Enfermos
mentales aprenden a debatir, a relacionarse y a crear su propio arte en una
actividad en el Carmen Thyssen de Málaga.
Un corazón flota en mitad del lienzo sobre un mar
calmado. Hay neuronas suspendidas por todo el órgano vital y en medio se ve a
un hombre en una pequeña barca, empuñando una caña y dispuesto a capturar
alguna de estas células. Es El pescador de neuronas, un cuadro
pintado con pulcritud por Miguel Ángel Labrac. No es un artista reconocido ni
aspira a serlo, pero le gusta adornar cerámicas y cada vez muestra más afición
por las telas.
Miguel
Ángel es alumno de Correspondencias, una iniciativa conjunta de la
unidad de gestión clínica de Salud Mental del Hospital Regional de Málaga y el Museo Carmen Thyssen en la que han participado 10 personas con
trastorno mental grave. Durante una docena de sesiones, la pinacoteca malagueña
ha sido un espacio de reflexión y creatividad para estos pacientes, en
situación estable. La iniciativa ayuda a la rehabilitación psicosocial de la enfermedad
y el grupo vive una experiencia en un entorno normalizado, alejado del ambiente
hospitalario.
El programa incluye dinámicas para trabajar conceptos como el yo, el cuerpo o el
entorno, con análisis de varios cuadros, que se han convertido en una
herramienta terapéutica. Como colofón, cada alumno ha creado su propia obra de
arte. “En una convivencia en Torremolinos me preguntaron qué era lo que más
deseaba. Pensé que estaría bien que pudieran recuperarse las neuronas dañadas,
las que se van perdiendo”, cuenta Miguel Ángel sobre la fuente de inspiración
de su pintura.
A
su lado, Enrique Cuenca da los últimos retoques a las 12 uvas, hechas con
globos y papel maché, que imaginó al ver el cuadro La Puerta del Sol (1902),
de Enrique Martínez Cubells. Entusiasta de la novela Siddhartha,
del Nobel alemán Hermann Hesse, además de su alegoría a la tradición española
de Nochevieja ha creado un libro de cartulina nominado Siddharthe y yo, jugando
con el contenido de la actividad.
José
Antonio Cambril ha compuesto una obra “de amistad y cooperación”, un collage con
fotos de sus compañeros. Mientras pinta el fondo de verde esperanza, confiesa
su predilección por el lienzo La buenaventura, del cordobés Julio
Romero de Torres. “A la mujer morena le han dedicado muchas canciones, forma
parte de la cultura popular”, argumenta.
El
jarrón de Rosario Muñoz es de color azul, parecido al tono de uñas que luce
Esperanza Almagro. Aficionada a visitar museos, esta mujer de 50 años tuvo
claro desde el principio que su obra giraría alrededor de Amenaza de
naufragio(1894), de José Navarro Llorens, el cuadro que más le gusta del
Carmen Thyssen y al que llama La tempestad por lo que representa.
“Nadie se queda indiferente cuando lo ve”, afirma Esperanza, que ha
deconstruido la imagen y ha intercalado versos con sus sensaciones.
Menos
locuaz es Pablo Talabán, que se afana en terminar su obra dedicada “a la
esperanza y al amor libre” en la última sesión del programa. Este martes se
celebró la fiesta de despedida. Inmaculada García tenía listo su cofre. Lo
llama La caja de mis tesoros y lo ha pintado de azul y naranja
porque “significan verdad y entusiasmo”. En el interior aparece su “espacio
íntimo”, su dormitorio, y en la tapa hay escritas cualidades como bondad,
paciencia, compromiso o respeto.
Las
educadoras del museo huyen del término arteterapia, precisan que se trata de
una actividad educativa. “Su importancia está en que pueden devolver algo a la
sociedad, eso es lo que más rehabilita. No están acostumbrados a dar nada”,
explica Francisco Durán, enfermero especialista en Salud Mental e ideólogo del
programa.
Lo
que ofrece Francisco Daniel Reyes es un collage con fotos de
Málaga. “Es la diosa y bella de la felicidad”, escribe bajo las imágenes,
tomando prestada la letra de una canción de Cantores de Híspalis. Reme ha
reproducido las manos de sus compañeros con cartulina y papel de charol,
entrelazadas con hilo de lana. Ha tejido una red de amistad, ha sellado el
grupo.
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