RAFAEL GUERRERO | El País
| 18/10/2019
Es muy habitual en nuestro día a día
que mencionemos u oigamos el concepto de empatía, pero ¿realmente sabemos a qué
nos referimos? La empatía es una capacidad con la que nacemos los seres humanos
y que nos permite comprender los estados emocionales y afectivos de las
personas que nos rodean. ¡Qué bueno esto de ser capaz de entender cómo se
sienten los demás! ¿Verdad? Entonces, cuanto más empáticos seamos, ¿mejor? Eso
creemos habitualmente, pero no es así. La saludable y adaptativa posición de la empatía requiere
que esté en un punto medio, es decir, ni ausencia de empatía ni excesiva
empatía. Ambos extremos llevan al sufrimiento o a la desadaptación. ¿Y por qué?
Pues porque la persona que no tiene empatía está más cerca de ser un psicópata que un ser humano y la persona
que tiene demasiada empatía no tiene la capacidad de ver de una manera más
objetiva los problemas o estados emocionales de los demás. Es por ello por lo
que cuando hablamos de empatía se hace imprescindible hablar del concepto
de diferenciación.
Si queremos sentir y entender cómo se sienten nuestros hijos pero sin que
nos invadan sus emociones debemos diferenciarnos de ellos. Por eso no es
positivo que seamos excesivamente empáticos. Necesitamos ser los
suficientemente empáticos como para entender cómo se sienten y saber qué
necesitan pero, a la vez, alejarnos lo suficiente de ellos como para poder
ayudarles desde la calma, la tranquilidad y la objetividad. Coloquialmente
decimos que la empatía es la capacidad de meternos en los zapatos del otro. Y es
así, pero yo añadiría una parte final: sabiendo que no son nuestros zapatos. De esta manera,
damos importancia a la diferenciación, tan importante como para poder ayudar de
manera sana y equilibrada a nuestros hijos. El objetivo que nos planteamos como
padres sería que nuestros hijos desarrollen la suficiente empatía como para
poder sentir lo que sienten los demás pero sin la intensidad y la realidad que
experimentan los otros (diferenciación). Son muchas las situaciones que nos
impiden ser empáticos en un momento dado, como por ejemplo, estar muy enfadado.
Además, determinadas situaciones como la sobreprotección o algunos trastornos
como la psicopatía o la esquizofrenia dificultan el que podamos ser empáticos.
Ahora se nos
presenta otro dilema difícil de resolver: ¿la empatía se hereda o se aprende?
Todos los mamíferos venimos a este mundo con la predisposición para desarrollar
esta habilidad, pero para poder ser empáticos necesitamos que nuestros padres y
entorno la estimulen lo suficiente. Por lo tanto, tenemos la predisposición a
desarrollar la empatía en nuestros hijos pero debe ser fomentada y estimulada en
la familia y en la escuela. Piensa en la siguiente pregunta: ¿sabes hablar
alemán? En caso de que no sepamos hablar alemán no será porque no tuvimos esa
predisposición u oportunidad al nacer, ya que todos venimos a este mundo con la
posibilidad de hablar cualquier idioma, aunque para ello nos lo tienen que
enseñar. Lo mismo pasa con la empatía. Es una habilidad que se puede
desarrollar y enseñar a quien tiene esa predisposición. ¿Si le enseñara
habilidades empáticas a un cocodrilo llegaría un momento en que sentiría las
emociones que yo siento? No porque no tiene esa predisposición. ¿Y cómo sabemos
que el ser humano tiene esta predisposición a ser empático? Los estudios
científicos llegan a la conclusión de que los niños de 18 meses son capaces de
recoger del suelo un objeto que se la ha caído al investigador. En cambio,
estos mismos niños, no recogen el objeto cuando el investigador lo tira a
propósito al suelo. Por lo tanto, tendemos a ayudar y entender al otro. Los
niños de 18 meses, según demuestran los estudios, son capaces de diferenciar
las intenciones del investigador y, en función de sus intenciones, obran de una
manera u otra.
Al igual que existe una determinada
zona cerebral que se encarga de interpretar lo que vemos (lóbulo occipital) o
que nos permite concentrarnos en una tarea (corteza prefrontal), ¿existe un
área cerebral donde se localiza la empatía? Los estudios llegan a la conclusión
de que la empatía se localiza en el giro supramarginal, ubicado en el cerebro superior.
Gracias a estos estudios podemos entender por qué los niños pequeños no son
capaces, generalmente, de mostrarse empáticos. Encontramos dos razones de peso:
- Se encuentran en una fase egocéntrica que no les permite atender
nada más que sus necesidades para poder sobrevivir
- El giro supramarginal no se ha desarrollado lo suficiente como para
poder centrarse en las necesidades y emociones de los demás. Por lo tanto,
hasta que el giro supramarginal no se haya desarrollado cerebralmente lo
suficiente, no podemos exigir a nuestros hijos pequeños que sean
empáticos, aunque eso no quita para que lo trabajemos con ellos aun siendo
muy pequeños.
Una vez que ya entendemos lo que es la
empatía, que se puede aprender gracias a la predisposición genética que tenemos
todos los mamíferos y que se localiza anatómicamente en el giro supramarginal,
¿qué podemos hacer las madres y los padres para fomentar la empatía en nuestros
hijos?.
Si quieres que tu hijo sea empático, lo
mejor que puedes hacer es mostrarte empático con él. Así de sencillo.
- La empatía se desarrolla en las relaciones sociales. Nadie aprende
empatía a través de un manual o una presentación PowerPoint. Se desarrolla
en contacto con los demás.
- Ser empático no consiste en dar consejos o decir lo que hay que
hacer, sino en comprender, apoyar y, simplemente, acompañar. En vez de
decirle “deberías” o “tienes que...” intenta decir “te entiendo” o “sé que
lo estás pasando mal”.
- La empatía saludable requiere un punto medio: ni ausencia de
empatía ni identificación total con sus emociones. Los niños no quieren
que nos identifiquemos al 100% con sus emociones. De esta manera, podremos
ayudarles y entenderles desde la calma.
- Juega con tus hijos a adivinar cómo se sienten los demás y qué
estados emocionales están experimentando. Es como jugar a ser detectives
de las emociones o estados de los demás.
Desgraciadamente, hoy en día estamos
cayendo en una sociedad cada vez más individualista y egoísta. Es importante
que recuperemos nuestros orígenes. Estamos predispuestos genéticamente a
entender a los demás y a ayudarlos. Si es así, ejecutemos esta posibilidad y
ayudemos a nuestros hijos a desarrollar en ellos la empatía. Será beneficioso
para ellos y para la sociedad del mañana.
*RAFAEL GUERRERO TOMÁS ES PSICÓLOGO Y DOCTOR EN EDUCACIÓN. DIRECTOR
DE DARWIN PSICÓLOGOS. AUTOR DEL LIBRO “EDUCACIÓN EMOCIONAL Y APEGO. PAUTAS PRÁCTICAS PARA GESTIONAR LAS
EMOCIONES EN CASA Y EN EL AULA” (2018) Y “CUENTOS PARA EL DESARROLLO
EMOCIONAL DESDE LA TEORÍA DEL APEGO” (2019).
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