LOIS BALADO | LAVOZDEGALICA.COM | 25/04/2023
Proponemos once pautas para
corregir comportamientos tóxicos con los más pequeños y fortalecer nuestro
vínculo con ellos
Criar a un hijo
no es tarea fácil. Se trata de una frase común con la que todos podríamos estar
más o menos de acuerdo. Las formas de educar a un niño, las enseñanzas que se
consideran o no adecuadas, han ido consolidándose, variando o matizándose a
medida que el conocimiento biológico y psicológico sobre la infancia ha ido
creciendo. El tsunami de conocimientos ha sido brutal, pudiendo
provocar cierta sensación de ahogo; y del ahogo a la justificación como
mecanismo de defensa. «Tan difícil no será, se ha hecho toda la vida»,
escucharán cuando las recomendaciones colmen el vaso.
Los niños no son tontos,
pero tampoco son adultos, por lo que no deben ser tratados como lo uno ni como
lo otro. Con el fin de mejorar la relación con nuestros hijos —y los
del resto— y de cuidar de su futuro bienestar emocional, lanzamos esta lista
de errores que puedes y debes corregir si el «toda la vida
se ha hecho así» no acaba de convencerte. Lo haremos con dos psicólogos
expertos en infancia: Jaime Picatoste, psicoterapeuta
infantil y Sara Tarrés, también psicóloga especializada en
menores y miembro del Grupo de Trabajo en Inteligencia Emocional del Colegio
Oficial de Psicología de Cataluña.
0. Punto de partida: acepta que eres un 'analfabeto'
emocional
Darnos cuenta de que nos
estamos equivocando es uno de los grandes pasos para hacer las cosas mejor.
Explican los psicólogos que, cuando las cosas se ponen feas, muchos padres y
madres llegan a la consulta con una demanda: «Arréglame al niño». A medida que
avancemos en estas pautas básicas que todos deberíamos tener claras a la hora
de relacionarnos con menores, se darán cuenta que en la gran mayoría de los
casos habrá que corregir actitudes nuestras y no tanto de ellos.
«Los adultos tenemos que
seguir aprendiendo y, muchas veces, aprendemos acompañando las emociones de
nuestros hijos. Cuando lo hacemos, aprendemos cómo gestionar las nuestras.
Nos pone frente al espejo haciéndonos ver lo analfabetos emocionales que
somos. Como psicóloga, puedo decir que ojalá todo esto que vamos a hablar
aquí lo hubiese podido aprender en primero de carrera», explica Sara
Tarrés, que también coordina el blog Mamá psicóloga infantil. Dicho esto, empezamos.
1. ¿Cómo crees que será tu hijo?, controla tus
expectativas
«Se dice que un niño no
nace cuando es concebido, antes nace en el mundo de fantasía de ese padre
o esa madre», explica Jaime Picatoste. Este punto de partida es básico. Debemos
entender que una cosa son las expectativas y otra es la realidad. Y que las
primeras no pueden perjudicar a la segunda.
Expone Picatoste ciertos
razonamientos que todos deberíamos plantearnos: «¿Qué expectativas tengo
sobre el hijo que quiero tener y cómo será realmente el hijo que va a aparecer?
Este es muchas veces el gran esfuerzo que tiene que hacer el mundo adulto para
adaptarse a lo que trae ese niño, a su temperamento. Hay niños más sensibles y
niños menos sensibles». Partir desde la idealización, requerirá el
esfuerzo de «sacrificar parte de tus expectativas y
adaptarte». Ahí empieza todo.
Sara Tarrés coincide
plenamente. «La realidad nos pone en nuestro lugar; nos viene a recordar
que habíamos colocado nuestro ideal demasiado arriba. Y cuanto más arriba esté,
más frustración. Aquí vienen las decepciones. Relacionamos la maternidad con
sensaciones placenteras, pero cuando las expectativas no se ajustan con la
realidad, aparecen las emociones displacenteras. Comienzan las
comparaciones: con el ideal, con el hermano, con el vecino.
Empezamos a etiquetar, a juzgar y ridiculizar. Le
decimos lo torpe que es o que 'mira que es tímido'», explica Tarrés; empezamos
a cohibirles en su desarrollo. «No le damos importancia, lo vemos
como algo normal que le animará a ser de otra manera, cuando el efecto es
totalmente el contrario: lesionamos su autoestima y su autoconcepto»,
advierte. Decirle a un niño lo “torpe”que es o insistir en ue es “muy tímido”
delante de la gente es ridiculizarlo.
Por tanto, y lección
número uno, no etiquetemos. Los niños son esponjas y esto repercutirá
en el largo plazo. ¿Les suena la teoría de la indefensión aprendida, el efecto Pigmalión o la profecía del
autocumplimiento? Frases inocentes —pero machaconas— como «es muy buen
estudiante», «es muy responsable» o «mira qué bueno es» no hacen otra cosa que
inculcar que ese comportamiento se vaya haciendo cada vez más visible en él;
para lo bueno y lo malo. «Quizás ese niño o esa niña serían de otra
manera, pero ya lo hemos encaminado hacia ahí. Pero lo mismo con el 'bala
perdida' o el 'torpe', ¿para qué se va a esforzar si nunca lo va a hacer bien
porque es un desastre?»
2. «No llores, no te enfades»: dejemos de
prohibir los sentimientos
Sabemos que no hay
emociones buenas ni emociones malas, por la tanto, y esto es algo básico, «no
llores» no puede ser una respuesta válida para un niño que está llorando. Los
niños lloran, al igual que los perros ladran. Es la vida y a quién no lo entienda o le
moleste, le recomendamos el mindfulness.
En cualquier caso, vamos
a darle un sustento psicológico a por qué es una mala idea pedirle a un
niño que deje de llorar. «Al final, estamos
prohibiendo una necesidad que puede ser imperante. ¿Te estás parando
a pensar qué es lo que está necesitando ese niño con su llanto o rabieta?,
¿o nuestra actitud responde a que 'esto no lo puedo permitir porque me
supera'?. Corrientes como la disciplina positiva apuestan porque nosotros nos
autorregulemos primero, como adultos que somos; y, a partir de ahí,
intentemos regularles a ellos. Pero no intentes que tu hijo cambie algo
simplemente porque a ti te molesta», explica el psicólogo. “no intentes que tu
hijo cambie algo simplemente porque a ti te molesta”
Una vez más, nos
encontramos con que es el mundo adulto el que necesita interiorizar un concepto
para mejorar la calidad de vida y proteger la salud mental de los más pequeños.
Debemos recordar que ellos son niños.
3. «No te soporto cuando haces eso»: no uses la
retirada de afecto como castigo
Recuerdan los psicólogos
que no hay peor castigo para un niño que la retirada de
afecto. ¿Has pensado alguna vez en lo que esconden frases
como «cuando haces esto, no te soporto»? Es a lo que los psicólogos
llaman 'amor condicionado'. Evítalo.
«La mayor
angustia para un niño es la separación o el abandono. Si a un niño le
das a entender que le puedes dejar de querer por ser de determinada manera, ese
niño sacrificará esa manera de ser por no perdernos. Hipotecarán sus emociones
por y para ti. Frases como 'cuando haces esto, eres insoportable', hacen mucho
daño. El niño va a dejar de ser él mismo por miedo a perder ese amor», explica
Picatoste.
En el día de mañana, este
tipo de frases, según explican los profesionales de la salud mental,
podrían derivar en actitudes que nos impidan «conectar con nosotros mismos en
aras de querer conectar más con lo que otros necesiten ver de nosotros». A
estas alturas, deberíamos ser conscientes de la importancia que tiene
conectar con nuestras emociones y necesidades. Es fácil llegar a la
conclusión de que será difícil lograrlo si de niño se nos pide negarlas o
reprimirlas con chantaje emocional. Además,
propiciaremos un clima de desconfianza sobre el que será difícil construir
un vínculo seguro que nos permita expresar cualquier tipo de
emoción».
4. No, tu hijo no es el mejor del mundo
Si bien recordarle a un
niño o niña de manera constante que es «lo peor» es una idea nefasta,
hacer lo contrario tampoco tiene demasiado sentido. Como ya se ha
dicho, los niños son esponjas, cualquier cosa que se les
diga la van a hacer suya, asumiéndolo de una manera muy potente en la
construcción de su propia identidad. Para lo malo, pero también para lo
teóricamente 'bueno'.
«Imaginemos a un niño al
que su entorno le asegura de manera constante que es 'lo mejor'. No
solo corremos el riesgo de construirle una idea de sí mismo irreal o una
personalidad narcisista, el problema es que los niños no son tontos. Si le
repetimos constantemente que es el más listo, al final estaremos regalando una
incoherencia de la que el niño va a ser consciente. Esos mensajes van a calar,
traduciéndose en desconfianza e inseguridad; impidiendo construirse
una personalidad real que le haga sentirse seguro de sí mismo. Provocará una
necesidad de recibir constantemente halagos o mensajes positivos. En cuanto salga
de ese entorno familiar, el niño se dará cuenta de que esa realidad
que le hicieron creer que existía, no existe», expone Picatoste. Y añade una
reflexión: «Hoy en día, parece haber una necesidad por diferenciarse. Si
no destaco, si no soy diferente al resto, no soy nadie. Eso es mentira. Ser
parte del rebaño es algo bueno también».
5. La dictadura de la felicidad: «No te enfades
que estás muy fea»
Sara Tarrés recurre a una
frase que muchos podríamos reconocer: «Recuerdo una vez en la que una madre me comentaba
cómo le decía a su hija de tres años que tenía que estar feliz, que no podía
estar enfadada», rememora. Pues bien, la psicóloga infantil nos recuerda algo
que quizás pueda sorprender a algunos: los niños tienen el mismo derecho a
estar enfadados que los adultos.
«Se presupone que,
durante la infancia, los niños deben de ser felices simplemente por el hecho de
ser niños. Los niños tienen derecho a estar enfadados», recuerda, asegurando
que el enfado es una necesidad fisiológica, un «programa emocional
que nos viene instalado de serie». Detalla que la alegría, la
tristeza, el miedo y la rabia son cuatro emociones
básicas, necesarias para la supervivencia. Y tenemos malas noticias, si no
permites que fluyan, acabarán saliendo igual. «Cuando empezamos a prohibir
emociones, damos paso a otras que nos parasitan. Las emociones
son energía y tienen que salir: si no sale en forma de miedo, saldrá en forma de
rabia; y si no puede salir en forma de rabia, saldrá en forma de tristeza. A la
larga, muchos problemas de ansiedad que vemos en
consulta, sobre todo en mujeres, aparecen en personas a las que no se les ha
permitido sentir rabia. ''No te enfades que te pones fea''. Al final,
acaba apareciendo la ansiedad, que es una emoción parásita. Igual lo que tenían
era rabia, pero no se han atrevido a mostrarla por miedo a perder a las
personas a las que quieren», apunta Tarrés.
(Continúa en el siguiente
artículo)
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