Dra. AZUCENA DIEZ |
Blog Clínica Universidad de Navarra
| 2/10/2019
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“Cuando un adolescente se autolesiona
lo habitual es que su entorno se alarme porque lo identifican con un deseo de muerte”,
explica la Dra. Azucena Díez, psiquiatra de
la Clínica Universidad de Navarra y presidenta
de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría
(AEP).
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“Sin embargo, si se les da la oportunidad, ellos mismos suelen explicar
las diferencias, ya que una autolesión no implica una idea de suicidio”, añade.
Así, estas responden a estados emocionales de ira, desesperación o angustia,
y los gestos suicidas se relacionan con ideas crónicas de desesperanza.
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Los métodos empleados en las autolesiones son menos graves y generalmente
no son peligrosos para la vida. Los más característicos son los cortes
superficiales (horizontales en el antebrazo), morderse, quemarse, o ingerir
fármacos u otras sustancias peligrosas en dosis insuficientes para causar la
muerte. Los jóvenes suelen ser conscientes de que su comportamiento puede
causar lesiones graves pero que no suponen una amenaza para la vida. La autolesión es
un comportamiento muy repetitivo, incluso se le cataloga
como adictivo.
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Su intención no es “llamar la atención”, sino pedir ayuda, porque la
necesitan. En muchos casos las autolesiones buscan aliviar su malestar, por
ejemplo, los adolescentes con trastornos de la conducta alimentaria las
realizan para aliviar su culpabilidad por haber comido, vomitado o estar
causando daño a sus padres. Otras personas, en especial las que han sufrido
traumas, manifiestan sentimientos de vacío existencial
y desean “sentirse vivos, desentumecerse”. Algunos adolescentes que se
autolesionan pueden buscar la deseabilidad social, es decir, “que se hable de
ellos, aunque sea mal”. También pueden querer escapar de situaciones dolorosas,
como intentar que sus padres estén juntos tras una separación o relación
conflictiva.
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¿Cómo podemos prevenir el suicidio?
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El suicidio es la primera causa de muerte externa, es decir, no causada
por una enfermedad, muy por encima de los asesinatos, incluidos los debidos a violencia
machista. Se encuentra entre las primeras diez causas de muerte en adolescentes
y adultos jóvenes en todo el mundo. En España, supone la segunda causa de
muerte en menores de 18 años, después de los accidentes de tráfico. Según el
Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2014 se suicidaron 69 menores
entre 15 y 19 años.
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Las personas que tienen un riesgo mayor de cometer
suicidio son aquellas que padecen enfermedades mentales,
principalmente depresión, aunque también otras, como trastornos de la conducta
alimentaria, psicosis, etc. El consumo de alcohol y otras sustancias también
aumenta el riesgo, porque favorece el paso al acto. Además, el hecho de estar
involucrado en situaciones de violencia (ya sea acoso escolar o bullying,
pareja o familiares) se ha descrito también como un factor de riesgo, así como
las sensaciones de pérdida (duelos, rupturas de pareja, divorcio de los padres)
y diversos entornos culturales y sociales.
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La conducción temeraria, saltar desde lugares peligrosos (grandes alturas,
vías de tren o metro), consumo de drogas con fin de experimentación en dosis o
modos inusuales, etc., son actividades que se realizan como diversión para
buscar el placer que genera el riesgo, pero “pueden esconder intenciones
suicidas encubiertas”, asegura la especialista de la Unidad de Psiquiatría Infantil y
Adolescente de la Clínica Universidad de Navarra.
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¿Los principales signos de alarma? Que la persona
comunique de forma repetida estas ideas, ya sea de forma directa o indirecta,
que planifique el método y lugar, que niegue estas ideas o su plan ante una
sospecha, que lo haya intentado previamente, más si ha sido de forma violenta,
o que la intervención por parte de su entorno sea improbable.
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Desde la perspectiva de los familiares o amigos, cuando exista
una sospecha de que un adolescente pueda estar pensando en el suicidio, aunque
incluso parezca remota, se debe tratar de dialogar con él, sin discutir ni
criticarle, transmitiendo una sensación de ayuda incondicional para intentar
averiguar “sus” motivos. “Además, preguntar por las ideas de suicidio no
aumenta el riesgo, sino que lo reduce”, indica la especialista de la Clínica
Universidad de Navarra. Es importante contar con la opinión y colaboración de
los profesionales del ámbito educativo, como el tutor u orientador escolar y,
según la gravedad de lo relatado, acudir a un profesional de la salud, inicialmente
su pediatra o médico de atención primaria, o a un psiquiatra/psicólogo con
formación y experiencia con adolescentes.
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Así, la misión de las familias y de los profesionales de la salud es que
sustituyan esos comportamientos por otros más adaptativos. “La presencia de
éxito académico, planes de futuro, espiritualidad, apoyo, comunicación familiar
y la sensación de pertenencia a un grupo son los principales factores
protectores”, concluye la doctora.
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