MARÍA ZABAY | okdiario.es | 10/04/2022
Lo más ansiado
en esta vida es la felicidad, esa búsqueda permanente, y más en tiempos tan
convulsos como en los que estamos ahora en los que gran parte de los individuos
se encuentran perdidos, buscando el sentido de la vida o (quizá también “y”) en
busca del tiempo perdido volviendo, a lo Marcel Proust, al Combray de la niñez
con sus magdalenas, inocencias y naderías inolvidables que todo lo llenan.
Pregunta
importante: ¿Hay un secreto prodigioso que nos lleve a ella y en ella nos
quedemos?
Lamento poner
un acorde de realismo (habrá quien piense que negatividad. Les juro que no).
No, no hay. Ni hechizos ni milagros. Pero, ¿hay una ‘brújula’ para
encontrarla?, ¿tiene la felicidad un GPS que nos conduzca directos a ella?
Partiendo de que no existen recetas mágicas ni una llave portentosa que abra la
puerta del paraíso de la felicidad eterna, de esa suerte del imperio de la
plenitud, he conversado con una de las voces que pueden hablar de ello con
mayor rigor, el catedrático de psiquiatría y director del Instituto español de
investigaciones psiquiátricas de Madrid, Enrique Rojas, con veintiún libros en
su haber dedicados a encontrar ese
equilibrio y sosiego que nos acercar a ella.
En el último
de ellos, “Todo lo que tienes que saber sobre la vida”, con el que ha vendido
ya más de tres millones de ejemplares (ahí es nada), nos ofrece justamente ese
navegador con el que orientarnos en los grandes temas de la vida: el amor, la
voluntad, la felicidad, el liderazgo y los traumas. Un compendio de sabiduría
con un foco para iluminar las tinieblas. En nuestra mano estará encenderlo.
La primera de
sus afirmaciones es que “el que no sabe lo que quiere, no puede ser feliz”,
de hecho, todos estamos rodeados de ejemplos (quizá propios) de personas que
tienen múltiples opciones tanto laborales como personales y, sin embargo, no
son felices porque no son capaces de decidir dado que no saben lo que quieren.
Ese estado de zozobra que genera angustia ante la necesidad de decidir sobre lo
que no se tiene claridad es causa de insomnios, ansiedades y cambios erráticos
con sus consecuentes pérdidas afectivas por el camino.
Sin duda, el
primer paso en este difícil sendero de la felicidad es tener tan claro lo que
uno quiere como lo que no quiere.
Y esto nos
lleva inexorablemente a la necesidad de saber decir “no” para sumergirnos en lo
que de verdad tiene sentido que sea “sí”.
En esta
sociedad nuestra de la apariencia, del cuánto, el cuándo y el cómo, parece
haberse olvidado el porqué. Ese porqué que nace de tener claridad sobre los
deseos y conveniencias y que es lo que hace que tenga sentido hacer lo que
quiera que sea no se sabe cuándo ni cómo ni con cuánta intensidad o cantidad.
¿Y qué hacer
si uno duda? Analizar, sopesar y elegir, lo que quiera que sea, pero elegir.
Está en el
amor esa personalidad a la que le gustan todos y no le gusta ninguno; esa otra
que siente fobia al compromiso, pero ansía comprometerse e intenta combatir su
propio yo; la narcisista ególatra que, al quererse a sí mismo por encima de
cualquier otro ser humano, intenta vender una imagen de algo que jamás podrá
ofrecer; la de quien elige con decisión a la persona y, cuando la tiene, echa
de menos a la anterior, pero sí vuelve con la anterior, extraña a la que acaba
de dejar. Luchas, devaneos, contradicciones e imposiciones fruto de no tener
claro el destino; amarguras y desalientos que arrojan al precipicio de la
infelicidad; a una vida de deambulares transhumantes.
El segundo
paso es no tener expectativas demasiado altas. Soñar a lo grande nos empuja a
la ilusión y a luchar con denuedo, pero también a frustraciones insaciables.
Tercer paso:
perdonar. A los demás y a uno mismo. El rencor, el reproche y el resentimiento
(ya lo decía Gregorio Marañón en su «Historia de un resentimiento», a través de
la figura de Tiberio), conducen al socavón.
Habla el
doctor Rojas de la inmadurez sentimental del hombre, que no de la mujer.
Curioso dato. Puede que ustedes se estén quedando tan sorprendidos como yo.
¿De verdad son
más inmaduros los hombres que las mujeres en los asuntos del corazón, ¿por qué?.
Parece
que las
ambiciones profesionales desplazan los compromisos emotivos y, qué les voy a
decir, tiene su sentido. Si uno se compromete, sus reuniones, comidas, cenas y
estudios se ven inspeccionados por la persona amada que demanda atención y
amor. “El hombre no necesita compartir la vida” lo que ha hecho brotar un nuevo
síndrome SIMÓN se llama, tan libertador como Bolivar. “Soltero, inmaduro en lo
afectivo, materialista, obsesionado con el trabajo y narcisista”. Debajo se
enmascara otro: el pánico al compromiso con sus taquicardias y sofocos.
Moraleja: los narcisos ni para el jarrón.
La clave según
el doctor Rojas es hacer una buena elección afectiva. Esto nos lleva a la gran
cuestión: ¿cómo se elige bien en asuntos del amor donde el sentimiento anula
cualquier juicio cercano la razón?. La respuesta no está tanto en elegir con
frialdad como en saber huir a tiempo. Ya lo dijo el ateniense
Demóstenes
allá por el S. IV aC: “Cuando una batalla está perdida, sólo los que han huido
pueden combatir en otra”.
El desamor
rompe, vacía el alma; es, sin duda, uno de las decadencias más dolorosas que,
casi siempre, desembocan en esa epidemia que asola el planeta llamada ruptura.
Nos cuenta que ese adiós, antepuesto al amor que es ciego, es lúcido, por eso
define el amor como agridulce.
Las películas,
con ese arte de casi convertir en irrealidad cuanto tocan, enseñan amores
explosivos y caleidoscópicos en los que basta el amor en sí mismo como un todo
que todo lo puede, pero como nos indica el doctor Rojas, “o se trabaja, o se
desvanece”, quedándose en simples relaciones transitorias que dejan grandes
vacíos. Simas.
Tomen nota:
“siempre hay complicaciones y no hay amor sin renuncia”. Nos recuerda, sacando
humor y literatura para reforzarlo, uno de los pensamientos contenidos en El
collar de la paloma de Ibn Hazm: “Corazón que no quiera sufrir dolores, pase la
vida libre de amores”.
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