jueves, 6 de febrero de 2020

Mindfulness: ¿moda? ¿autococimiento? ¿o un gran negocio? (I)

ROCÍO CARMONA    |   La Vanguardia   |    11/01/2020


En los últimos años el mindfulness (o atención plena) se ha convertido en una práctica cada vez más popular. Famosos como Oprah Winfrey, empresarios como Steve Jobs, actrices como Jennifer Aniston o Angelina Jolie, y también deportistas de todas las disciplinas, como Pau Gasol, han encontrado en esta mirada hacia el interior una forma de concentrarse y de combatir el estrés y la aceleración de la vida diaria. Cada vez son más quienes dejan de correr y eligen una vida más slow .
El mindfulness , término acuñado por primera vez por Jon Kabat-Zinn y que significa «atención plena», se ha vuelto tan mainstream, tan general, que incluso ha pasado a formar parte de la publicidad, que este año lo utiliza como argumento de venta de una conocida marca de turrones. Las empresas lo usan para aumentar la productividad de sus empleados, las escuelas empiezan a aplicarlo en clase para mejorar el rendimiento académico de los alumnos; los militares, en Estados Unidos, para tratar el estrés post traumático; proliferan las aplicaciones de móvil que enseñan a practicarlo y, poco a poco, la atención plena se está convirtiendo no solo en una herramienta de autoconocimiento cuyo origen encontramos en el budismo, sino también en un gran negocio. Así lo denuncia el profesor de Management de la Universidad Estatal de San Francisco Ronald Purser en su libro McMindfulness: How Mindfulness Became the New Capitalist Spirituality (Repeater Books). ¿Podría estar convirtiéndose el mindfulness, en efecto, en la nueva espiritualidad capitalista?
 “Igual que la psicología positiva y la industria de la felicidad en general, el mindfulness ha despolitizado y privatizado el estrés”, lamenta el profesor Purser en su libro. “Si somos infelices por el hecho de estar en paro, por perder nuestro seguro de salud o por ser testigos de cómo nuestros hijos se endeudan hasta los topes pidiendo créditos para pagar la universidad, es nuestra responsabilidad por no verlo bajo el prisma del mindfulness.
Jon Kabat-Zinn asegura que “la felicidad es un trabajo interno” que tan solo requiere que atendamos al momento presente de forma plena y sin juzgarlo. Otro gran promotor de esta práctica de meditación, Richard Davidson, sostiene que “el bienestar es una habilidad” que puede ser entrenada, como los bíceps en el gimnasio.
La así llamada “revolución del mindfulness” acepta dócilmente los dictados del mercado. Guiada por un ethos terapéutico destinado a mejorar la resiliencia mental y emocional del individuo, respalda supuestos neoliberales tales como que todos somos libres de elegir nuestras reacciones, de manejar las emociones negativas y de “florecer” a través de distintas modalidades de autocuidado.
Al presentarlo de este modo, la mayoría de profesores de mindfulness no desarrollan un currículum que se enfrente con las causas del sufrimiento que residen en las estructuras de poder y los sistemas económicos de las sociedades capitalistas. Si esta versión del mindfulness tuviera un mantra este sería: yo, mí, me, conmigo”, denuncia Purser.
El periodista y divulgador Gaspar Hernández, autor de numerosos libros de psicología y espiritualidad, señala en este sentido que “como sucede a menudo, la verdad se encuentra en el matiz. Mindfulness sí, por supuesto, estoy a favor de su práctica: ha contribuido a popularizar la meditación, y a introducirla en ámbitos en los que hasta ahora parecía imposible. Por ejemplo, las grandes empresas y corporaciones. Pero −y he aquí el matiz− tiene que ir acompañado de ética, de alma. Por ejemplo: no tendría sentido practicar mindfulness en la industria armamentística, cuyo objetivo último es matar. O sea, mindfulness sí, pero con una ética detrás. La atención plena no es éticamente neutra”, asegura.
Explica Hernández que es muy común presentar el mindfulness como simple observación sin juicios. “Pero, como dice el monje zen Dokusho Villalba en su libro Atención Plena: mindfulness basado en la tradición budista (Kairós)”, aclara, “una explicación y una comprensión incorrectas de este punto son dos de los mayores peligros del mindfulness moderno. «El juicio, la evaluación, la apreciación son cualidades sanas y necesarias», escribe Dokusho Villalba. «El mismo hecho de querer evitar la rumiación de pensamientos y actitudes impregnadas de prejuicios y de sentimientos de culpa y de condena, tanto hacia uno mismo como hacia los demás, presupone ya un juicio, una valoración y una actitud moral. Es natural que enjuiciemos y califiquemos algunas actitudes como insanas y que queramos liberarnos de ellas, así como es natural que evaluemos algunas actitudes como sanas y queramos afianzarnos en ellas». Esto dice el maestro Villalba, y estoy de acuerdo con sus palabras. Lo importante es recordar lo que él dice: que la atención plena no es éticamente neutra”.
Millones de personas se benefician hoy en día del mindfulness cuando lo practican: mejor salud, menos estrés, mayor concentración, quizá incluso un poco más de empatía. Casi cada día leemos un estudio científico nuevo que reporta las numerosas ventajas de esta práctica para la salud, o cómo puede producir incluso cambios neuronales. Pero ¿podría ser que algo que aparentemente nos sana y nos libera escondiera también un lado oscuro? ¿O es la aplicación de una determinada versión del mindfulness lo que nos confunde?
 “No es el mindfulness lo que tiene un lado oscuro”, explica Daniel Ramos, editor de libros de desarrollo personal y autor de 365 semillas de conciencia para una vida plena (Luciérnaga), “sino la conciencia humana entregada al ego y al servicio de la mente inferior. El mindfulness, por sí mismo, es una herramienta neutra. Son nuestros mecanismos automáticos los que intentan convertirlo en un medio para satisfacer nuestro deseo de transcendencia, o los que tratan de utilizarlo como un anestésico para no sentir un malestar o un dolor psicológico que no queremos afrontar, etcétera. O como una herramienta de amansamiento y dominación de un tercero o de un grupo”.
Y prosigue: “El ego se apropia de la herramienta y la pone a su servicio alimentando la ilusión de que cualquier elemento externo, llámalo mindfulness en este caso, o bien pareja, dinero, un mejor trabajo, etcétera, puede llenar su vacío y su sentimiento de carencia o de inadecuación. O, del mismo modo, desde una posición de poder, el ego puede utilizar el mindfulness o cualquier otra herramienta como mecanismo de manipulación, influencia u opresión disfrazada de beneficio”.
Ramos recuerda aquí las numerosas ventajas que se derivan de su práctica y advierte de que es el nivel de conciencia desde el que se utiliza el que redunda en uno u otro resultado: “Con una consciencia baja puede uno caer en la docilidad, la complacencia, aceptar ciertos abusos, vivir en el “todo está bien” tan new age de nuestros días y abierto a malas interpretaciones. Con una rabia bien conectada y una actitud de presencia absoluta, se pueden defender ideales, se puede denunciar la injusticia, se pueden desafiar las arbitrariedades del sistema desde la firmeza, la vehemencia y la convicción, a la par que, desde la serenidad, la compasión y con ánimo constructivo. Sería algo así como lo que algunos llaman la rebeldía compasiva”, afirma.
Sergi Torres, autor de ¿Me acompañas? o de Un puente a la realidad (Urano), explica, tras reconocer que él no utiliza esta técnica, que “cualquier propuesta que esté dirigida a la introspección debe apuntar a la libertad del individuo. Si el mindfulness se enfoca hacia este cometido, es uno mismo el que elige practicarlo. Por otro lado, a una herramienta, cualquiera que sea, como por ejemplo un sacacorchos, no tiene sentido menospreciarla ni enaltecerla, porque la herramienta por sí misma no hace nada. En realidad, aquellos que demonizan el mindfulness solo están cuestionando el uso que algunas personas hacen de él. Volviendo al ejemplo del sacacorchos, éste puede ser usado de maneras muy alejadas del propósito para el que se creó. Muchas personas, con el mindfulness, solo tratan de sentirse mejor —algo muy legítimo—, confundiendo así su propósito inicial”.
Y continúa: “En nuestra sociedad del bienestar pareciera que estamos obligados a sentirnos motivados y contentos todo el tiempo. El positivismo y el “motivacionismo” se están convirtiendo, junto al ya conocido dinero, en los nuevos dioses. Estar bien se ha confundido con no sentir aquello que incomoda. Sin embargo, la paz tan deseada se alcanza conociéndose a uno mismo hasta el fondo de las entrañas, y eso incluye aprender a sentir —y no rechazar— emociones como la tristeza o la ira. Usar una herramienta de autoconocimiento para terminar rechazándome por sentir algo en concreto no tiene sentido”.
Para Torres, mindfulness “no es más que un estado mental en el que se reconoce la plenitud de la mente humana. En este sentido, tanto la atención plena, que conocemos hoy en día, como su esencia, el budismo, son solo vías de acceso a esa plenitud. Plenitud, insisto, que pasa por incluir nuestras luces y nuestras sombras”.
(Continúa, otro artículo con el mismo título…II)

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