lunes, 26 de junio de 2023

Cómo mejorar la relación con un niño en once consejos ( I )


LOIS BALADO      |     LAVOZDEGALICA.COM     |     25/04/2023

 

Proponemos once pautas para corregir comportamientos tóxicos con los más pequeños y fortalecer nuestro vínculo con ellos

 

Criar a un hijo no es tarea fácil. Se trata de una frase común con la que todos podríamos estar más o menos de acuerdo. Las formas de educar a un niño, las enseñanzas que se consideran o no adecuadas, han ido consolidándose, variando o matizándose a medida que el conocimiento biológico y psicológico sobre la infancia ha ido creciendo. El tsunami de conocimientos ha sido brutal, pudiendo provocar cierta sensación de ahogo; y del ahogo a la justificación como mecanismo de defensa. «Tan difícil no será, se ha hecho toda la vida», escucharán cuando las recomendaciones colmen el vaso.

 

Los niños no son tontos, pero tampoco son adultos, por lo que no deben ser tratados como lo uno ni como lo otro. Con el fin de mejorar la relación con nuestros hijos —y los del resto— y de cuidar de su futuro bienestar emocional, lanzamos esta lista de errores que puedes y debes corregir si el «toda la vida se ha hecho así» no acaba de convencerte. Lo haremos con dos psicólogos expertos en infancia: Jaime Picatoste, psicoterapeuta infantil y Sara Tarrés, también psicóloga especializada en menores y miembro del Grupo de Trabajo en Inteligencia Emocional del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña.

 

0. Punto de partida: acepta que eres un 'analfabeto' emocional

 

Darnos cuenta de que nos estamos equivocando es uno de los grandes pasos para hacer las cosas mejor. Explican los psicólogos que, cuando las cosas se ponen feas, muchos padres y madres llegan a la consulta con una demanda: «Arréglame al niño». A medida que avancemos en estas pautas básicas que todos deberíamos tener claras a la hora de relacionarnos con menores, se darán cuenta que en la gran mayoría de los casos habrá que corregir actitudes nuestras y no tanto de ellos. 

 

«Los adultos tenemos que seguir aprendiendo y, muchas veces, aprendemos acompañando las emociones de nuestros hijos. Cuando lo hacemos, aprendemos cómo gestionar las nuestras. Nos pone frente al espejo haciéndonos ver lo analfabetos emocionales que somos. Como psicóloga, puedo decir que ojalá todo esto que vamos a hablar aquí lo hubiese podido aprender en primero de carrera», explica Sara Tarrés, que también coordina el blog Mamá psicóloga infantil. Dicho esto, empezamos.

 

1. ¿Cómo crees que será tu hijo?, controla tus expectativas 

 

«Se dice que un niño no nace cuando es concebido, antes nace en el mundo de fantasía de ese padre o esa madre», explica Jaime Picatoste. Este punto de partida es básico. Debemos entender que una cosa son las expectativas y otra es la realidad. Y que las primeras no pueden perjudicar a la segunda.

 

Expone Picatoste ciertos razonamientos que todos deberíamos plantearnos: «¿Qué expectativas tengo sobre el hijo que quiero tener y cómo será realmente el hijo que va a aparecer? Este es muchas veces el gran esfuerzo que tiene que hacer el mundo adulto para adaptarse a lo que trae ese niño, a su temperamento. Hay niños más sensibles y niños menos sensibles». Partir desde la idealización, requerirá el esfuerzo de «sacrificar parte de tus expectativas y adaptarte». Ahí empieza todo.

 

Sara Tarrés coincide plenamente. «La realidad nos pone en nuestro lugar; nos viene a recordar que habíamos colocado nuestro ideal demasiado arriba. Y cuanto más arriba esté, más frustración. Aquí vienen las decepciones. Relacionamos la maternidad con sensaciones placenteras, pero cuando las expectativas no se ajustan con la realidad, aparecen las emociones displacenteras. Comienzan las comparaciones: con el ideal, con el hermano, con el vecino. Empezamos a etiquetar, a juzgar y ridiculizar. Le decimos lo torpe que es o que 'mira que es tímido'», explica Tarrés; empezamos a cohibirles en su desarrollo. «No le damos importancia, lo vemos como algo normal que le animará a ser de otra manera, cuando el efecto es totalmente el contrario: lesionamos su autoestima y su autoconcepto», advierte. Decirle a un niño lo “torpe”que es o insistir en ue es “muy tímido” delante de la gente es ridiculizarlo.

 

Por tanto, y lección número uno, no etiquetemos. Los niños son esponjas y esto repercutirá en el largo plazo. ¿Les suena la teoría de la indefensión aprendida, el efecto Pigmalión o la profecía del autocumplimiento? Frases inocentes —pero machaconas— como «es muy buen estudiante», «es muy responsable» o «mira qué bueno es» no hacen otra cosa que inculcar que ese comportamiento se vaya haciendo cada vez más visible en él; para lo bueno y lo malo. «Quizás ese niño o esa niña serían de otra manera, pero ya lo hemos encaminado hacia ahí. Pero lo mismo con el 'bala perdida' o el 'torpe', ¿para qué se va a esforzar si nunca lo va a hacer bien porque es un desastre?»

 

2. «No llores, no te enfades»: dejemos de prohibir los sentimientos

 

Sabemos que no hay emociones buenas ni emociones malas, por la tanto, y esto es algo básico, «no llores» no puede ser una respuesta válida para un niño que está llorando. Los niños lloran, al igual que los perros ladran. Es la vida y a quién no lo entienda o le moleste, le recomendamos el mindfulness.

 

En cualquier caso, vamos a darle un sustento psicológico a por qué es una mala idea pedirle a un niño que deje de llorar. «Al final, estamos prohibiendo una necesidad que puede ser imperante. ¿Te estás parando a pensar qué es lo que está necesitando ese niño con su llanto o rabieta?, ¿o nuestra actitud responde a que 'esto no lo puedo permitir porque me supera'?. Corrientes como la disciplina positiva apuestan porque nosotros nos autorregulemos primero, como adultos que somos; y, a partir de ahí, intentemos regularles a ellos. Pero no intentes que tu hijo cambie algo simplemente porque a ti te molesta», explica el psicólogo. “no intentes que tu hijo cambie algo simplemente porque a ti te molesta”

 

Una vez más, nos encontramos con que es el mundo adulto el que necesita interiorizar un concepto para mejorar la calidad de vida y proteger la salud mental de los más pequeños. Debemos recordar que ellos son niños. 

 

3. «No te soporto cuando haces eso»: no uses la retirada de afecto como castigo 

 

Recuerdan los psicólogos que no hay peor castigo para un niño que la retirada de afecto. ¿Has pensado alguna vez en lo que esconden frases como «cuando haces esto, no te soporto»? Es a lo que los psicólogos llaman 'amor condicionado'. Evítalo.

 

«La mayor angustia para un niño es la separación o el abandono. Si a un niño le das a entender que le puedes dejar de querer por ser de determinada manera, ese niño sacrificará esa manera de ser por no perdernos. Hipotecarán sus emociones por y para ti. Frases como 'cuando haces esto, eres insoportable', hacen mucho daño. El niño va a dejar de ser él mismo por miedo a perder ese amor», explica Picatoste.

 

En el día de mañana, este tipo de frases, según explican los profesionales de la salud mental, podrían derivar en actitudes que nos impidan «conectar con nosotros mismos en aras de querer conectar más con lo que otros necesiten ver de nosotros». A estas alturas, deberíamos ser conscientes de la importancia que tiene conectar con nuestras emociones y necesidades. Es fácil llegar a la conclusión de que será difícil lograrlo si de niño se nos pide negarlas o reprimirlas con chantaje emocional. Además, propiciaremos un clima de desconfianza sobre el que será difícil construir un vínculo seguro que nos permita expresar cualquier tipo de emoción». 

 

4. No, tu hijo no es el mejor del mundo

 

Si bien recordarle a un niño o niña de manera constante que es «lo peor» es una idea nefasta, hacer lo contrario tampoco tiene demasiado sentido. Como ya se ha dicho, los niños son esponjas, cualquier cosa que se les diga la van a hacer suya, asumiéndolo de una manera muy potente en la construcción de su propia identidad. Para lo malo, pero también para lo teóricamente 'bueno'. 

 

«Imaginemos a un niño al que su entorno le asegura de manera constante que es 'lo mejor'. No solo corremos el riesgo de construirle una idea de sí mismo irreal o una personalidad narcisista, el problema es que los niños no son tontos. Si le repetimos constantemente que es el más listo, al final estaremos regalando una incoherencia de la que el niño va a ser consciente. Esos mensajes van a calar, traduciéndose en desconfianza e inseguridad; impidiendo construirse una personalidad real que le haga sentirse seguro de sí mismo. Provocará una necesidad de recibir constantemente halagos o mensajes positivos. En cuanto salga de ese entorno familiar, el niño se dará cuenta de que esa realidad que le hicieron creer que existía, no existe», expone Picatoste. Y añade una reflexión: «Hoy en día, parece haber una necesidad por diferenciarse. Si no destaco, si no soy diferente al resto, no soy nadie. Eso es mentira. Ser parte del rebaño es algo bueno también».

 

5. La dictadura de la felicidad: «No te enfades que estás muy fea»


Sara Tarrés recurre a una frase que muchos podríamos reconocer: «Recuerdo una vez en la que una madre me comentaba cómo le decía a su hija de tres años que tenía que estar feliz, que no podía estar enfadada», rememora. Pues bien, la psicóloga infantil nos recuerda algo que quizás pueda sorprender a algunos: los niños tienen el mismo derecho a estar enfadados que los adultos.

 

«Se presupone que, durante la infancia, los niños deben de ser felices simplemente por el hecho de ser niños. Los niños tienen derecho a estar enfadados», recuerda, asegurando que el enfado es una necesidad fisiológica, un «programa emocional que nos viene instalado de serie». Detalla que la alegría, la tristeza, el miedo y la rabia son cuatro emociones básicas, necesarias para la supervivencia. Y tenemos malas noticias, si no permites que fluyan, acabarán saliendo igual. «Cuando empezamos a prohibir emociones, damos paso a otras que nos parasitan. Las emociones son energía y tienen que salir: si no sale en forma de miedo, saldrá en forma de rabia; y si no puede salir en forma de rabia, saldrá en forma de tristeza. A la larga, muchos problemas de ansiedad que vemos en consulta, sobre todo en mujeres, aparecen en personas a las que no se les ha permitido sentir rabia. ''No te enfades que te pones fea''. Al final, acaba apareciendo la ansiedad, que es una emoción parásita. Igual lo que tenían era rabia, pero no se han atrevido a mostrarla por miedo a perder a las personas a las que quieren», apunta Tarrés. 

 

(Continúa en el siguiente artículo)

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