La
adicción al consumo no está incluida en los manuales de diagnostico de
trastornos mentales
“Oniomanía” viene del griego antiguo onios —“lo que está en venta”—, y mania—“locura”—. Este término, inventado a finales del
siglo XIX, ha sido reemplazado por definiciones más intuitivas como “adicción a
las compras” o “compras compulsivas”. Pero la esencia se mantiene: falta de
control frente al consumo, un trastorno que en
su forma más grave afecta a entre el 3% y el 7% de la población, según diversos
estudios.
Ansiedad, insatisfacción, falta de autocontrol y sentido
de culpa son algunos de los rasgos distintivos de las personas que padecen este
desorden, cuyos síntomas fueron descritos por primera vez por los
psiquiatras Emil Kraepelin y Eugene Bleuler a finales de 1800. Pese a su
temprano descubrimiento, el trastorno de compra compulsiva —compulsive
buying disorder (CBD),
en inglés—, no está catalogado como tal en los manuales de diagnóstico
de desordenes mentales. Hasta los años ochenta, lo mismo ocurría con la
ludopatía.
“Es un fenómeno que se estudia poco porque se tienen que
dar muchos criterios juntos a la vez para poder hablar de compra compulsiva”,
admite Jesús de la Gándara, jefe de Psiquiatría del Hospital Universitario de
Burgos y uno de los pioneros
del análisis de este fenómeno. Explica que la comunidad científica ha llegado
a aceptarlo como un comportamiento anormal y patológico. “Se
describió como una adicción sin drogas, una
adicción a un comportamiento como puede ser el sexo, el trabajo o
Internet”, especifica, “que consiste en comprar de forma excesiva, hasta
desembocar en problemas económicos o sociales”.
El impulso por comprar es insaciable e irrefrenable; da
alegría y hace sentir bien. “Provoca excitación, tensión, placer”, enumera de la Gandara, quien
explica que los casos patológicos son pocos y muy concretos, y van vinculados a
problemas de ansiedad, trastornos de la personalidad y estrés. “En
general, todos los pacientes presentan baja autoestima y compran como forma de
evasión”, mantiene José Antonio Molina, doctor en psicología y autor del libro SOS... tengo una adicción (Pirámide). “Se sienten aburridos
e insatisfechos y se autoengañan pensando que les vendría bien salir a comprar
unos zapatos marrones, que se les subiría el ánimo”. Y así empieza el vórtice
una y otra vez.
No importa cuánto gastemos; la literatura especializada
no habla de una cifra o porcentaje concretos. Si, de manera constante y
mantenida en el tiempo, sufrimos episodios incontrolables y muy intensos
de compra que nos llevan aendeudarnos, tienen que sonar las
alarmas. “Adquirir cosas inútiles, que no empleamos, y luego arrepentirse
de la compra son las primeras señales de alerta”, dice Javier Garcés, psicólogo
experto en comportamiento del consumidor y presidente de la Asociación
de estudios psicológicos y sociales. Explica que cuando la culpa desaparece,
volvemos a caer en la trampa. Y cada vez queremos más. “No es muy
diferente al alcoholismo”, señala.
Garcés fue uno de los autores del último estudio que se
publicó acerca de este fenómeno en la UE, elaborado a través del Instituto
Europeo Interregional de Consumo. El informe, publicado hace una década,
refleja que más de un tercio de la población comunitaria tiene “problemas
de descontrol en la compra o en el gasto”, y que “un 3% llega a niveles
que suelen considerarse patológicos”. Según el psicólogo, estas cifras siguen
siendo representativas. El Hospital Universitario de Bellvitge, especializado en el
tratamiento de esta patología, alertó sin embargo en 2014 de que entre un 6% y un 7% de la
población de los países
desarrollados sufre este desorden, que sigue creciendo año tras año.
¿Un fenómeno social?
De acuerdo con el estudio promovido por
la UE, los jóvenes tienen un nivel mucho más alto de adicción a los estímulos de compra y
hasta un 8% presenta comportamientos patológicos. A diferencia de los adultos,
aceptan de mejor gana los valores consumistas y son más vulnerables frente a
“los mensajes que relacionan el dinero con la felicidad, el éxito social y el
prestigio personal”. Un espejismo de lo que podría ser el futuro: el
trastorno de compra compulsiva suele empezar a manifestarse en la adolescencia,
pero los afectados tardan unos 10 años de media en reconocer su
problema. “Normalmente, es cuando ya están quebrados”, garantiza Garcés.
Según el psicólogo, los compradores compulsivos no son
más que la punta del iceberg de un fenómeno social que nos afecta a todos: el
consumismo. Los estudios coinciden en que la mayoría de nuestras compras que
no están planificadas, sino realizadas bajo impulso. Algo común y corriente que
no tiene que despertar preocupaciones si se logra mantener el control. El
psicólogo asegura sin embargo que el auge de los centros comerciales, la
publicidad, las tarjetas y la frivolización del crédito han llevado a la
impulsividad a cobrar otra dimensión. “La ideología de la sociedad de
consumo es ‘compra y gasta para ser feliz’, y algunas persona por su naturaleza
son más vulnerables”, recalca.
Javier Rovira, profesor de marketing de ESIC, admite que la
publicidad y el marketing exacerban esta situación de consumo desenfrenado que
ya a partir de la década de los ochenta empezó a imponerse como paradigma de
vida. “Ya se cuestiona que tenemos más de lo que necesitamos, pero,
sociológicamente hablando, es inevitable y va a seguir ocurriendo”. De la
Gándara confirme que este mundo “es un hipermercado” y recuerda que la clave
del consumismo es justo la creación de un sentimiento de insatisfacción. “Los seres humanos no sabemos elegir adecuadamente y leer la
realidad”. Y es así que perdemos el control.
Cómo controlar las compras
José Antonio Molina, psicólogo experto en conductas adictivas, explica que
el primer paso para tratar un trastorno de compra compulsiva es trabajar para
que el paciente reconozca su problema. “Suele haber una negación”,
asegura. Después, independientemente de si existen patologías añadidas que
requieren curas farmacológicas, se va enseñando cómo hacer una compra
controlada. Estas son las principales recomendaciones:
- Salir con el dinero medido
- Llevar siempre una lista de lo que vamos a
comprar
- Confiar en un “tutor” —normalmente un
familiar o amigo cercano— al que habrá que entregar los tiques de todas
nuestras compras
- Aprender a demorar el impulso, por ejemplo si
se nos ha olvidado algo en la lista tendremos que esperar hasta la
siguiente salida para adquirirlo
- Evitar la exposición a estímulos —como centros
comerciales o tener a mano la tarjeta de crédito— si nos sentimos débiles
Garcés recomienda llevarse siempre una libreta donde apuntar todos los
pagos y, si no logramos dejar en casa la tarjeta de crédito, por lo menos
envolverla en un papel o meterla en un sobre encima del cual apuntaremos todas
las veces que la sacamos y cuánto nos gastamos con ella.
Molina explica que el tratamiento tiene que durar, al menos, un año. “Hay
que acostumbrarse a comprar de forma relajada y eso no se aprende de un día a
otro”, concluye.
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