miércoles, 13 de mayo de 2020

Aitor Francos: un poeta en el hotel del duelo


BRUNO PARDO PORTO    |    ABC    |    10/04/2020

Es poeta y psiquiatra, y estuvo destinado en el hotel medicalizado Miguel Ángel, de Madrid, hasta hace unos días. Allí no podía verle la cara a sus pacientes, pero los ayudaba desde el otro lado del teléfono. Sobre todo trataba duelos atípicos, de personas que no pudieron despedirse de sus fallecidos

Hace tiempo que Aitor Francos no es capaz de sentarse a leer un novelón, y apenas logra concentrarse para escribir. Cuando vuelve del trabajo solo quiere distraerse, evadirse un rato, llamar a casa, a Bilbao. «Tengo que llamar todos los días, hablar todos los días con mi madre. Parecía que nunca nos iba a pasar, pero ahora el miedo a la pérdida es real», afirma, severo, al otro lado del teléfono.

Aitor es poeta y psiquiatra, y hasta hace unos días estaba destinado en el hotel medicalizado Miguel Ángel de Madrid. Allí no llegaban los casos más graves por coronavirus, pero sí vidas destrozadas, mentes tratando de asimilar una situación extrema. «Lo más grave son los duelos. Personas que han perdido a hermanos, a parejas, a padres… Duelos atípicos, que van a ser patológicos porque no han podido despedirse, porque no lo han procesado», continúa.

Aitor escucha mucho, y lamenta. Lamenta no haber podido mirar a los ojos a esos pacientes, a los que tuvo que atender por teléfono en su mayoría, pues a las habitaciones solo se podía entrar por extrema necesidad. Él sabe todo lo que se pierde sin la mirada, sin el tacto, él sabe todo lo que hay más allá del verbo. «Hay que escuchar, estos pacientes tienen que volver a narrar en su cabeza lo ocurrido. Eso ayuda a que se pongan peor, y a que se angustien más, pero es necesario para que ese duelo no se encapsule, no se disocie». Al principio de la pandemia escribió estos versos: «También a la tierra del dolor / hay que darle la vuelta como a los calcetines». Y este otro: «Cuidar del dolor también es ser un buen padre».

Él no disocia, y al volver a casa le acompañan ciertas historias. Esta vuelve una y otra vez: la de una mujer infectada por coronavirus que trabajaba en un hospital, y que ha perdido a su madre, y que no puede quitarse de la cabeza la idea de que ha sido ella la que ha matado a su madre. «En esta crisis se ha quedado desatendida la psicología y la psiquiatría, que es normal, porque había que movilizar las fuerzas a otro lado. Pero ahora creo que va a haber una avalancha de personas que van a necesitar nuestra ayuda», asevera.

La realidad siempre ha sido dura, pero nunca tan extraña, mareante. «Es terrible la vivencia de irrealidad, de pensar que algo no pueda estar pasando y que esté pasando, y más terrible aún es la normalización de eso, que eso a vaya a ser una rutina, una constante», subraya. Eso le descentra, le impide sumergirse de lleno en la ficción, solo obras breves. «No sé si recuperaré la capacidad de leer a Dostoievski», dice. Tampoco es que le preocupe mucho ahora mismo. Esto es de un poema reciente: «Como un mueble entristecido por una / lluvia obsoleta que cayó aquí hace bien poco, / me siento con un libro / a vigilar la escena».

Lo ocurrido le ha cambiado sus esquemas mentales, devolviendo lo esencial a la cima. Antes que la literatura, la vida; antes que el trabajo, la familia. «Me imagino que le está pasando a otros. No es un mal cambio, pero tener que haber llegado a esto para darnos cuenta habla de cómo somos como sociedad, de lo ensimismados que estamos», remata.

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