Sofía Pérez Mendoza / Ana Ordaz | elDiario.es |
26/12/2021
La avalancha de casos detectada desde diciembre de
2020 ha evidenciado la precariedad del sistema de atención con esperas de hasta
dos meses en algunas comunidades autónomas.
Los psicólogos y psiquiatras infantiles están
alarmados. Los niños, niñas y adolescentes con problemas de salud mental en el
último año se han disparado y no tienen recursos para atenderlos a todos a
tiempo. Las enormes listas de espera –de hasta dos meses para una primera cita
en algunas comunidades– terminan derivando los casos más graves a las urgencias
y algunos especialistas creen que todavía no hemos tocado techo. Las
consecuencias de la pandemia dan la cara con el paso de los meses.
El estallido se localiza a partir de diciembre de
2020, según Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental
del Hospital Gregorio Marañón. “No de población general, sino de segmentos
concretos, entre los que se encuentran las personas de 10 a 20 años, además de
los sanitarios y de los familiares de los fallecidos. Hay nuevos casos y
empeoramiento de los que tenían trastornos mentales previos”, señala el
psiquiatra. Entre los motivos que explican el estallido, “la incertidumbre, el
exceso de noticias, el distanciamiento social, el fin de las rutinas o el uso
desmadrado de pantallas”. “La pandemia ha destruido la salud mental
infantojuvenil”, constata Pedro Javier Rodríguez Hernández, pediatra del
servicio de psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de Candelaria, en Tenerife.
El hospital Gregorio Marañón de Madrid fue uno de los
primeros en dar la voz de alarma este verano al ver
multiplicadas las urgencias pediátricas por motivos psiquiátricos. “El que no tiene dinero para pagarse un psicólogo
privado y un trastorno importante acaba ingresado antes de que le pueda ver el
especialista de forma ambulatoria”, retrata el doctor Arango, que con el
crecimiento de la demanda ha visto saltar por los aires un “déficit
estructural” de recursos que arrastraban ya antes de la pandemia.
No hay todavía datos oficiales sobre el aumento
percibido por los especialistas. Save
the Children se ha aproximado al impacto con una
encuesta propia cuyos resultados publicó hace una semana. Los datos revelan que trastornos como la ansiedad o
la depresión se dan cuatro veces más: afectaban al 1,1% de los niños y niñas de
entre 4 y 14 años en 2019 frente al 4% en 2021. Los problemas de conducta
-entre ellos el déficit de atención o los comportamientos destructivos- se han
multiplicado por tres (2,5% a 6,9%).
A Noelia, el trastorno límite de personalidad de su
hija, que ahora ha cumplido 18 años, le estalló a principios de 2019. “Piensas
que son cosas de niños y cuando pasa lo gordo vuelves la vista atrás y dices:
ay, igual sí comía compulsivamente o se metía en líos en el colegio, pero es
complicado diferenciar lo que es una gilipollez de rebeldía de lo que realmente
es un problema, hasta que te explota”, cuenta en conversación con elDiario.es.
El confinamiento lo pasó con la hija ingresada, que
vio desvanecerse cualquier incentivo cuando se cortaron las visitas de sus
padres en la primera ola. “Laura funcionaba con la idea de que si trabajaba
bien durante la semana nosotros iríamos el sábado o el domingo, comeríamos con
ella, le llevaríamos un libro... Con el confinamiento percibió que no tenía
nada por lo que luchar”, relata Noelia.
El mayor riesgo está en la adolescencia, comparten los
psiquiatras consultados. ¿Por qué? “Tiene que ver con una rotura de los
mecanismos forjadores de la identidad en la población adolescente: la rebeldía,
la necesidad de autonomía con un yo propio en el grupo de colegas, el tener
margen de maniobra y poder negociar aquello que cree que le viene impuesto...
Ahora de repente lo que es un término de grises en el que la adolescencia se
mueve bien es blanco o negro. Te quedas en casa y no es negociable. Da igual lo
bien que te portes o las buenas notas que saques”, explica el doctor Arango.
Esta falta de control, añade, multiplica el “riesgo de desesperanza”.
Los adolescentes se proyectan a cortísimos plazos de
tiempo. Por eso el confinamiento y las restricciones posteriores han tenido un
impacto mayor sobre ellos, según Arango. “Si me deja mi novia, me hundo; y si
saco buena nota, me vengo arriba. No se proyectan en un año o en cinco como
hace el adulto. Con el virus se han sentido muy fastidiados y sin margen de
remedio. Eso va minando la estima, el proyecto vital, produce angustia y entra
en una espiral que acaba produciendo estos trastornos”
Eso también los hace más vulnerables a la
manifestación más extrema de una salud mental rota: el suicidio. La recién
aprobada Estrategia de Salud Mental 2022-2026 del Gobierno –que llevaba
obsoleta ocho años– avisa de que la adolescencia es una etapa de alto riesgo.
“Los datos del INE de los 4 últimos años disponibles, 2017, 2018, 2019 y
2020, muestran que en menores de 15 años se contabilizaron 13, 7, 7 y 14
muertes por suicidio y en el grupo de 15 a 29 años se registraron 273, 268,
309 y 300 suicidios, respectivamente. El año pasado el suicidio fue la segunda
causa de mortalidad entre los jóvenes menores de 20 años, solo por detrás de
los accidentes de tráfico. En el primer semestre de 2020, incluso, llegó a ser
la primera ante la reducción de los accidentes en carretera por efecto del
confinamiento.
Los casos graves en los niños más pequeños se siguen
viendo con poca frecuencia, pero han dejado de ser “algo anecdótico”, cuenta
Pedro Javier Rodríguez. “Estamos viendo ansiedad y depresión en menores de seis
años con más frecuencia que antes. Por ejemplo, un trastorno obsesivo
compulsivo en esta edad por el pensamiento de que se va a morir”.
En todo caso, advierten los psiquiatras, los
trastornos no surgen de un día a otro, sino que van manifestándose de forma más
grave si no se tratan a tiempo por un retraso en la intervención. Ese es uno de
los grandes problemas del sistema. Los problemas más severos, como un intento
de suicidio o un brote psicótico tienen acceso preferencial, pero hace falta
llegar hasta ahí para entrar rápido. La madeja de malestares emocionales que
van agravándose esperan meses a ser atendidos si no recurren, como pasa en la
mayoría de los casos, a la red privada.
La organización Save
the Children ha recopilado las listas de espera medias por
comunidades autónomas con resultados desiguales. La Región de Murcia arrastra
una espera de 79 días para una consulta de psicología. En Madrid se aguarda 61
días y 37 en el caso de psiquiatría infantil. Navarra maneja una demora algo
más de un mes frente a los 15 días de Cantabria.
La espera para la primera cita es inaceptable, según
los especialistas, pero también los intervalos de tiempo para el seguimiento.
“Igual veo a alguien por primera vez y la siguiente visita no se la puedo dar
hasta tres meses después. Entre sesión y sesión se nos ha olvidado”, admite
Celso Arango. Faltan psicólogos y psiquiatras, pero no solo.. También
enfermeras o trabajadores sociales que se involucran en estos procesos.
España tiene 11 psiquiatras por cada 100.000
habitantes, según Eurostat, frente a los 27 de Alemania, los 26 de Noruega o
los 52 de Suiza. En relación al gasto en salud mental sobre la inversión total
en Sanidad, nuestro país se sitúa en el 5% frente al 6% de media de la Unión
Europea. Por encima despuntan Alemania (11%), Suecia (10%) y Reino Unido (10%);
por debajo, Italia (4%) y Estonia (3%) y Bulgaria (1%). El Gobierno ha
prometido inyectar 100 millones de euros en los próximos tres años para un plan
de acción en salud mental y ya se ha creado la especialidad médica de
psiquiatría infantojuvenil en medio de la avalancha de demanda.
Desamparo público
Los psicólogos clínicos que ejercen en la sanidad
pública, sin embargo, son una incógnita hasta para el propio Ministerio de
Sanidad, que admite
en el texto de la recién aprobada Estrategia de Salud Mental que “no dispone de
información actualizada ni completa” de los especialistas y aporta como referencia los titulados, aunque
“no significa que todos ellos estén trabajando en áreas asistenciales”.
El desamparo público no solo se limita a los pacientes
menos graves. Noelia, médica en activo, paga 4.500 euros al mes por la atención
continuada de su hija Laura en un centro psiquiátrico. Asegura que la sanidad
pública no le ofrece una alternativa para su situación y que eso le ha llevado
a endeudarse. “Hasta hace cinco o seis meses hemos tenido ayuda familiar y
trabajado como bestias, ahora no podemos pagarlo. Damos el 50% y para el otro
50% reconocemos la deuda ante notario y cuando podamos...”. Su situación es la
más extrema puesto que Laura requiere de atención y vigilancia todo el día.
Las bajas por cuidado también atraviesan a estas
familias, como en el caso de cualquier otra enfermedad. Un recurso intermedio
son los hospitales de día, donde los adolescentes estudian y hacen terapia.
Pero también requieren largas esperas, según confirman los profesionales.
¿Podemos permitirnos tener a adolescentes en lista de espera de más de un año
para un hospital de día, sin poder ni siquiera ir al colegio o con un padre o
madre que no puede ir a trabajar porque se tiene que quedar en casa con ellos?,
se pregunta Arango, que ha visto varios de estos casos en su consulta.
“Las familias nos sentimos abandonadas. Nos ha costado
mucho tiempo no sentirnos culpables de lo que les pasa a nuestros hijos. Ahora
me siento solo responsable por no haberlo visto venir”, confiesa Noelia. “Te
sientes una mierda también porque nadie te ayuda”, zanja, “pero vamos a ganar
este pulso”.
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