderse como una
sobrecarga para el individuo. Depende tanto de las demandas de
la situación, como de los recursos con los que cuenta cada
persona para afrontarla. Cuánto mayores sean las demandas de las
circunstancias y cuánto menores sean los recursos del individuo, mayor será la
sobrecarga”, explican desde la SEAS.
Factores como la ciudad de
residencia o el tipo de trabajo son determinantes en el impacto que este estímulo
ejerce en la vida diaria, porque de ellos dependen una buena parte de las
circunstancias de nuestra vida y, de estas, las mayores o menores demandas a
que nos vemos sometidos. Así lo demuestra el Mapa del
estrés, elaborado por
los especialistas en perfiles de estrés de Nascia, que indica cómo el peso
del estrés aumenta sobre todo en las grandes ciudades.
Pero ¿cuáles son los
motivos que provocan este hecho? ¿Puede realmente el lugar de residencia o
la profesión disparar los niveles de ansiedad? Esta es la situación que
encontramos ante la denominada epidemia del siglo XXI.
Casi con un sobresaliente
puntúa Madrid en el Mapa del Estrés: 8,1 sobre 10 es el nivel que
soportan quienes viven en la capital española. Le sigue muy de cerca Barcelona,
con un 7,9. “Las ciudades, especialmente si son grandes, comportan estresores
que pueden explicar estos resultados. Para empezar todo va más rápido, y
la gente suele mostrarse más agresiva. También hay más atascos, contaminación,
dificultades de movilidad… Es decir, aumentan todos los condicionantes medio
ambientales” que contribuyen al estrés, explica el doctor en psicología
Guillermo Fouce.
La propia naturaleza de las
metrópolis, sobre todo su extensión, es uno de los principales detonantes de la
ansiedad. “Ocupan espacios geográficos muy amplios que exigen recorrer más
distancia y emplear más tiempo para llegar al centro de trabajo o de estudio.
Esto aumenta la necesidad de madrugar. Además, el uso de vehículos
particulares supone enfrentarse a atascos, lo que eleva la respuesta de
estrés”, explica José Antonio Portellano, profesor en psicología de la
Universidad Complutense.
Todo ello antes de tan siquiera
comenzar la jornada. Una vez en el puesto de trabajo, la situación empeora.
“Otro agente que explica el incremento de los niveles de estrés en las grandes
ciudades es su carácter más competitivo. Generan reacciones de ansiedad en
muchas personas, especialmente en aquellas que emocionalmente son más
vulnerables”, expresa Portellano.
Su colega comparte que el ritmo de
las ciudades es más intenso: “Todo pasa más deprisa, la gente, incluso si no
tiene prisa, va corriendo de un lado a otro, y hay más competencia”.
Además, a ello se suma otro factor:
la soledad no deseada, que se eleva al 34% solo en el grupo entre 20 y 39
años, lo que aumenta la sensación de angustia. “Especialmente en los
últimos tiempos, vivimos rodeados de gente pero impera una sensación de aislamiento”,
expresa Fouce, que alude también al hacinamiento como otro estresor
importante para quienes viven en las grandes ciudades.
Pero
la lista de factores estresantes de las grandes urbes no acaba aquí. Cuestiones
como el exceso de iluminación elevan también la tensión diaria, ya
que hace que disminuya en una hora el tiempo medio dedicado al sueño.
“Dormir seis horas o menos incrementa el riesgo de sufrir alteraciones que
afectan al metabolismo corporal, y también generan mayor riesgo de
ansiedad, nerviosismo y estrés, convirtiéndose en crónico”, continúa
Portellano.
Asimismo, el ruido es otro
de los factores que rompe el equilibrio y que es más acusado en las grandes
ciudades. “La exposición a niveles intensos y continuados produce una
activación excesiva del sistema simpático, alterando la secreción de hormonas y
neurotransmisores, lo que puede dañar distintos sistemas orgánicos (aparato
digestivo, sistema nervioso, respuesta inmunitaria, etcétera). Es decir,
aumenta innecesariamente el nivel de alerta”, comenta el profesor.
Otra fuente determinante del nivel
de estrés al que nos vemos sometidos es el trabajo. De media, pasamos 40 horas
dedicados a la actividad laboral. Vivir este lapso de tiempo dominado por la
angustia puede tener consecuencias, a veces en forma de agotamiento físico y
mental, por lo que conviene estar atentos a los síntomas para
saber si se sufre desgaste laboral.
Existen profesiones que, de alguna
forma, exigen mantener un estado de alerta prácticamente permanente.
En la investigación desarrollada por Nascia se apunta a colectivos como
las fuerzas de seguridad, periodistas, organizadores de eventos y
mandos ejecutivos como quienes están sujetos a una mayor carga de
estrés.
Como comenta Portellano, “el
síndrome del burn-out o trabajador quemado consiste en una
respuesta de agotamiento psicológico que va asociado a elevados niveles de
estrés crónico en personas con alto nivel de responsabilidad, o en
los profesionales de la salud, la educación o los servicios”.
Sin embargo, el experto advierte que
en muchos casos no es la profesión que se ejerce la que produce un
mayor o menor grado de estrés, sino el modo de afrontarla por parte
de cada persona. “Muchas personas anticipan la respuesta de hiperalerta y
sobreactivación emocional antes de que se produzca un evento estresante.
Deberían aprender el sabio consejo del refrán que dice: Si las cosas tienen
arreglo, no te preocupes. Pero si no tienen solución, para qué te vas a
preocupar”, comenta.
El año 2018 cerró con una cifra
media de 3.254.663 autónomos, según datos de la Asociación de Trabajadores
Autónomos, la más alta de los últimos diez años. Este crecimiento de los
empleados autónomos conlleva también un aumento en la probabilidad de padecer
estrés, ya que los empresarios y autoempleados están más expuestos. “Un
autónomo habitualmente vive con un nivel de incertidumbre mayor al de
los trabajadores asalariados. En parte porque tienen menos soportes en forma de
ayudas sociales, seguro de paro, posibilidad de ser sustituidos en caso de
enfermedad, etcétera. Todo esto aumenta el riesgo de manifestar respuestas de
estrés, que puede cronificarse”, expone Portellano.
A esta inseguridad hay que
añadir las labores administrativas y logísticas que se suman al trabajo
propiamente dicho y que implican una sobrecarga de tareas. Tal y como
dice Fouce, los autónomos “tienen que resolver todo ellos mismos: son su
secretaria, su tesorero, los ejecutores, los evaluadores, el encargado del
transporte…”
Aunque parezca que la vida moderna
esté orquestada para desencadenar sí o sí estrés, lo cierto es que se pueden
poner frenos a esta tensión. Aspectos tan básicos como mantener una rutina
de sueño adecuada pueden modular su influencia. “Dormimos para mantener el
metabolismo en condiciones óptimas, y por esa razón ningún adulto debería
dormir menos de 7 horas, ya que la falta de horas de sueño incrementa el riesgo
de presentar estrés crónico”, advierte Portellano.
Asimismo, la conciliación entre la
vida laboral y la personal es necesaria para mantener el equilibrio. En el
trabajo, Portellano recomienda hacer una pausa en mitad de la jornada, y
durante varios minutos combinar ejercicios de respiración, estiramiento muscular
y pensamientos tranquilizadores. Y además de recomendaciones básicas y de
carácter general como realizar actividad física, meditación, yoga o evitar el
consumo de sustancias psicoactivadoras, existen técnicas para cortar con la
sensación de ansiedad al acabar el día.
“Cuando nos vayamos a la cama no
debemos ponernos a negociar con los pensamientos negativos: producen más
intranquilidad y nunca contribuyen a mejorar la situación. Es bueno
sustituirlos por recuerdos divertidos y amables sobre algo que nos ha
sucedido a lo largo del día o en cualquier otro momento. Los pensamientos
positivos no resuelven los problemas, pero sí contribuyen a que disminuyan
nuestros niveles de nerviosismo, ansiedad y estrés”, concluye el profesor.
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