PATRICIA RAMÍREZ | Abc.es (El lunes empiezo – Blog) |
02/05/2021
Una entendería que las matemáticas, la historia o la
sintaxis sean temas que tengamos que aprender, no nacemos con los conocimientos
de estas materias. Lo que suena raro es que tengamos que aprender a disfrutar de la vida.
Pareciera que esta capacidad para sentir placer hacia la vida tuviera que estar
en nuestra propia naturaleza. E igual lo está o, mejor dicho, lo estaba. Como
lo estaban otra serie de capacidades saludables para nuestro cuerpo y mente que
nos hemos encargado de maleducar. Porque a lo largo de nuestra vida la
educación en algunos valores nos aleja del placer, del bienestar, dirigiéndonos
a la exigencia y
a la presión, y
capando esas habilidades innatas de tal manera que nos lleva a perder la
capacidad de estar a una sola cosa o de perder la capacidad de disfrutar.
Sí, nuestra biología salvaje es más sabia que aquella
biología que vamos educando, canalizando, a la que presionamos, reconducimos,
acotamos. Nacemos con la capacidad de fluir, de diferenciar la sensación de
hambre de la de saciedad, tenemos la capacidad de estar atentos a una sola
cosa, reconocemos de pequeños cuándo nuestro cuerpo emite señales de estar
cansados. Pero nuestro ritmo
de vida, las exigencias,
las obsesiones o
la competitividad,
terminamos engañando y reconfigurando a nuestro cerebro para que no sepa
disfrutar, ni fluir, para que tenga una mente multitarea o para que
coma cuando no tiene hambre o que sufra sin comer cuando sí la tiene. Y lo
mismo ocurre con nuestra capacidad de disfrute.
Valores como la culpa, las comparaciones, el materialismo, la exigencia o el perfeccionismo bloquean
nuestra capacidad de degustar, olfatear, disfrutar, apreciar, agradecer,
prestar atención o aceptar. Nos hemos reconvertido en seres infelices,
apresurados, ansiosos, quejicas, malhumorados. Paseamos por la vida sin vivir.
Y cuando la vida nos regala pequeños momentos de placer durante el día casi nos
entra la culpa por disfrutarlos.
Me declaro una “disfrutona” empedernida. Es una pena
que el diccionario no recoja el término disfrutón o disfrutona. Pero se
entiende que una persona disfrutona es aquella que tiene como filosofía de vida el disfrute de los
momentos que la vida le regala. Una persona que hace por
prestar atención a la belleza de la vida y que agradece lo que tiene alrededor.
Ojo, no es hedonismo. El
hedonismo, concepto filosófico, entiende como único propósito en la vida la
búsqueda de placer. Así a priori no parezca un mal planteamiento de vida. Pero
no es real, porque el hedonismo huye del dolor y del sufrimiento. Y el dolor y el sufrimiento, así como otras
emociones que nos hacen sentir incómodos, forman parte de la vida como lo forma
el disfrute.
Para mí, la diferencia entre ser disfrutona y ser hedonista es
que los disfrutones aceptamos la vida con sus emociones, dejamos que la vida
fluya, no nos enredamos con la tragedia o el drama y sobre todo nos focalizamos
en valorar qué ocurre bonito a nuestro alrededor a pesar de los malos momentos
con los que sí o sí nos tocará lidiar y convivir en nuestras vidas. No buscamos
intencionadamente el placer como bien supremo, y tampoco evitamos nada.
Realmente, la idea de buscar suele alejar
de ti lo que buscas. La vida hay que dejarla estar, dejarla
reposar. Los disfrutones simplemente tratamos de poner los sentidos para
empaparnos de aquello que la vida nos regala a diario. Se trata más que de una
búsqueda, de un saber estar consciente y orientado hacia el disfrute.
Los momentos de pandemia, con sus noticias diarias sobre
enfermedad, muerte y destrucción de todo, de empelo, de relaciones, de
proyectos, de sueños, tampoco han ayudado mucho a focalizarnos en lo bueno. Porque
llevamos más de un año focalizándonos en ser responsables, en estar pendientes
de las olas, de las restricciones, en controlar nuestros impulsos naturales
fruto de nuestra antigua normalidad. Hemos puesto freno hasta a la fantasía. Hemos dejado de fantasear
con una escapada, con unas vacaciones, con abrazar a los nuestros, con celebrar
una barbacoa con los amigos. Y la atención no da para más. Estamos demasiado
entrenados en este momento en contenernos, en no venirnos muy arriba porque
cuando lo hacemos el virus nos manda otra vez al subsuelo.
Si deseas enamorarte un poco más de la vida a pesar de
la dureza con la que a veces nos golpea, puedes seguir estos consejos.
1.Aprende a disfrutar de los detalles
No disfrutamos del
presente porque muchos de los detalles que ocurren a nuestro alrededor forman
parte de nuestros “normales”. Es normal tener agua caliente, es normal tener
fruta fresca, es normal tener amigos con los que reír y desahogarte, etc.
Cuando algo pasa a ser normal, pierde valor. Dejamos de ser agradecidos con ese
momento y con ello, de disfrutarlo. Presta atención a lo que te rodea, agradece
lo que tienes, sé consciente del nivel de bienestar del que gozas. Y deja de
mirar tanto lo que te falta y lo que no funciona.
2. Prioriza tu intención para estar aquí y ahora
Habrá momentos en los que
pienses, “si, si, luego le presto atención, luego lo disfruto, es que ahora me
urge esto otro”. Si siempre te que te gane la prisa, lo urgente, si disfrutar de
la vida no forma parte de tu filosofía y dejas a tus prioridades para el final,
nunca llegarán a ser una realidad. Disfrutar es un propósito que puedes empezar
a practicar en cada acción del día a día, por pequeñita que sea. No temas, no
va a enlentecer tu vida. Solo la va a enriquecer.
3. Lleva un diario disfrutón
Apunta en un diario el
jugo que le vas sacando a la vida. No necesitas que pasen grandes
acontecimientos para volver a disfrutar. Necesitas volver a dirigir tu mirada a
los pequeños momentos bonitos contigo, en tu trabajo, con la familia, con los
amigos. Sí, seguimos teniendo muchas coas de las que quejarnos, pero hacerlo no
las va a solucionar. Estas quejas nuestras necesitan más tiempo que soluciones.
4. Aparta de tu día a día las conversaciones negativas
Haberlas “haylas”, y
muchas. Cuando no es tu frutero, es la vecina, cuando no un compañero de
trabajo, o tu mare, o tú mismo Siempre hay alguien durante el día que es el
redactor frustrado del Caso. Para los que son de mi quinta se acordarán del
Caso. Un periódico muy antiguo que solo hablaba de desgracias, asesinatos,
atentados, muertes…vamos la alegría de la huerta. Para este tipo de
conversaciones. O puedes darle un giro preguntando a la persona sobre otro tema
o puedes directamente decir que no te apetece hablar de lo que resta.
5. Cambia el chip
Empieza a interiorizar
que el disfrute de la vida, de tus momentos, de las risas, te los mereces Por
el hecho de ser persona, te los mereces. La vida no es un lugar en el que
tengas que pasar sin pena ni gloria. Es un lugar, en el que puedes trabajar
para vivir una vida que dsifrutes más, con la que te sientas comprometida y
plena.
6. A caballo regalado no le mires el diente
Es un regalo, ¿le vas a
mirar el diente? Cuando lleguen cosas bonitas a tu vida piensa que te las
mereces, que la vida también es placer. Tranquilo, ya vendrán piedras. Pero
ahora que tienes un buen momento, aprovéchalo. Anticípate y planifica tu
placer. Igual que nos hacemos responsables de nuestras obligaciones, también lo
podemos hacer con las emociones positivas. ¿A qué le puedes sacar hoy jugo? A
un café, a una conversación, a hacer la compra de forma tranquila…
7. Verbaliza lo que sientes para que se “te quede dentro”
Para disfrutar de esos
momentos basta con verbalizar en la dirección correcta “qué bien estoy”, “qué
tranquilidad, cómo me gusta leer un libro un domingo por la mañana”.
Tener el disfrute como
filosofía de vida no te regala una vida bonita todos los días. Esto sería naif.
Pero sí permite orientarte y encontrar lo que otras personas dejan pasar de
largo.
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