Dr. Enrique Rojas | Blogs alimente.elconfidencial.com | 04/04/2021
Los sentimientos son la forma
habitual de vivir la afectividad. Son su cauce más frecuente. Y su
definición voy a dejarla así: son estados subjetivos, difusos, que
tienen una tonalidad grata o molesta desencadenada por estímulos externos o
internos. Voy a explicarlo de forma descriptiva.
Por
estado subjetivo debemos entender que la experiencia es
interior y que, en consecuencia, es uno mismo el que la percibe desde su intimidad,
el territorio donde desfilan todas las vivencias que cada uno percibe de forma
singular.
Difuso quiere decir que aquello que
percibimos tiene un cierto fondo etéreo, desdibujado, impreciso, poco nítido,
de perfiles borrosos. Una persona que está llena de alegría por algo bueno que
le ha sucedido a menudo dice que no encuentra palabras para expresar lo que
siente.
La tonalidad es
grata o molesta, positiva o negativa. Lo que nos dice es que no existen sentimientos neutros
en sentido estricto. Pensemos en el aburrimiento, que está muy cerca de la
melancolía, o en la indiferencia, que está próxima al rechazo. Un paisaje me
gusta o me desagrada. Una persona que conozco me cae bien o mal, me gusta estar
con ella o prefiero no verla. Todos forman pares antinómicos:
alegría-tristeza, placer-displacer, excitación-tranquilidad,
tensión-relajación, aproximación-rechazo.
Su origen es
complejo, pero puede resumirse en que son desencadenados por impulsos o
incitaciones que vienen de fuera a dentro. Desde el exterior, la gama de
cosas que pueden producirlos es el cuento de nunca acabar (pueden ser estímulos
físicos, psicológicos, sociales, culturales y espirituales, y cada uno de ellos
tiene una enorme riqueza y a la vez están interconectados con los otros).
Pensemos en el enamoramiento: uno se detiene en alguien que
descubre como valioso, entonces se ponen en marcha una serie de factores que
tienen que ver con la presencia externa de esa persona a la que vemos,
escuchamos, contemplamos y nos sumergimos en ella. Todo viene inicialmente
desde el exterior. Por el contrario, la otra posibilidad viene de dentro; uno
se pone triste pensando en hechos pasados o futuros; se torna preocupado
dándole vueltas a la cabeza a un problema personal al que no es fácil encontrar
una solución adecuada. Otras veces los hechos pueden ser mixtos, que se den a
la vez factores de ambas procedencias.
La depresión
Es la enfermedad de la tristeza: en ella se alojan la apatía, la falta de ilusión, la melancolía, la pena, los sentimientos de culpa en relación con el pasado, el hundimiento psicológico. La ansiedad es la enfermedad de las emociones negativas: miedos anticipatorios, temores diversos, inquietud, desasosiego, verse uno envuelto en malos presagios. El trastorno obsesivo es la enfermedad de las manías comprobatorias y de las dudas mentales: estos pacientes se ven atrapados en conductas tontas que no pueden cortar (lavarse las manos muchas veces al día, comprobar luces, puertas y llaves, pensamientos intrusos que invaden).
El catálogo de los sentimientos sirve para clasificarlos, ordenarlos, sistematizarlos, tener claras sus procedencias y sus efectos. Y voy a trazar un listado de ellos, una pincelada que los estructure en pares opuestos: pasajeros y permanentes, superficiales y profundos, simples y complejos, motivados e inmotivados, positivos y negativos, noéticos y patéticos, activos y pasivos, impulsivos y reflexivos, orientativos y cognitivos, fásicos y arrítmicos, con predominio del pasado, del presente y del futuro.
Conocer cómo funcionan nuestros
sentimientos es un modo muy acertado de conocernos mejor a nosotros mismos y
saber explorar lo que nos sucede, sus oscilaciones, vaivenes y momentos
sorprendentes. La inteligencia debe pilotar a los sentimientos,
enseñarles el mejor camino. Y eso no es fácil porque la vida misma hace que nos
apasionemos por algo y perdamos la perspectiva. Hay como una travesía
entre el factor desencadenante, que es lo que los pone en marcha, aquello que
actúa de entrada y que es lo primero que tenemos que reconocer. Después viene
el siguiente paso, que es el cambio
afectivo y que puede ser de tres estirpes (sentimiento,
emoción y pasión) y más tarde llega la manifestación externa, que es
la conducta. Son componentes sucesivos: factor desencadenante – cambio
afectivo – conducta.
Estados afectivos
Las emociones son estados afectivos que se presentan de forma más aguda y súbita, son más fugaces y tienen un correlato somático: taquicardia, sudoración, pellizco gástrico, dificultad respiratoria, opresión precordial, sequedad de boca, temblores en las extremidades superiores…Un malestar recorre el cuerpo de forma rápida e imprecisa que produce una inquietud que tiene muchos matices.
Los ejemplos pueden ser positivos y
negativos, y van desde una gran noticia esperada largamente y que de pronto se
hace realidad, pasando por un estado de ansiedad de gran intensidad o una
reacción de descontrol psicológico. Hay un ejemplo clínico del que
hoy se habla mucho: la crisis de pánico, que es un episodio
recortado en el tiempo y que aparece de pronto como una tormenta de síntomas
físicos acompañados de tres temores espectrales cuyo formato es: temor
a la muerte, temor a la locura y miedo a perder el control. Los tres
forman una trilogía de anticipaciones llenas de adversidad en donde la
incertidumbre crea un malestar difícil de relatar. Las emociones modifican
fuertemente la conducta.
Las pasiones
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