Psiquiatria.com | ABC | 23/07/2020
RESUMEN
Vivimos un contexto en
que a veces parece que ser feliz es una obligación. Nos rodean constantes
mensajes positivos, vemos a través de la pantalla de nuestro teléfono móvil
como todo el mundo vive la vida perfecta y parece que no ser feliz es la mayor
lacra imaginada. Pero, aunque muchos intenten desterrar la tristeza, el enfado o la melancolía de su día a día,
estos sentimientos a veces «incómodos» son también necesarios para vivir de
manera «emocionalmente saludable».
«Todas
las emociones, positivas, negativas y neutras, tienen un valor
para la supervivencia del ser humano, tienen una finalidad y por eso existen», apunta Aída Rubio,
psicóloga y coordinadora del equipo de psicólogos de TherapyChat. Comenta
que muchas veces nos cuesta entender la importancia de las emociones
negativas, puesto que «la sociedad que vivimos está conceptualizada en torno a
una imagen de éxito y positividad».
¿Para qué
sirven las emociones negativas?
Aun así, las funciones de este tipo de emociones son
esenciales. El psicólogo Rafael San Román,
de la plataforma ifeel, enumera algunos de los fines que tienen estos
sentimientos: «El miedo, por ejemplo, nos indica
que hay un peligro para así tomar decisiones que nos protejan de él; la rabia nos da la
activación necesaria para defendernos de un ataque; la tristeza
promueve la introspección; la culpa nos aporta
la sensación de distinguir el
bien del mal; la vergüenza nos ayuda a no
exponernos al escarnio público; el asco es fundamental para detectar agentes
tóxicos que entran en nuestro organismo o podrían hacerlo y así evitar
enfermar».
Es importante aprender a
gestionar bien este tipo de emociones. Aída
Rubio comenta que el primer paso es prestar atención al sentimiento, no rechazarlo, para
después intentar entender de dónde nace y cómo nos es útil. «Una de las maneras
es hacer un "barrido" por nuestro cuerpo para ver qué sentimos:
¿Siento tensión en los brazos? ¿Tengo el estómago encogido? ¿Siento calor en
las mejillas?», apunta la profesional.
Aceptar o
solucionar
«Una vez localizada la causa del problema nos debemos preguntar si
la emoción está siendo la respuesta adecuada. También, debemos buscar
una vía de solución a la emoción y el problema que la causa, y esto
conlleva tomar decisiones», dice la psicóloga, y continúa: «Si verdaderamente
no puedo hacer nada para cambiar la situación que me enfada, es mejor aceptar
la incomodidad que causa y no luchar contra ella acrecentando el malestar.
Tratar de despejar la mente y dedicarnos a
actividades positivas. Si en cambio puedo hacer algo para cambiar la situación que
me provoca enfado, deberé emprender acciones que me lleven a ponerle solución
de manera asertiva».
Aunque estos pasos serían
la manera óptima de gestionar este tipo de emociones,
apunta Rafael San Román que muchas veces tendemos a la evitación cuando surgen. «Las
evitamos porque son desagradables, porque no siempre son bien entendidas y
porque hemos aprendido que no es adecuado o saludable sentirse mal», dice
el psicólogo. Por ello, explica que
esta evitación nos perjudica, ya
que es inútil pretender evadirnos siempre de nuestro malestar. «Es importante
entender que no podemos librarnos de sentirnos mal; hay que aprender a convivir
con nuestras emociones negativas de una manera más fluida y
madura», señala.
El punto de
partida
Por su parte, Aída Rubio explica que las emociones negativas son
«la punta del iceberg, pero
debajo hay otros factores que la originan, como una situación
problemática o unas malas habilidades de manejo de las emociones».
«Si no miramos de frente a la emoción es imposible que podamos ser
conscientes de todo esto y hacer los cambios necesarios en nuestra vida para
mantener un bienestar emocional», dice.
«En resumen, es
importante entender que, al igual que las emociones positivas,
las negativas son naturales, necesarias y útiles siempre que se
experimenten y expresen en su justa medida, de acuerdo a las circunstancias», recuerda Rafael San
Román.
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