Patricia Elmeaudy | Infobae
| 17/05/2020
Esta pandemia, con cuarentena indefinida incluida, tiene mucho
dicho y escrito sobre los adultos y más aún sobre los adultos mayores. Los
riesgos, la letalidad del Covid-19 para ellos, e incluso un enorme debate sobre
si corresponde ser coercitivo con las medidas de aislamiento, o si se debe
apostar en todo caso a la conducta asertiva. Todo ello para cuidarlos de la
enfermedad por coronavirus Covid-19, pero sin descuidar su salud mental y
respetando sus derechos.
Entre tanta preocupación “adulta por los adultos” recordé
que desde tiempos remotos la infancia y la adolescencia fueron
invisibles para la sociedad. Es más: durante la mayor parte de la historia
del mundo no fueron tenidos en cuenta, o aún peor fueron sometidos y/o abusados
por la sociedad de la época. Es hora entonces de priorizarlos o al menos
proponernos tenerlos en cuenta.
Como dice Joan Manuel Serrat en uno de sus maravillosos poemas,
“uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto”. Quizás por eso que yo no
puedo dejar de pensar como pediatra...
Todos tenemos miedo, estamos más o menos asustados, o al menos
inquietos con esta realidad tan incierta.
Qué difícil debe ser para los más pequeños no poder correr,
saltar, tirarse del tobogán, caminar “sin ton ni son” y ensuciarse en el
parque, el arenero o la plaza del barrio. Porque
esa es su manera de conocerse y conocer el mundo, el que van construyendo junto
a los adultos. Ni que hablar los que empezaban su etapa de socialización, de
juego compartido, de pequeña rutina y normas de convivencia con sus pares.
¡Y qué decir de los adolescentes! Esa etapa tan compleja de la
vida en la que necesitamos tanto de nuestros amigos, de ese otro espejo que nos
va construyendo y modelando más allá de nuestros padres. Justamente esa enorme necesidad de ser un otro distinto de mi
mamá y mi papá. Tan difícil y tan necesario para su independencia, autonomía y
desarrollo de una vida adulta saludable. Entender en esta etapa de rebeldía y
“ebullición” que tengo que quedarme en casa con mis padres 24/7 es pedirles un
acto de solidaridad y responsabilidad social gigantesco.
A esta altura pensarán: ¿y qué otra posibilidad hay? ¡Los estamos
y nos estamos cuidando! Es verdad, pero se me ocurre que tal vez agradecerles
por su compromiso para que todos estemos bien, mostrarles nuestra preocupación
porque están “adentro”.
Incentivar, a la inversa de lo que recomendamos siempre, el
contacto con pares a través de las redes sociales, los juegos grupales online,
y las charlas con amigos por Zoom o similar.
La mayoría de los chicos tienen un celular, de ellos o de los
papás que se lo podemos prestar para que estén comunicados, por esta vez sin
quejarnos.
Y con los más chiquitos una enorme cuota de paciencia y tolerancia
a los almohadones por el suelo, a alguna pared con crayón (aunque si tiene su
cuarto es mejor que lo haga allí...) y a que corran alrededor de la mesa “todo
el día”. Es su aporte a que nos quedemos en casa. En fin, todo esto pensando en
que no nos olvidemos de ellos, que haya mucho hablado y escrito sobre cuánto
nos preocupa lo que les pasa con esta pandemia, con tanta incertidumbre y tanto
miedo rondando...
Y un capítulo aparte para aquellos niños que además cursan una
enfermedad que no es COVID-19 y les corren las generales de la ley en todo lo
dicho; para ellos y sus familias, el mayor respeto y solidaridad. Me atrevo a
decir desde todos los que somos profesionales de la salud.
Para que la infancia y la adolescencia al menos en esta
oportunidad no se vuelvan invisibles.
La autora es
médica pediatra del Hospital Garrahan (Argentina)
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