LOIS BALADO | LAVOZDEGALICA.COM | 25/04/2023
Proponemos once pautas para corregir comportamientos tóxicos con los más pequeños y fortalecer nuestro vínculo con ellos
(Continua del artículo anterior)
6. Ambivalencias y
contradicciones: lo que decimos frente a lo que hacemos
¿Cuántas veces les
decimos a los niños que no griten, gritando? ¿O que no se enfaden,
enfadados? La verdad es que, pensándolo en frío, parece difícil no creer que
nuestra intención no es volverlos locos. «Esas contradicciones en los mensajes
dejan a los niños en tierra de nadie. ¿Por qué tú puedes gritar y yo no?», se
pregunta Jaime Picatoste. De nuevo, debemos volver a la importancia de la autorregulación
en el adulto. Por tanto, debemos entender que la coherencia
en los mensajes es algo esencial a la hora de dirigirnos a
un niño.
7. Dejemos de ridiculizar a los niños: «Dale un
beso a la señora»
A veces pecamos de
ingenuos creyendo que los niños no se enteran de nada. Explica Jaime Picatoste
que es común ver llegar a padres a consulta que, tras haberse separado cuando
el niño o la niña eran muy pequeños, aseguran que el menor «no se enteró».
Aquí, el terapeuta difiere. «Los niños se enteran de cosas. Quizás su manera de
comprender la realidad es muy diferente a la nuestra, no tienen esa capacidad
de lógica o de razón que tenemos los adultos, pero perciben el mundo y las
tensiones emocionales. Son conscientes de lo que pasa a su alrededor. De otra
manera, pero son conscientes», advierte.
Esta tendencia a creer que los niños no se enteran de
nada, acaba por provocar situaciones realmente hirientes, que no
se tolerarían en ningún caso en el mundo adulto, pero que sin
embargo permitimos cuando las víctimas son los niños. Aquí entran también
los sarcasmos y la ironía que a veces se usa, como evidencia Sara
Tarrés: «El clásico, 'ay, mira el listo de mi hijo''. Eso es una forma de
ridiculizarle. Hablamos delante de ellos sobre ellos y sobre lo mal que hacen
las cosas sin darnos cuenta de que eso les está causando un daño».
Los ridiculizamos
constantemente, obligamos a los niños a mantener conversaciones con gente que
nos encontramos por la calle con la que no quieren hablar; les obligamos a
sonreír a gente que no es de su agrado; o los obligamos a besar a personas a
las que no quieren besar. «Ellos no han venido a complacer a terceras personas.
No han venido a cumplir expectativas de nadie. No han venido a cubrir
necesidades no cubiertas de terceros. Si no quieren estar con alguien porque se
sienten incómodos, no quiere decir que sean maleducados. Tenemos que
respetar», concluye Tarrés con énfasis.
8. Cuando unos segundos son clave: dolor y empatía son
incompatibles
Aportemos un poco de
contexto sobre nuestra manera de gestionar conflictos con los más pequeños. A
la mayoría de las personas que son padres en el 2023, se les ha castigado. Esto
ha hecho que hayamos interiorizado el castigo como una respuesta lógica y casi
inmediata; un acto reflejo. Pero debemos hacer un esfuerzo por entender que el
castigo debe tener consecuencias cuanto más naturales,
mejor. El problema es que para dar aportar una consecuencia natural necesitamos
tiempo, y es difícil tomarse un tiempo en una situación de conflicto. Por contra,
lo que solemos hacer es reaccionar y devolver la pelota. Hablando en plata, nos
ponemos a su altura porque nos hierve la sangre.
«Hay veces que no sabemos
qué contestar ante algo que nos dicen y que nos causa malestar, por lo que
acabamos devolviéndoles la pelota. No empatizamos y no lo hacemos
porque en ese momento tenemos dolor. Hay fuego en el cuerpo y la empatía se
diluye. A veces, hay que aprender a tomarse unos segundos antes de responder,
porque la respuesta inmediata suele ser la agresión. Agredimos
sin darnos cuenta de que quien está enfrente es un
niño, que está en un momento todavía muy vulnerable y que no tiene herramientas
todavía para recibir lo que le devolvemos», comenta Tarrés. Sabemos que es
difícil, y que de nuevo la pelota está en tu tejado, en el de la
autorregulación. Pero recuerda, el adulto eres tú. Así que, aprende a tomarte
unos segundos de calma ante el ataque de un niño para no dar una respuesta de
la que te arrepientas de manera inmediata.
9. Decir que ''no'': acompañar en el primer
gran duelo del ser humano
Hay decisiones que los
niños no están capacitados para tomar y es tarea de los padres tomarlas. No
podemos pretender hacerle entender a un niño de dos años cómo funciona la
corriente en un enchufe; al igual que no podemos pretenderle explicar la
importancia de compartir su juguete con otros niños en el parque. «Para un niño
de dos años, que le quiten el juguete es como que le quiten un brazo».
Sencillamente, es demasiado pronto. «Hoy en día, los padres, a sus hijos de
dos años, le están tratando de explicar cada cosa que hace. Hay veces
que no hay que dar tantas explicaciones ni darle
tanto poder al niño. No tienen capacidad cognitiva ni emocional para saber qué
quieren o qué necesitan y forma parte del mundo adulto tomar determinadas
decisiones», aporta Picatoste.
Obviamente, quieres
lo mejor para tus hijos, pero aquí hay un problema de fondo: nos duele
decirles que no; o lo que es lo mismo, nos cuesta poner límites. «Hay padres a
los que les duele en el alma ver frustrarse a sus hijos cuando no tienen lo que
quieren, pero es que eso forma parte de la vida. Es mejor que lo aprendan con
la familia y no que, cuando salten a la vida, se den cuenta de que todo no se
puede. Creo que es el primer gran duelo del ser humano,
darnos cuenta desde muy pequeños de que no somos dioses, que no somos
omnipotentes y que no podemos tener todo cuando queremos y como
queremos. Deben ir aceptando que hay una sociedad, unas normas y que hay
veces que toca posponer nuestros deseos y necesidades. A veces, por
no querer verles sufrir, impedimos a nuestros hijos aprender a frustrarse», explica
el psicólogo intantil.
10. Límites y normas, el elefante en la habitación:
«Son necesarios»
Sin anestesia: los niños
necesitan límites y normas. Y sí, una educación positiva y
basada en el respeto puede convivir con una serie de normas. Vamos a desgranar
un asunto que suele generar mucha confusión dado el miedo de muchos
padres a verse como figuras inflexibles y restrictivas.
A la hora de
entender los límites, Jaime Picatoste explica que muchas veces utiliza la
idea del semáforo (rojo, ámbar o verde) para clasificar las
normas y que, dependiendo del color, podremos tener más o
menos flexibilidad sobre ellas a medida que el niño vaya adquiriendo
herramientas. Sin embargo, aclara que «hay normas que no se van a discutir y
que no responden a que tu padre sea un cabezón o tu madre una pesada,
sino que buscan educar para la vida». Porque, por si no se habían dado cuenta,
la vida está llena de normas.
Y aquí, de nuevo, un
recordatorio para evitar la frustración. Los padres y la madres deben
tener claro que las normas son necesarias y que su misión
será acompañarles en el proceso de frustración que sin duda habrá.
«Vendrán las rabietas y tendremos que acompañarlas. El niño irá integrando esa
norma, pero debemos entender que el cerebro de los niños necesita que las cosas
se repitan muchas veces. No por decirlo otra vez, esta vez gritando, el niño va
a hacer más caso».
Las consecuencias de no
saber acompañar y de tratar de evitar la frustración de recibir un 'no' por
respuesta, las expone Sara Tarrés: «Evitarles ese sufrimiento supone
impedirles adquirir herramientas básicas para la vida. Debemos aprender a
tolerar el malestar. Si no, en lugar de proteger, acabamos desprotegiendo
y generando adultos inseguros, dependientes, con baja autoestima e intolerantes
a la frustración».
11. La autoridad se basa en el respeto, el
autoritarismo en el miedo
A veces no nos damos
cuenta de que frases que utilizamos muy a menudo se cimentan sobre el miedo.
¿En qué se diferencia la autoridad necesaria del autoritarismo? Pongamos un
ejemplo práctico: «Cuando perdemos la paciencia, caemos en decir que algo
se hace así ''porque soy tu madre o tu padre'', estamos utilizando el miedo
como medio», puntualiza Jaime Picatoste Legazpi. Sabemos que hacer entender
algo a un niño puede ser agotador, pero no caigas en este tipo de
fórmulas.
En entender bien esta diferencia se basará que los límites sean asumidos, comprendidos y hasta compartidos. «A causa de esta confusión entre autoridad y autoritarismo, muchos padres tienen miedo a poner límites», expone Tarrés. «Pensamos ''total, la infancia son dos días, que disfruten''. Pues no, necesitan esta contención, saber hasta dónde pueden llegar. No hay nada peor que un niño al que se le deja hacer todo, porque se siente absolutamente perdido. La permisividad provoca esto: niños que no saben ser. La diferencia entre la autoridad y el autoritarismo la intuimos desde la emoción en la que se da. Lo hacemos de una forma positiva cuando viene desde el amor y el respeto; en cambio, en el autoritarismo estamos usando nuestra influencia, nuestra imposición, desde el miedo y la intolerancia a la diferencia que puede tener nuestro hijo con respecto a cómo hacemos las cosas», desarrolla la psicóloga.
«No hay nada peor que un niño al que se le deja hacer todo porque se siente absolutamente perdido»
Debemos entender que
estamos en un momento de tránsito en la educación. Hemos pasado de estilos
educativos muy autoritarios a todo lo contrario, pero a veces cometemos los
mismos errores en el otro extremo del espectro, «quejándonos ante el maestro
porque ha puesto una falta o una sanción a nuestro hijo por contestar mal o
faltar el respeto». Las consecuencias, explica Sara Tarrés, serán
toparnos de la noche a la mañana con niños que acaban desarrollando
actitudes de 'abusón' porque no han sido educados
en identificar qué es y qué no es un agravio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario