ALBERT MOLINS RENTER | bARCELONA | la Vanguardia | 17/06/2020
Es un rasgo que, bien gestionado, es positivo, pero sin la atención apropiada puede llevar a la ansiedad y la depresión.
Si
siempre se ha sentido un poco bicho
raro o si siempre le han dicho que era un llorón o una
llorona y que no debía tomarse
las cosas tan a pecho, puede estar de suerte. Hay muchas
posibilidades de que sea usted lo que se conoce como una Persona Altamente Sensible (PAS), algo que “bien
comprendido, gestionado y canalizado, es un rasgo muy positivo”, asegura el
psicólogo José María Guillén Lladó.
La alta sensibilidad es
un concepto relativamente nuevo, en pleno
proceso de estudio y evolución, que afecta a entre un 15% y un 20% de la población.
Empezó a ser estudiado en 1991 por la psicóloga estadounidense Elaine Aron bajo la denominación científica de Sensibilidad
de proceso sensorial, y que dio a conocer mediante su libro El don de
la sensibilidad. “En general, consiste en personas que tienen un mayor
nivel de percepción y estimulación neurosensorial y cognitiva, por lo que
pueden tener una mayor activación ante ciertos estímulos, tanto externos como internos”, explica
Guillén Lladó.
Es
muy importante destacar que no estamos
ni ante una enfermedad
mental ni ante un trastorno, sino ante un rasgo. Se trata
de “un rasgo neutral que constituye una ventaja evolutiva en algunas cosas y
una desventaja en otras”, dice Teresa Nandín, presidenta de la Associació Catalana de Persones amb
Alta Sensibilitat (Acpas).
“Las PAS son
personas que tienen una sensibilidad más elevada en la
adaptación a su ambiente, en sentido físico, emocional y social”, dice Jordi Isidro
Molina, psicólogo de Cedipte. Lo que sí
puede suceder, si no se gestiona bien, es que –dependiendo de la personalidad
de cada persona– aparezcan “ansiedad, depresión y, en casos muy extremos,
trastornos límites de la personalidad”, asegura la psicóloga de adultos Claudia
Pradas.
Estas personas “son muy sensibles a los ruidos, a
los olores,
a las sensaciones
corporales, a los cambios de temperatura, al contacto físico y a
todo lo que les rodea y que sale de la rutina o de la normalidad. Socialmente
son muy sensibles a los cambios
de humor de los demás, pero eso las hace ser muy empáticas con
el sufrimiento y malestar de las personas que están con ellas, incluso aunque
no sean directamente amigos o familiares”, dice Isidro Molina.
Se
sabe muy poco de las causas de la alta sensibilidad. “Es un rasgo genético y
hereditario, pero hay quien asegura que está modulado por las
circunstancias vitales de la infancia y la crianza”, explica Nandín. Es
cierto que está “muy relacionado con los artistas y el proceso
creativo, pero no tiene que manifestarse sólo en el mundo artístico”,
añade. También “hay muchos estudios en curso sobre su relación con las altas capacidades y
la hipótesis es que se tocan, pero de momento no hay conclusiones”, explica la presidenta
de la Acpas. (Associació Catalana de Persones Altament Sensibles)
Judith Abad siempre se había
sentido un bicho raro e incomprendida. “Al principio crees que forma parte del
proceso de hacerte mayor y que es inmadurez,
pero al llegar a la universidad sufrí mucho estrés y ansiedad,
desarrollé miedo a hablar en público y me volví super susceptible: pensaba que
tenía a todo el mundo en contra. Pero al mismo tiempo era capaz de captar
detalles en determinadas situaciones que se le escapaban a la mayoría de la
gente”, explica Abad.
Al
final acudió a un psiquiatra que le hizo un test de personalidad y la
identificó como PAS. “Me ha costado mucho ir de fiesta o ir a lugares donde hay
mucha gente o mucho ruido, y he llegado a la conclusión que lo mejor es evitar
todo lo que me afecta”, añade Abad. Y es que “vivimos en un mundo muy cargado
de estímulos que una PAS percibe
de forma más profunda, y eso puede llegar a sobresaturar. Llega a la
sobresaturación antes. Se tienen que saber autorregular”, añade Nandín.
Por
contra, Abad dice que tiene muy desarrollada “la empatía y la capacidad
mediadora” y se considera una persona “muy intuitiva para comprender el estado
de ánimo de los demás, porque somos personas flexibles e intuitivas, con un
gran sentido de la justicia y muy perfeccionistas”.
Durante el confinamiento, Abad reconoce que “el exceso de información ha terminado por
afectarme y me ha generado ansiedad. El cambio de rutina, ser una persona muy empática
y tener mucho más tiempo para pensar me hizo entrar en bucle”, explica.
Pero, por otro lado, “también ha sido una oportunidad para conocerme mejor, y
en el fondo para las PAS, que normalmente llevamos una vida muy estresante,
esta parada y este recogimiento que ha significado el confinamiento ya nos ha
venido bien”, asegura Abad.
De
todas formas, ha buscado sus propias estrategias
de protección, que en su caso han sido “leer mucho, hacer
ejercicio físico y meditación para superar esta situación de bloqueo en la que
me econtraba”.
Este es el motivo por el que las
PAS “somos una pieza muy valiosa en profesiones que necesitan empatía; y aunque
no somos de respuesta rápida ni resolutivas, en el mundo profesional la PAS
es la que es capaz de dar la visión
de conjunto porque tiene en cuenta más variables”,
dice Nandín. Claro que estas no son siempre virtudes que encajen bien en el
medio laboral. “Trato de ser honesta y no soy nada competitiva. Te encuentras
todo lo contrario y eso te frustra”, explica Abad.
Su
gran capacidad de empatía “les lleva a sufrir por hechos de los que no son
responsables ni pueden hacer nada por ayudar a la otra persona. Además, les
lleva a evitar los
conflictos o las situaciones potencialmente conflictivas.
Desbordan sensibilidad y esto les puede hacer parecer más débiles y pueden
sufrir de abusos o acoso”, explica Jordi Isidro Molina.
Los niños también pueden ser PAS, aunque puede no ser fácil de detectar. “En los bebés es más difícil, pero a veces se puede observar una
mayor reactividad al
entorno. Se les irrita la piel, les molestan las etiquetas de
la ropa, la luz o el pañal. Cuando crecen suelen ser más inhibidos, más
profundos y te hacen preguntas que no les corresponden por la edad”, explica la
presidenta de la Acpas.
El niño que es altamente sensible
es más observador, ve si está en un lugar seguro y, en un tobogán, siempre es
el niño prudente. Es el típico crío que “se preocupa mucho por el amigo triste
o la profesora que está enferma”, añade Nandín.
Desde la Acpas recomiendan a los padres que “se informen en fuentes
rigurosas, que procuren estar en contacto con los educadores, que busque el
equilibrio entre dotar a su hijo de una buena autoestima y seguridad y el darle
valor a las cualidades que tiene”. Acompañar sin sobreproteger sería la idea
básica, además de “no
forzarlo a hacer cosas que no le gusten y que le hacen
sentir mal y que para él sean abrumadoras emocionalmente”, concluyen.
Los adultos pueden hacer
este test, que diseñó en su momento la
doctora Aron y “que tiene, hoy por hoy, un carácter orientativo, pero cuya
utilidad está fuera de toda duda”, asegura Guillén Lladó. Sólo aquellas
personas –niños o adultos– que vivan mal su condición de PAS acuden a terapia. “No todas
las terapias van dirigidas a un trastorno y, con técnicas diferentes, a las PAS
les pueden ayudar a mejorar su tolerancia
al malestar”, explica Pradas.
Vivimos en una sociedad que lo de
las emociones lo lleva fatal. “La sociedad valora muy poco las emociones. El
sistema educativo no educa en las emociones ni la inteligencia emocional”,
asegura Abad. “La dictadura de ser feliz hace que cuando aparece la tristeza,
haya gente que no lo tolere, y hay que aprender a aceptar estas emociones”,
añade Claudia Pradas.
De
todas formas y aunque Judith Abad reclama que “hay que saber dirigirse a las
PAS y no hacerlo de forma brusca”, también dice que “hay que entender como
eres, pero también hay que entender como son los demás”. Y desde las Acpas
tienen claro que “la sociedad no se tiene que adaptar a nosotros, somo
nosotros los que tenemos que vivir en sociedad”, dice Nandín.
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