sábado, 9 de agosto de 2025

Salud mental: del ruido a las nueces

Ricardo Fandiño     |      lavozdegalicia.com      |      03/08/2025

En los últimos años, la salud mental se ha instalado en el centro del discurso social. Se habla de ella en medios, campañas institucionales, en las escuelas, en el Parlamento e incluso en la publicidad. Sin embargo, ese reconocimiento simbólico no ha venido acompañado del compromiso institucional que debiera. Nombrar el malestar no basta si las estructuras que deberían acogerlo siguen debilitadas.

Según el Barómetro Sanitario del 2025, el 20,6 % de la población española ha requerido atención sanitaria por problemas de salud mental en el último año. Pero solo un 52 % recibió atención pública; y de ese grupo, un 37,5 % fue atendido exclusivamente por médicos de familia, sin acceso a psicólogos clínicos ni a psiquiatras. El consumo de psicofármacos en España sigue aumentando: uno de cada cinco adultos toma ansiolíticos o antidepresivos de forma regular. En adolescentes, el dato es también preocupante: alrededor del 13,6 % consumen estos fármacos de forma habitual —llegando al 17,6 % en chicas y al 9,7 % en chicos.

En Galicia, un adolescente puede esperar entre tres meses y un año para ser atendido por un profesional en la sanidad pública. Hablamos de una primera consulta, de una escucha que permita poner palabras al malestar y orientar una intervención. Durante ese tiempo puede romperse un vínculo, iniciarse una conducta autolesiva o intensificarse el consumo de psicofármacos. Esperar, en estos casos, es una forma de abandono.

El informe del Consello de Contas es claro: por desigualdad territorial, Ourense y Lugo han multiplicado por tres sus listas de espera. Además alerta del bajo cumplimiento del Plan de Saúde Mental aprobado por la Xunta, con menos contrataciones de las previstas y una ejecución presupuestaria incompleta. La situación, explican, es estructuralmente deficitaria, con una ratio de psicólogos por habitante muy por debajo de lo recomendado. Quienes trabajan dentro del sistema lo viven cada día desde la impotencia.

Pero más allá de los datos está la angustia de los padres por no saber cómo ayudar; el miedo de muchos jóvenes a contar lo que les ocurre; el desgaste de las escuelas que acogen malestares para los que no fueron pensadas y la frustración de profesionales que derivan a servicios saturados. Todo eso también forma parte de las listas de espera.

¿Por qué ha cobrado tanta importancia la salud mental? Quizás porque el malestar ha dejado de ser silencioso. Porque una parte creciente de la población —y muy especialmente los jóvenes— no encuentra sentido, no se siente parte, no consigue un lugar simbólico ni emocional. En una sociedad que prioriza la eficiencia, la exposición constante, el rendimiento y el consumo como promesa de autorrealización, el sufrimiento psíquico aumenta. Y en esa desincronía entre lo exigido y lo posible aparece la desesperanza. Se diluye el horizonte, se borra la posibilidad de imaginar. Cuando no hay relato aparece el síntoma: ansiedad, depresión, autolesiones o conductas adictivas son intentos precarios de sostenerse cuando los vínculos fallan.

Lo más insólito es que las listas de espera ya no son solo un problema del sistema público. En muchas consultas privadas las demoras también alcanzan semanas o meses. La demanda supera la oferta, pero no todo el mundo puede esperar, ni todo el mundo puede pagar. ¿Qué salud mental es posible cuando el derecho a ser atendido depende del dinero o del lugar donde se vive?

Como apuntó el escritor y filósofo británico Mark Fisher, una de las grandes violencias del presente consiste en privatizar el malestar psíquico: convertir el sufrimiento en una cuestión individual desconectada de las condiciones sociales que lo generan. Se patologiza el síntoma, pero no se interroga el sistema. Se recetan calmantes, pero no se transforman los entornos. Así, el dolor se convierte en una carga privada, sostenida a solas por quienes tienen menos recursos para elaborarlo.

Sin duda, necesitamos más psicólogos en el sistema público. Pero también políticas comunitarias, preventivas y cuidadoras que no lleguen tarde. Porque el sufrimiento no espera. Una generación entera no puede seguir pagando con su cuerpo y su mente las facturas de un sistema que no prioriza las políticas de cuidados.

Ricardo Fandiño es doctor y psicólogo clínico. Ejerce como coordinador xeral de ASEIA (Asociación para a Saúde emocional na Infancia e a Adolescencia) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario