LOIS BALADO TOMÉ
| La Voz de Galicia (La Voz de
la Salud) | 17/09/2023
El responsable
de la unidad de Santiago de Compostela advierte de que es necesario que se
cumplan una serie de requisitos para el diagnóstico, como que el trastorno
interfiera en la vida del paciente
Hasta el año 2021, los psiquiatras infanto-juveniles vivían
una situación similar a la que a día de hoy siguen viviendo algunas
especialidades no reconocidas oficialmente en España. Por ejemplo, pese al
nivel de excelencia y reconocimiento con el que cuentan algunos genetistas —para ejemplo, el
de Ángel Carracedo—, no existe una especialidad como tal. Era lo
que les pasaba a estos especialistas de la psiquiatría hasta el verano de
hace un par de años. No es que no existiesen, porque estar estaban, como
reivindica José Mazaira, jefe del servicio del Complexo
Hospitalario Universitario de Santiago. «Que se creara ahora la especialidad de
psiquiatría infanto-juvenil, no quiere decir que no existiese. Siempre la
hubo, lo que pasa es que era una sección que dependía de psiquiatría». Si tardó
tanto en aparecer fue por cuestiones que dependían más de lo político que de lo
clínico, una batalla sobre a quién debía pertenecer la atribución: si a
pediatría o a psiquiatría. Sea como fuere, ya está aquí. Se hacía necesaria
teniendo en cuenta que muchos trastornos de la esfera psiquiátrica comienzan a
manifestarse en la primera infancia.
—Uno podría pensar que los
problemas psiquiátricos tienen que ver más con el existencialismo del mundo
adulto, ¿cómo se trabaja en psiquiatría con niños?
—Atendiendo a su frecuencia, uno entiende su
importancia. La frecuencia de problemas psíquicos en niños y en adolescentes es
la misma que en el mundo adulto. Alrededor de entre un 10 y un 20 % de los
niños y jóvenes en todo el mundo padecen algún trastorno mental; un porcentaje
que dependerá de lo laxos que sean los criterios. Pero no solo eso, sino que la
gran mayoría de los trastornos psiquiátricos de los adultos comienzan
durante la infancia.
—Hablamos de entre un 10 y un 20 % de
incidencia de problemas psiquiátricos en general, ¿pero son las mismas
patologías? Pensando en una depresión, generalmente, la asociamos al mundo
adulto; a problemas de relaciones, de duelos, sociales o económicos que no
suelen padecer los niños.
—Claro que la prevalencia de los distintos trastornos
varían según la edad. Pero en concreto la depresión existe desde la infancia.
En la adolescencia, la depresión es un trastorno
frecuente que padecen alrededor de un 4 o un 5 % de los jóvenes.
—Lo digo porque tradicionalmente se nos
han repetido frases machaconas como que los niños deben ser felices porque es
«el mejor momento de la vida».
—A mí eso ya me suena muy antiguo. Pero sí, hace
tiempo se pensaba que los niños tenían pocos problemas psíquicos y que estos
problemas desaparecían con el tiempo. Desde esas ideas, toda la investigación
que hay hasta la fecha se empeña en demostrar que ninguna de las dos premisas
son ciertas. Para empezar, los problemas psíquicos de los niños son frecuentes.
Y, además, muchos de ellos no desaparecen, sino que se prolongan a la
adolescencia y a la edad adulta. Por ejemplo, los trastornos psíquicos más
frecuentes en la infancia son los trastornos de conducta, el TDAH y los trastornos de
ansiedad. Pues el trastorno de conducta tiene una muy alta continuidad en la
edad adulta; también tiene bastante continuidad el TDAH. Pero no solo los
problemas externalizados de comportamiento, sino también los trastornos de
ansiedad tienen una alta continuidad. O sea, que ni son poco frecuentes ni
desaparecen con el tiempo. Todo lo contrario.
—¿Cuánto influye el contexto?, ¿hay
familias perfectamente funcionales en las que también se presentan estos
problemas?
—Lo que piensa mayoritariamente la comunidad
científica es que para la grandísima parte de los trastornos psiquiátricos
infantiles no suele haber una única causa, sino que suele haber una combinación
de factores. Algunos que predisponen a la aparición de un trastorno, otros que
los desencadenan y otros que los mantienen. Además de que hay factores
protectores. Pero dentro de esos factores de riesgo para la aparición de
psicopatologías interaccionan entre sí los factores biológicos, incluyendo los
genéticos, y los factores ambientales. ¿Cuánto? Depende del tipo de trastorno.
Por ejemplo, los trastornos de conducta suelen estar más mediados familiar y
socialmente. Sin embargo, los trastornos del espectro autista, el TDAH o el
trastorno bipolar tienen una mayor influencia genética. Pero tanto los factores
genéticos como ambientales interaccionan entre sí y acaban por determinar un mayor
riesgo de presentar un problema.
—La especialidad de Psiquiatría
Infantil se incorporó al catálogo de la Sanidad Pública en el año 2021.
Teniendo en cuenta lo que dice, que muchos trastornos empiezan en la infancia y
luego tienen continuidad, ¿se notará en unos años un descenso de pacientes
adultos?
—Pensar en vaciar las alas de psiquiatría me parece
que es ser demasiado optimista, pero sí mejorar el pronóstico y en algunos
casos favorecer el reestablecimiento de problemas. España ha sido de los
últimos países europeos en crear la especialidad. Creo que los últimos fuimos
Bulgaria, Albania y nosotros. Es una especialidad común en Europa desde hace
mucho tiempo.
—A día de hoy seguimos mirando con
cierto recelo a los psicofármacos, ¿cómo reaccionan unos padres a los que se
les dice que hay que medicar a su hijo?
—Pues mira, el empleo de los psicofármacos en
psiquiatría infantil es un arma terapéutica más. Lo que quiero decir es que no
se utilizan psicofármacos para todos los problemas infantiles. Para algunos
problemas de la infancia, los psicofármacos no son efectivos. Por ejemplo, para
el trastorno de conducta simple, que tiene que ver con condicionantes
ambientales o sociales, este tipo de fármacos no funcionan. Los tratamientos
que hay que hacer aquí son de tipo psicoterapéutico, de control ambiental o
tratamientos familiares. O la anorexia nerviosa, se sabe que no hay ningún
medicamento hasta la fecha que cambie el pronóstico de la enfermedad, el
tratamiento es fundamentalmente psicoterapéutico. En el otro extremo, hay
trastornos que no se resuelven sin el empleo de medicación como el
trastorno bipolar, la esquizofrenia; digamos, los trastornos más graves. No
siempre se utiliza medicación. A la mayor parte de los padres no nos gusta
utilizar fármacos para problemas psíquicos con nuestros hijos. Lo que hacemos
habitualmente, cuando detectamos determinado problema, es
plantear las distintas opciones de tratamiento. Y dentro de estas
posibilidades se recomiendan más unas u otras, por lo que con los propios padres,
incluso con el paciente si este es un poco mayor, decidimos el tratamiento a
utilizar.
—La mayoría de edad sanitaria se fija
en los dieciséis años, ¿utilizan el contrato terapéutico?
—Sí, por lo menos nosotros lo hacemos
regularmente. Ten en cuenta que el tratamiento de los distintos trastornos se
guían, en parte, por la edad y la gravedad. Pensemos en la depresión, ¿qué
tratamiento tiene? En una depresión que es leve nunca está indicado en niños y
jóvenes el tratamiento farmacológico. Nunca si la depresión es leve. Si la
depresión es moderada entran más factores, como la edad del niño. Si el niño es
pequeño, se prefieren inicialmente los enfoques psicoterapéuticos. Pero en
depresiones graves y muy graves con alto riesgo de suicido, lo que se recomienda
es combinar el tratamiento psicológico con el farmacológico. O sea, que no hay
único tratamiento para una cosa, sino que depende de muchas cosas como la
gravedad del problema.
—Veo que tienen muy en cuenta la
psicoterapia. Sin embargo, luego en la población se suele pensar en un
psiquiatra como «algo parecido a un psicólogo, pero que prescribe medicación».
¿Coincide?
—Creo que hay una cierta diferencia con respecto a los
adultos porque los psiquiatras que trabajamos en infanto-juvenil estamos muy
habituados desde hace mucho tiempo en los tratamientos psicoterapéuticos. Hay
una larga tradición en esto. Nosotros hacemos tratamientos familiares,
entrenamiento de padres para trabajar con los trastornos de conducta,
hacemos programas de tratamientos psicológicos. Los hacemos nosotros, los
psiquiatras, junto con los psicólogos. Es cierto que el psicólogo no prescribe
medicación y nosotros, en el caso de que un trastorno, por su severidad, lo
aconseje, lo podemos utilizar y lo planteamos con cierta frecuencia a padres y
pacientes.
—¿Diría que están más familiarizados
con la psicoterapia los psiquiatras infanto-juveniles que la psiquiatría
adulta?
—Sí. Sin duda. Estamos más habituados a utilizarla.
—¿Qué tal reaccionan los niños a la
medicación?, ¿hay diferencias con respecto a los adultos?
—Pues muy bien, normalmente, la verdad. Por
ejemplo, los ISRS (Inhibidores
Selectivos de la Recaptación de la Serotonina, comúnmente denominados
antidepresivos), nosotros a veces comentamos que tenemos la
percepción de que es frecuente que los toleren mejor que los adultos. Nosotros
no utilizamos medicaciones en la práctica clínica habitual fuera de casos
extremos que supongan el tener efectos adversos importantes en nuestros
pacientes.
—¿Los niños también padecen depresiones
farmacorresistentes?
—Sí, claro que sí.
—¿Y ante estos casos también se utiliza
terapia electro-convulsiva como con los adultos?
—No. Nosotros desde luego no. Cuando haces una
revisión de toda la literatura, en casi ningún sitio aprueban la utilización de
terapia electro-convulsiva para la depresión en menores de 16 años, aunque
sí hay algunos sitios más especializados donde sí lo hacen. Leí hace no mucho
en un artículo que en Cataluña presentaban una serie de pacientes con
depresiones superresistentes a todo en los que sí se utilizó. Pero nosotros
nunca la hemos utilizado.
—Antes comentaba que el TDAH es uno de
los trastornos más frecuentes en la infancia. Mucha gente lo está descubriendo
ahora y son muchos los que reconocen síntomas en ellos. ¿Puede ser esto así?,
¿personas que pasaban desapercibidas hace años y que no fueron diagnosticadas?
—Hay varias cosas. El TDAH es un trastorno frecuente,
de los más frecuentes. Las estimaciones varían según el tipo de estudios, pero
podemos considerar una prevalencia de alrededor del 3 o 4 % de la población
general. En cada clase, hay algún niño que padece TDAH. Pero por otro lado,
muchos de los síntomas que están presentes en el TDAH son rasgos o
características que pueden estar presentes en personas que no padecen el
trastorno. Por ejemplo, la inquietud y las dificultades de atención son
dos de los síntomas del TDAH. Pero hay personas que son inquietas o desatentas
que no padecen un TDAH. Para padecer un TDAh no solamente tienes que padecer
los síntomas de inquietud, falta de atención o impulsividad, sino que se exigen
varias cosas más. Para empezar, tienen que haber comenzado durante la primera
infancia, ya que se trata de un trastorno del neurodesarrollo. Si tú durante la
primera infancia no tenías ninguno de estos síntomas y te aparecen cuando tienes
30 años no es un TDAH. Será otra cosa, pero no es un TDAH. Además de aparecer
pronto tienen que ser de una intensidad tal que sean claramente desadaptativos
con respecto a la norma de la población general. O sea, no todo niño inquieto y
desatento es un TDAH. La gente que es un TDAH destaca mucho en eso. Y para
poder diagnosticarlo con estos síntomas de los que hablamos, tienen que
producir una dificultad tan grande que interfiera de manera considerable en la
vida de la persona. Si esto no pasa, tampoco puedes diagnosticar un TDAH por
muy desatento que sea. Esto se entiende muy bien si llevamos el ejemplo al
trastorno obsesivo: si yo antes de salir del despacho coloco la libreta en un
ángulo de 90 grados, encima pongo el calendario en un ángulo de 20, los alineo
perfectamente y los pongo a dos centímetros de la mesa antes de irme, es una
manía. Nada más. Pero si yo por hacer todas estas cosas no consigo llegar a
casa a comer o a dormir, eso sí es un trastorno obsesivo-compulsivo. El grado
de repercusión funcional de los síntomas es lo que permite a veces un
diagnóstico o no.
—Lo que marca un diagnóstico es esa
parte desadaptativa, ¿pero no puede haber ciertos grados?, ¿personalidades que
tiendan a esto?
—Sí, pero hacer un diagnóstico exige que haya unos
síntomas, con unas características asociadas y que produzca una interferencia
funcional en forma de malestar o dificultades en tu vida que sean
significativas. Cuando se empezaron a hacer estudios en niños, y como siempre
empezaron los americanos, se gastaron millones de dólares en entrevistar a
casi todos los niños que había en Puerto Rico. Con las entrevistas y en base a
unas escalas, le salió que el 80 o el 85 % de los niños de la isla padecían
algún trastorno mental y se dieron cuenta de que algo fallaba. Esto representa
esa expresión vulgar de la gente que dice «todo el mundo tiene algo». Si a ti
te preguntan si alguna vez has estado triste, si alguna vez te ha dolido algo,
pues casi todo el mundo ha tenido algo, pero eso no justifica hacer un
diagnóstico. A raíz de eso, fue cuando se introdujeron en las clasificaciones
los criterios de impacto.Todo el mundo se pone nervioso alguna vez en su vida,
pero eso no quiere decir que el 100 % de las personas tengan un trastorno de
ansiedad.
—¿Este criterio sobre lo
«desadaptativo» no puede generar complicaciones? Por ejemplo, la anorexia
nerviosa no es desadaptativa hasta que aparece la desnutrición, ¿pero no hay el
día antes de la desnutrición una conducta de anorexia?
—Solo se puede diagnosticar la anorexia cuando ya
aparece la desnutrición. Antes ves unos síntomas, pero fíjate que es una cosa
gradual que cuando se le pregunta a los niños en el instituto, la mayoría de
las adolescentes, más de la mitad, en algún momento hacen dietas. Hacer dieta
es habitual en la adolescencia. Un porcentaje muy importante hacen dietas
crónicas, largas e intensas, pero de esas personas solo un porcentaje más
pequeño desarrollan una anorexia nerviosa. ¿Qué influye ahí? Influyen aspectos
genéticos, de personalidad, de afrontamiento de situaciones. Entonces, ¿las
personas que siguen una dieta y están empezando tienen anorexia? No. Para tener
anorexia tienes que cumplir con unos criterios clínicos que implican una
desnutrición y unos efectos físicos determinados. Mientras no llegas ahí, no
padeces anorexia.
—¿Pero no se vigila a casos
sospechosos?, ¿no existe la posibilidad de ser más proactivo que reactivo?
—Se hace. Muchas veces recibimos en consulta a
adolescentes que tienen dificultades alimenticias menores que valoramos y
seguimos durante una temporada. Así como la anorexia nerviosa plenamente
establecida, con todos los criterios, tiene una prevalencia de alrededor del 1
%, los síndromes parciales, los que tienen algunos síntomas pero no cumplen
todos los criterios, te puedes imaginar que es el 10 % de la población. Es
mucho más frecuente.
—Se supone que, de los noventa a esta
parte, hemos aprendido a aceptar los cuerpos. Sin embargo la prevalencia de la
anorexia crece. ¿Qué pasa?
—Está aumentando la prevalencia. No hemos cambiado ningún
canon, seguimos con lo mismo, las chicas siguen con lo mismo, las modelos
siguen siendo igual, el cuerpo perfecto sigue siendo el mismo y seguimos con el
gimnasio permanente. Yo no creo que haya cambiado. La anorexia es un trastorno
que, respecto a sus causas, a su etiología, lo único que se sabe seguro, es que
no tiene una causa única. Influyen factores genéticos, influye la forma de ser
de cada uno, porque aquellas personas que son tenaces, perseverantes o rígidas,
es más probable que acaben desarrollando una anorexia. Y por supuesto influyen
factores culturales y ambientales, sin ninguna duda.
—¿Qué tal van de manos?
—Hace falta más gente, porque el ritmo de aumento de
consultas a lo largo de los últimos años ha sido increíblemente grande. Ya
antes de la pandemia, en los dos o tres años anteriores, veníamos viendo un
aumento de la demanda de atenciones, pero a raíz de la pandemia se ha
disparado, doblando lo que teníamos antes.
—Peticiones que entiendo vienen
derivadas desde la Atención Primaria, ¿es porque vamos más al médico o porque
estamos peor?
—Vamos más, sí. Antes no era habitual oír a alguien
hablar de que llevara a su hijo al psicólogo o al psiquiatra, se
comentaba con cierta prudencia, con cierta clandestinidad. Hoy vas en el
bus y escuchas a alguien decir que viene con su hijo del psicólogo o del
psiquiatra, eso sí que he observado que ha habido un cambio importante. Tiene
que ver con muchos factores. Por ejemplo, cada vez hay más gente inmigrante que
procede de países donde acudir al psiquiatra es algo de lo más habitual.
También influyen los aspectos culturales.
—Y aparte de lo cultural, ¿cada vez
estamos peor?
—No es fácil establecer conclusiones seguras porque
los estudios de diferentes épocas tienen distintas metodologías, por lo que no es
fácil llegar a conclusiones. Pero parece que lo que está aumentando en personas
jóvenes son los problemas de conducta, los consumos de sustancias, los cuadros
de tipo depresivo y autolesiones y probablemente los trastornos de la
alimentación. No aumenta la ansiedad, la esquizofrenia, el trastorno bipolar o
el TOC, que siguen en niveles similares.
—Pues llama la atención que crezcan los
trastornos que quizás dependan menos de la biología y más de la existencia, si
me permite la expresión.
—Sí, pero el acceso de la gente joven a las sustancias
psicotrópicas también es mucho mayor que antes. Está mucho más difundido.
—Llaman la atención los altos consumos
de sustancias, da la sensación de que los jóvenes cada vez fuman menos.
—Las encuestas de salud que se hacen a nivel nacional hablan de que el consumo de tabaco sigue siendo frecuente entre los adolescentes; el consumo de cannabis es frecuente entre los adolescentes, entre el 25 y el 30 % lo consumen, que son cifras importantes; y el alcohol claro. Por lo tanto no debería haber demasiado triunfalismo.
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