ROCÍO CARMONA |
La Vanguardia | 11/01/2020
En los últimos años
el mindfulness (o atención plena) se ha convertido
en una práctica cada vez más popular. Famosos como Oprah Winfrey,
empresarios como Steve Jobs, actrices como Jennifer Aniston o Angelina Jolie, y
también deportistas de todas las disciplinas, como Pau Gasol, han encontrado en
esta mirada hacia el interior una forma de concentrarse y de combatir el
estrés y la aceleración de la vida diaria. Cada vez son más quienes dejan de correr y
eligen una vida más slow .
El mindfulness ,
término acuñado por primera vez por Jon Kabat-Zinn y que significa «atención
plena», se ha vuelto tan mainstream, tan general, que incluso ha
pasado a formar parte de la publicidad, que este año lo utiliza como argumento
de venta de una conocida marca de turrones. Las empresas lo usan para
aumentar la productividad de sus empleados, las
escuelas empiezan a aplicarlo en clase para mejorar el
rendimiento académico de los alumnos; los militares, en Estados
Unidos, para tratar el estrés post traumático; proliferan las aplicaciones
de móvil que enseñan a practicarlo y, poco a poco, la atención plena se está
convirtiendo no solo en una herramienta de autoconocimiento cuyo origen
encontramos en el budismo, sino también en un gran negocio. Así lo
denuncia el profesor de Management de la Universidad Estatal de San Francisco
Ronald Purser en su libro McMindfulness: How Mindfulness Became the New
Capitalist Spirituality (Repeater Books). ¿Podría estar convirtiéndose
el mindfulness, en efecto, en la nueva espiritualidad
capitalista?
“Igual que la psicología positiva y
la industria de la felicidad en general, el mindfulness ha
despolitizado y privatizado el estrés”, lamenta el profesor Purser en su
libro. “Si somos infelices por el hecho de estar en paro, por perder nuestro
seguro de salud o por ser testigos de cómo nuestros hijos se endeudan hasta los
topes pidiendo créditos para pagar la universidad, es nuestra responsabilidad
por no verlo bajo el prisma del mindfulness.
Jon Kabat-Zinn asegura
que “la felicidad es un trabajo interno” que tan solo requiere
que atendamos al momento presente de forma plena y sin juzgarlo. Otro gran
promotor de esta práctica de meditación, Richard Davidson, sostiene que “el
bienestar es una habilidad” que puede ser entrenada, como los bíceps en el
gimnasio.
La así llamada
“revolución del mindfulness” acepta dócilmente los dictados
del mercado. Guiada por un ethos terapéutico destinado a
mejorar la resiliencia mental y emocional del individuo, respalda supuestos
neoliberales tales como que todos somos libres de elegir nuestras
reacciones, de manejar las emociones
negativas y de “florecer” a través
de distintas modalidades de autocuidado.
Al presentarlo de este
modo, la mayoría de profesores de mindfulness no desarrollan
un currículum que se enfrente con las causas del sufrimiento que residen en las
estructuras de poder y los sistemas económicos de las sociedades
capitalistas. Si esta versión del mindfulness tuviera un
mantra este sería: yo, mí, me, conmigo”, denuncia Purser.
El periodista y
divulgador Gaspar Hernández, autor de numerosos libros de psicología y
espiritualidad, señala en este sentido que “como sucede a menudo, la verdad se
encuentra en el matiz. Mindfulness sí, por supuesto, estoy a
favor de su práctica: ha contribuido a popularizar la meditación, y a
introducirla en ámbitos en los que hasta ahora parecía imposible. Por ejemplo,
las grandes empresas y corporaciones. Pero −y he aquí el matiz− tiene que
ir acompañado de ética, de alma. Por ejemplo: no tendría sentido
practicar mindfulness en la industria armamentística, cuyo
objetivo último es matar. O sea, mindfulness sí, pero con una
ética detrás. La atención plena no es éticamente neutra”, asegura.
Explica Hernández que es
muy común presentar el mindfulness como simple observación sin
juicios. “Pero, como dice el monje zen Dokusho Villalba en su libro Atención
Plena: mindfulness basado en la tradición budista (Kairós)”, aclara,
“una explicación y una comprensión incorrectas de este punto son dos de los
mayores peligros del mindfulness moderno. «El juicio, la
evaluación, la apreciación son cualidades sanas y necesarias», escribe Dokusho
Villalba. «El mismo hecho de querer evitar la rumiación de pensamientos y
actitudes impregnadas de prejuicios y de sentimientos de culpa y de condena,
tanto hacia uno mismo como hacia los demás, presupone ya un juicio, una
valoración y una actitud moral. Es natural que enjuiciemos y califiquemos
algunas actitudes como insanas y que queramos liberarnos de ellas, así como es
natural que evaluemos algunas actitudes como sanas y queramos afianzarnos en
ellas». Esto dice el maestro Villalba, y estoy de acuerdo con sus palabras. Lo importante es recordar lo que él
dice: que la atención plena no es éticamente neutra”.
Millones de personas se
benefician hoy en día del mindfulness cuando lo
practican: mejor salud, menos estrés, mayor concentración, quizá incluso
un poco más de empatía. Casi cada día leemos un estudio científico nuevo que
reporta las numerosas ventajas de esta práctica para la salud, o cómo puede
producir incluso cambios neuronales. Pero ¿podría ser que algo que
aparentemente nos sana y nos libera escondiera también un lado oscuro? ¿O es la
aplicación de una determinada versión del mindfulness lo que
nos confunde?
“No es el mindfulness lo que
tiene un lado oscuro”, explica Daniel Ramos, editor de libros de desarrollo
personal y autor de 365 semillas de conciencia para una vida
plena (Luciérnaga), “sino la conciencia humana entregada al ego y al
servicio de la mente inferior. El mindfulness, por sí mismo, es una
herramienta neutra. Son nuestros mecanismos automáticos los que intentan
convertirlo en un medio para satisfacer nuestro deseo de transcendencia, o los
que tratan de utilizarlo como un anestésico para no sentir un
malestar o un dolor psicológico que no queremos afrontar, etcétera. O como
una herramienta de amansamiento y dominación de un tercero o de un grupo”.
Y prosigue: “El ego se
apropia de la herramienta y la pone a su servicio alimentando la ilusión de que
cualquier elemento externo, llámalo mindfulness en este caso,
o bien pareja, dinero, un mejor trabajo, etcétera, puede llenar su vacío y su
sentimiento de carencia o de inadecuación. O, del mismo modo, desde una
posición de poder, el ego puede utilizar el mindfulness o
cualquier otra herramienta como mecanismo de manipulación, influencia u
opresión disfrazada de beneficio”.
Ramos recuerda aquí las
numerosas ventajas que se derivan de su práctica y advierte de que es
el nivel de conciencia desde el que se utiliza el que redunda en uno u otro
resultado: “Con una consciencia baja puede uno caer en la docilidad, la
complacencia, aceptar ciertos abusos, vivir en el “todo está bien” tan new
age de nuestros días y abierto a malas interpretaciones. Con una rabia
bien conectada y una actitud de presencia absoluta, se pueden defender ideales,
se puede denunciar la injusticia, se pueden desafiar las arbitrariedades del
sistema desde la firmeza, la vehemencia y la convicción, a la par
que, desde la serenidad, la compasión y con ánimo constructivo. Sería algo
así como lo que algunos llaman la rebeldía compasiva”, afirma.
Sergi Torres, autor
de ¿Me acompañas? o de Un puente a la realidad (Urano),
explica, tras reconocer que él no utiliza esta técnica, que “cualquier
propuesta que esté dirigida a la introspección debe apuntar a la
libertad del individuo. Si el mindfulness se enfoca hacia este
cometido, es uno mismo el que elige practicarlo. Por otro lado, a una
herramienta, cualquiera que sea, como por ejemplo un sacacorchos, no tiene
sentido menospreciarla ni enaltecerla, porque la herramienta por sí misma no
hace nada. En realidad, aquellos que demonizan el mindfulness solo
están cuestionando el uso que algunas personas hacen de él. Volviendo al
ejemplo del sacacorchos, éste puede ser usado de maneras muy alejadas del
propósito para el que se creó. Muchas personas, con el mindfulness,
solo tratan de sentirse mejor —algo muy legítimo—, confundiendo así su
propósito inicial”.
Y continúa: “En nuestra
sociedad del bienestar pareciera que estamos obligados a sentirnos motivados y
contentos todo el tiempo. El positivismo y el “motivacionismo” se están
convirtiendo, junto al ya conocido dinero, en los nuevos dioses.
Estar bien se ha confundido con no sentir aquello que incomoda. Sin embargo, la
paz tan deseada se alcanza conociéndose a uno mismo hasta el fondo de las
entrañas, y eso incluye aprender a sentir —y no rechazar— emociones como la
tristeza o la ira. Usar una herramienta de autoconocimiento para terminar
rechazándome por sentir algo en concreto no tiene sentido”.
Para Torres, mindfulness “no
es más que un estado mental en el que se reconoce la plenitud de la mente humana.
En este sentido, tanto la atención plena, que conocemos hoy en día, como su
esencia, el budismo, son solo vías de acceso a esa plenitud. Plenitud,
insisto, que pasa por incluir nuestras luces y nuestras sombras”.
(Continúa, otro artículo con el mismo título…II)
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