MARIAN BENITO | El
País | 03/09/2019
Puede
ocurrir en el metro, en un supermercado, en el teatro, en un concierto, en casa
o en cualquier otro lugar. No hay ninguna amenaza a la vista, pero el corazón
se acelera, la respiración se hace dificultosa y aumenta la sensación de falta
de oxígeno. Súbitamente y sin razón alguna, uno se siente aterrorizado. Es el
inicio de un ataque de ansiedad (o de pánico), un episodio que sufren dos de cada diez
personas por lo menos una vez en su vida. No es fácil distinguir sus síntomas,
pero es importante hacerlo porque ayuda a superarlo.
Son
episodios agobiantes, pero pueden pasarse sin más. Lo grave es dejar que las
crisis se cronifiquen.
Siendo tan alto el porcentaje de personas que, como testigos o protagonistas,
ha pasado por este trance, deberíamos estar más que familiarizados con los
síntomas. Pero no es así, según el catedrático de Psicología Antonio Cano
Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el
Estrés (SEAS). El experto
describe los ataques de ansiedad como algo similar a una madeja a la que uno le
ha perdido el hilo: confusión total. "El hecho de que irrumpa sin previo
aviso ni motivo aparente dificulta más las cosas. Y como en ese ovillo, todo
acaba en enredo. La dificultad para respirar
crece, el pulso es aún más rápido y el paciente llega casi al desvanecimiento. Por
momentos, incluso cree morirse", relata Cano.
Es una sensación muy intensa pero
breve. "Crece rápidamente
-subraya Cano- y en diez minutos alcanza su máxima intensidad para después
empezar a decrecer. Son minutos de espanto y, aunque las
sensaciones son diferentes para cada persona, algunas señales son inequívocas.
Hay taquicardia, sofocos, sudoración, aumento de temperatura, hiperventilación, opresión o
malestar torácico, entumecimiento, temblores y sensación de ahogo. Otros dos
fenómenos habituales son despersonalización
(sensación de estar fuera de uno mismo) y desrealización (creencia de que lo
que ocurre no es real)". Algunos pacientes no reconocen ni siquiera su
propia calle o a alguien familiar. Todo ello conduce a la pérdida total de
control y de conocimiento, hasta el punto de pensar que la muerte es inminente.
No todos los signos concurren en un
mismo episodio, pero con que aparezcan algunos de ellos ya se puede confirmar
que estamos ante un ataque de ansiedad. Generalmente, los cuatro primeros síntomas
son palpitaciones, sensación de taquicardia, falta de aire y sudoración. El
más común es el incremento cardíaco, por eso el médico deberá valorar si está ante un infarto de miocardio. En la población infantil, en la que los casos de
ataque de pánico son muy aislados y puntuales, se presenta en forma de miedo
intenso, aceleración del ritmo cardíaco, mareo y náuseas. Y conviene prestar
especial atención a las personas mayores, pues el episodio comparte síntomas
con otras enfermedades más comunes entre ellas.
Independientemente de la edad,
"es un estado que asusta mucho tanto a quien lo sufre como a quien lo
presencia, pero la alarma lo que hace es incrementar aún más la vehemencia de
esos síntomas. La inquietud se produce, sobre todo, por la falta de
explicación. Alguien puede haber vivido ya taquicardias practicando deporte,
por ejemplo, pero si aparecen en reposo y sin ningún esfuerzo
físico, la reacción
inmediata es pensar que le está sucediendo algo grave", dice el
catedrático.
¿Por qué perdemos el control?
Un ataque de ansiedad es una de las
manifestaciones más poderosas de la naturaleza de nuestro cerebro. "Esta
reacción, que puede parecer desproporcionada e injustificada, es un anticipo
del cerebro a algo que no va a pasar. El sistema de alerta falla y la situación
se vuelve incontrolable porque el sistema nervioso autónomo se ha disparado y
ha comunicado al cerebro que esto es la guerra. Este sistema controla las
funciones involuntarias de las vísceras, como la frecuencia cardíaca, la
salivación, la sudoración y la frecuencia respiratoria", explica el
experto. Por eso uno entra en un bucle del que resulta muy difícil salir.
"Aunque el individuo intenta respirar más despacio, es incapaz de
lograrlo. Se produce una reactividad fisiológica similar al rubor: cuando uno teme ruborizarse porque sospecha que está siendo
observado, el esfuerzo por evitarlo acaba generando aún más sonrojo. La pérdida de control es la esencia del pánico, y hay que transmitir al sistema nervioso la
sensación de que el peligro no es tal. Si
no, el cerebro emocional gana a los pensamientos racionales y aunque uno sepa
que es inocuo, es difícil no asustarse".
Pero Cano insiste en que, a pesar de que impresionan, no
hay que inquietarse por estos episodios. El presidente de la SEAS hace hincapié
en su principal desencadenante, el estrés (que cuando es moderado y se sabe gestionar puede servir de
ayuda). "Aunque una crisis de ansiedad ocurra en un
momento de calma, detrás suele haber una situación de estrés prolongado durante demasiado tiempo. No
da la cara hasta que un día, inesperadamente, en la ducha o conduciendo
aparece". Y no es el único factor de riesgo. El consumo de hachís, por
ejemplo, incrementa un 14% el riesgo de ataque de pánico. Una sola calada
aumenta la reactividad fisiológica y, por tanto, hace que el individuo responda
a un estímulo con miedo intenso, sobresaltado y de forma exagerada. El tabaco,
en general, aumenta la sensibilidad a la ansiedad y también influye ser mujer,
seguramente debido a los cambios hormonales. De hecho, a menudo ellas lo sufren
un día antes de la menstruación.
Lo peor llega cuando desemboca en una
situación patológica y recurrente, haciendo que el individuo se aísle, se
bloquee y comprometa su salud física y mental. Es lo que se conoce como un trastorno de pánico, un
diagnóstico que afecta a alrededor del 1% de la población y suele estar
vinculado con otras patologías, como la agorafobia o la
depresión. En él confluyen varias circunstancias: aparece al menos una vez al
mes, crea un gran malestar clínico, es incapacitante y provoca aislamiento
social.
Los fármacos no resuelven nada
El catedrático considera crucial que,
una vez que hemos aprendido a detectar un ataque de ansiedad, seamos
conscientes de que su duración y su evolución va a depender de cuánto tardemos
en tomar el control. Su primer consejo es desviar la atención. "Lo más
acertado sería actuar con prudencia y realismo, sin permitir que se agrande. En
lugar de retroalimentar esos pensamientos de miedo, dirigirlos hacia otro asunto y
tratar de hacer algo que permita no focalizar la atención en esas sensaciones
negativas. Pensar en otra cosa, realizar alguna tarea, entablar una
conversación sobre cualquier otro tema o intercambiar
información con cualquier persona que se encuentre cerca. También ayudan las técnicas de relajación y de respiración, que enseñan a reducir la activación fisiológica y a soltar
los músculos. Lo adecuado es entrenar estas habilidades para aprender a tomar
el control cuando aparezcan señales de un nuevo ataque".
La terapia cognitivo conductual está
desplazando, cada vez más, a los fármacos usados para afrontar un ataque de
ansiedad. A pesar de que España es el segundo consumidor europeo, los
psicofármacos o tranquilizantes no resuelven el problema. No son eficaces, y menos
teniendo en cuenta que su efecto llega 20 o 30 minutos después de ser
ingeridos, ya que en media hora no queda ni rastro de la
crisis. Esto quiere decir que llegan tarde. Además, transmiten una señal de
seguridad errónea y crean adicción. Por si fuera poco, conducir bajo sus
efectos incrementa un 60% la probabilidad de accidente de tráfico y un 50% el
riesgo de caída y rotura de cadera.
Frente a las consecuencias
indeseables de los fármacos, Cano indica que con estrategias conductuales y cognitivas,
la curación es del 70% después de siete sesiones. En ellas se identifican los
patrones de pensamiento dañinos y se ofrecen diferentes pautas para aprender a
normalizar la situación. Por su envergadura, el ataque de ansiedad es un asunto
que interesa a la ciencia. Los investigadores de la Universidad de California
en Davis y de la Universidad de Wisconsin Madison han descubierto recientemente
una molécula que podría ser clave para el tratamiento y la prevención. Se
trata de la neurotrofina 3, que estimula el crecimiento de las neuronas y sus
conexiones. El hallazgo, publicado en la revista Biological Psychiatry, supone
un nuevo enfoque para los trastornos de ansiedad y depresión, así como del
abuso de sustancias. Dado su carácter debilitante, son causas de discapacidad
muy frecuentes. La neurotrofina 3 es la primera molécula que se observa en un
primate relacionada con la ansiedad, pero podría haber cientos más.
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