ELENA SANZ | La Mente es Maravillosa | 23/03/2023
Lejos de abrirnos a otras
realidades, internet puede hacer que nos enroquemos en nuestras opiniones,
minimizando las posibilidades de formar parte de una sociedad abierta y
dispuesta a plantearse sus creencias para evolucionar.
Internet
llegó para cambiar el mundo y, de paso, a las personas. Se trata de una red que
aceleró la globalización, el acceso a la información y la comunicación social
constante. Esto tiene una serie de
ventajas, pues nos permite conocer realidades muy dispares y distantes de la
nuestra. Pero, según parece, lejos de fomentar la empatía y la
apertura a la diversidad, internet nos hace intolerantes.
Las actitudes discriminatorias siempre han existido. Los seres humanos tendemos a
señalar al diferente; se puede observar en cualquier situación y contexto
histórico. Además, solemos aferrarnos a nuestras creencias e ideologías,
incluso si estas se basan en prejuicios o dañan a otros. Y es que el
cerebro no
busca la
verdad ni la justicia, sino la comodidad de lo conocido.
No
obstante, internet posee una serie
de características que amplifican tales
tendencias.
Por esto, si no hacemos un uso consciente del mismo, caemos en el error de
polarizarnos. Te invitamos a continuar la lectura, para descubrir el motivo.
¿Por qué parece
que internet nos hace más intolerantes?
Las redes sociales y otras plataformas virtuales son excelentes
medios para visibilizar opiniones y experiencias. Cualquier persona desde su
teléfono móvil puede explicar cómo se siente, hablar de lo que vive y compartir
esa opinión con millones de internautas de todas las partes del mundo.
Sin esta herramienta, la voz de
las minorías apenas se escucharía o difícilmente nos llegaríamos a hacer
determinadas preguntas. Así, podríamos pensar que internet nos enriquece y
amplía nuestras miras, pero la realidad no es tan idílica.
Los delitos de odio en redes sociales crecen cada año y el 34 % de los jóvenes afirma haber sufrido maltrato en internet. Todo esto se debe a que el mundo cibernético difiere del real en muchos aspectos; además, tiene sus propias reglas y condiciones que no siempre son beneficiosas.
Mientras en la vida real hay normas que de alguna
manera limitan los abusos, en internet estos comportamientos son deliberados.
Nos ampara el
anonimato
En la vida real hay un cierto control social que nos impide ser
abusivos, maleducados, egoístas o discriminatorios; nuestros actos quedan de
alguna manera ligados a nuestro nombre. Si nos comportamos de manera
inadecuada, los demás responderán expulsándonos del lugar o señalando la mala
conducta. Este rechazo al que nos exponemos nos lleva a cumplir las normas de
convivencia y moderar las acciones.
Sin
embargo, en internet esto no ocurre. Al situarnos detrás de la pantalla, podemos verter opiniones de
odio amparados en el anonimato, evadiendo sus consecuencias. De hecho, podríamos ser
reforzados al recibir la aprobación de quienes piensan igual; personas que,
quizás, en el día a día no nos cruzaríamos o no
se atreverían a
validarnos. De este modo, en la virtualidad, es posible que la intolerancia
conduzca a la fama.
El algoritmo
confirma nuestra opinión
Como
decíamos, todos queremos constantemente reafirmarnos en nuestras opiniones;
para ello, buscamos informaciones que las respalden y obviamos aquellas que las
contradicen. Este fenómeno, conocido como sesgo de confirmación, se magnifica en internet por el
propio funcionamiento de los algoritmos.
Redes
sociales, aplicaciones y otras plataformas
están configuradas para comprender qué nos gusta, qué buscamos y cómo pensamos
y mostrarnos más y más de ello. Así, con cada interacción
se acrecienta ese circuito de retroalimentación y más nos alejamos de opiniones
y realidades diversas. Finalmente, el contenido que consumimos es una
reproducción incesante de lo que ya pensamos y únicamente nos sirve para
polarizarnos más.
Nuestro mundo,
nuestras normas
Por
último, internet nos hace intolerantes porque nos acostumbra a un mundo que se
rige según nuestras directrices. Cuando estamos en línea podemos acceder a todo
tipo de contenido en instantes y desde cualquier lugar. Vemos lo que queremos
cuando queremos y deslizamos o cerramos pantalla ante lo que no nos gusta. Todo se da según nuestras preferencias y
apetencias y terminamos por acostumbrarnos a esto.
El resultado es que, al enfrentarnos a la vida real, las relaciones, trabajos y grupos con los que nos encontramos nos decepcionan porque, a diferencia de internet, no se adaptan a lo que queremos o necesitamos. Sin darnos cuenta, hemos perdido la capacidad para negociar, convivir y cooperar con quienes tenemos diferencias.
El anonimato detrás de
una pantalla legitima actitudes que cara a cara jamás pondríamos en práctica.
Internet nos hace
intolerantes si no tenemos una actitud abierta
Todo lo anterior sucede cuando
actuamos por inercia y nos dejamos llevar por estos mecanismos psicológicos que
operan en todos de forma automática.
No
obstante, internet puede ser una excelente herramienta si sabemos usarla; de
hecho, fomenta una apertura de mente. Pero para ello, hemos de estar dispuestos a salir de una
burbuja, esa que construyen la mente y el algoritmo, y
aventurarnos hacia lo incómodo y desconocido.
Consumir contenido variado, aquel que desafía nuestras creencias, y acercarnos a él con curiosidad, puede ser muy beneficioso para enriquecernos y hacernos más empáticos y tolerantes. Además, debemos recordar que el anonimato virtual legitima actitudes que en el mundo físico jamás pondríamos en práctica. Hacer un uso respetuoso, consciente y humano de las redes es el camino para que estas nos engrandezcan.
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