ANGELA CARRASCOSO TOBÍAS |
La Mente es Maravillosa | 14/06/2020
¿Cuándo necesitamos las máscaras?
Los tipos de máscaras que nos acompañan
Cuando la máscara se nos queda adherida
La máscara de tipo duro, el
niño bueno, el salvador... Todos utilizamos máscaras en algún momento, pero
algunas las llevamos tanto tiempo que se quedan adheridas a nuestro ser.
Las
máscaras son instrumentos que utilizamos para intentar adaptarnos a unas
circunstancias y, así, reinventarnos para
seguir adelante. Nos permiten actuar como si fuésemos capaces de cualquier cosa
y nos protegen de lo que creemos que puede dañarnos.
Es
decir, las máscaras son mecanismos de defensa inconscientes que intentan poner
a salvo nuestro verdadero «yo» cuando puede estar en peligro. Es un engranaje
que nos permite sobrevivir; por lo tanto, llevar una máscara no es necesariamente
algo perjudicial para nosotros.
Sin
embargo, hay circunstancias en que esa máscara que adoptamos no cumple esta
función adaptativa, sino más bien todo lo contrario.
Estas máscaras enquistadas en nuestro verdadero rostro han sido ampliamente estudiadas
en psicopatología. Son conocidas como «ego» en psicología de la Gestalt o
«conservas culturales» en psicodrama.
¿Cuándo necesitamos las máscaras?
Aprendemos
a usar las máscaras desde pequeños cuando nos damos cuenta de que, en
determinadas situaciones, no podemos comportarnos como nos gustaría si queremos ser aceptados.
Así, aprendemos que debemos controlar, por ejemplo,
nuestra frustración y rabietas para
que nuestros padres nos den su aprobación. O debemos ser pacientes y simpáticos
con nuestros compañeros de la escuela para lograr también esta aceptación.
Estas
máscaras marcan los límites para relacionarnos con los otros y aprender los
diferentes roles que necesitaremos en nuestra vida. Nos permiten
el acto reflexivo en nuestros impulsos, desarrollando capacidades
superiores como la empatía.
Además,
también necesitamos usar estas máscaras o personajes internos en situaciones
concretas. Por ejemplo, podemos necesitar una máscara de fortaleza ante las
adversidades o momentos difíciles, para permitirnos más
tarde desprendernos de ella y descansar de la dura carga.
Los tipos de máscaras que nos acompañan
Aprendemos a usar máscaras desde que somos niños
hasta que morimos. Algunas de ellas nos salvan, otras nos dañan. Es curioso que
muchos de nosotros compartimos algunas de ellas. Veamos algunas de las más
conocidas:
·
El niño bueno. El niño que aprendió a portarse bien
siempre para ser aceptado, que le cuesta poner límites o dar su opinión por
miedo a no tener la aprobación. Busca el afecto a través de la dulzura y de
satisfacer al otro.
·
El guerrero. Aquella máscara que se creó en duras
batallas nos permitió salir airosos de grandes adversidades. Permite apartar el
miedo y la indecisión que podemos sentir para tomar el mando.
·
El pasota. El personaje indiferente que sigue
impasible pase lo que pase en el exterior. Es un personaje que se defiende de
las amenazas externas ocultando su sufrimiento.
·
El salvador. Necesita salvar a todas las personas
y es algo muy personal. Seguidores de los casos perdidos e inmerecidos
responsables de las desgracias ajenas.
·
El sufridor. Aprendió que en la vida todo son
desgracias y que la forma de buscar el amor de los demás y su atención es a
través del victimismo.
·
El tipo duro. Una máscara habitual de las personas
más sensibles que temen ser heridos y parecer vulnerables. Ante este temor, han
aprendido a mostrarse poco emocionales e, incluso, agresivos.
·
El eterno feliz. Las
personas que pueden tener más dificultades para aceptar emociones como la
tristeza, la rabia o la pérdida fingen que todo está bien con una amarga
sonrisa. Una huida hacia delante de sus emociones.
·
El chistoso. Son aquellos que aprenden con humor
a huir de sus emociones. Es una máscara similar a la anterior que, además,
puede creer que los demás no le aceptarán si un día deja los chistes y se
sincera.
Cuando la máscara se nos queda adherida
Todas
las máscaras anteriores tienen algo en común y es que nos permiten proteger
nuestro verdadero «yo» de posibles amenazas. A veces, llevamos tanto
tiempo puestas estas máscaras que se quedan adheridas a la piel.
Y nos preguntamos, ¿realmente soy así?, ¿esta máscara es parte de mi esencia?
Si
nos llegamos a hacer esta pregunta es que nuestra preciada máscara lleva
demasiado tiempo con nosotros. Y, posiblemente, este rol sean los vestigios de
aquel niño herido que ansía ser querido y visto por los
demás.
Las
máscaras que una vez nos protegieron ahora han dejado de funcionar y se han
convertido en una forma de desconexión con nuestras emociones, olvidándonos de
los verdaderos deseos y valores. La pérdida de la esencia y de la conexión emocional puede
llevarnos a un callejón sin salida, tratando de utilizar la misma máscara una y
otra vez, aunque la vida cambie y esa obra que viviste ya haya bajado el telón.
Puede
ser difícil desprenderse de ciertas máscaras.
Por ejemplo, si interpretamos al tipo duro podemos pensar que las personas nos
aprecian por esta faceta y nos abandonarán al ver nuestra vulnerabilidad. Sin
embargo, es un espejismo de nuestros propios pensamientos.
Acabada
nuestra función diaria, podemos llegar a casa y, al quitarnos todas las
máscaras y mirarnos al espejo, ver y conectar con nuestro auténtico «yo». Observar lo
que somos realmente, con nuestra propia luz y oscuridad, para
amarnos antes de que lo haga nadie. Solo así podremos mostrar a los demás
nuestro rostro desnudo.
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