GEMA SÁNCHEZ CUEVAS |
La Mente es Maravillosa | 22/09/2021
Escrito
por Edith Sánchez
Durante la infancia se moldea
buena parte de nuestra personalidad. De hecho, ciertas experiencias negativas
pueden condicionar miedos o actitudes en la vida adulta. Te explicamos cómo
sucede esto y algunos ejemplos.
La
infancia es en ese tiempo en el que sucede una bonita paradoja, somos capaces
de construir los cimientos más fuertes en la menor cantidad de tiempo, sin
apenas darnos cuenta. A los
cuatro años ya se ha comenzado a definir nuestra forma de ser.
De ahí en adelante lo que resta es desarrollar o frenar la inercia que hemos
cogido en nuestros primeros años.
La
infancia deja marcas que duran para siempre. Son huellas indelebles que se
reflejan principalmente en la actitud hacia nosotros mismos y hacia los demás. Sin embargo, algunas de esas
huellas son más persistentes y profundas, debido al gran impacto que causan en
la mente del niño.
“El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos
felices.” – Oscar Wilde
A continuación, te hablaremos de tres de esas marcas que interiorizamos durante nuestra infancia y ya no se borran.
La imposibilidad
de confiar desde la infancia
Cuando el niño es defraudado o traicionado reiterativamente por sus padres o cuidadores, difícilmente puede confiar en el resto de personas o, incluso, en sí mismo. Tendrá que luchar mucho contra esta tendencia a la desconfianza para lograr establecer vínculos de intimidad con otros.
Al niño se le defrauda cuando se le prometen cosas que no se pueden,
o no se quieren, cumplir. Para ellos es importante que se le entregue el
juguete que se le había prometido, si obtenía un determinado logro o llegado un
determinado momento, que se le lleve al parque cuando dijeron que lo harían, o
que le dediquen el tiempo que tanto le han prometido dedicarle.
Este
tipo de actos pueden pasar desapercibidos, o no tener importancia, para los
adultos. Pero para el niño representan
un aprendizaje acerca de lo que se puede esperar, globalmente, de las figuras
cercanas.
Si el niño observa que los padres mienten, aprenderá que la
palabra carece de valor. Le costará entonces creer en los demás y esforzarse
por hacer de su propia palabra algo confiable. Esa marca implicará que, durante
su desarrollo, tenga grandes dificultades: para estrechar los lazos con los
demás y para llegar a construir una verdadera intimidad -refugio- en el que se sienta
seguro con alguien.
El
miedo a ser abandonado
El niño que se ha sentido solo, ignorado o abandonado, comienza a creer que la soledad es un estado completamente negativo y puede optar por tomar uno de dos caminos: o se hace excesivamente dependiente de otros, buscando constantemente a alguien para que le acompañe y le proteja, o renuncia a la compañía como medida de precaución frente al sufrimiento de un potencial abandono.
Aquellos
que toman la senda de la dependencia, llegan a ser capaces de tolerar cualquier
tipo de relación con tal de no sentirse solos. Creen que son completamente incapaces de
sortear la soledad y por eso están dispuestos a pagar cualquier precio por la
compañía.
Quienes
escapan del miedo al abandono por la vía de la independencia a ultranza, se
tornan incapaces de disfrutar de la cercanía afectiva de alguien. Para ellos,
amor es sinónimo de miedo. Cuanto
más afecto sienten por otra persona, más crece su ansiedad y su deseo de
escapar. Son el tipo de personas que rompen vínculos
entrañables para dejar de sentir la angustia que les provoca una eventual
pérdida de la figura amada.
A continuación, te hablaremos de tres de esas marcas que interiorizamos durante nuestra infancia y ya no se borran.
Cuando el niño es defraudado o traicionado reiterativamente por sus padres o cuidadores, difícilmente puede confiar en el resto de personas o, incluso, en sí mismo. Tendrá que luchar mucho contra esta tendencia a la desconfianza para lograr establecer vínculos de intimidad con otros.
El niño que se ha sentido solo, ignorado o abandonado, comienza a creer que la soledad es un estado completamente negativo y puede optar por tomar uno de dos caminos: o se hace excesivamente dependiente de otros, buscando constantemente a alguien para que le acompañe y le proteja, o renuncia a la compañía como medida de precaución frente al sufrimiento de un potencial abandono.
El
miedo al rechazo
El niño que ha sido permanentemente cuestionado y descalificado por sus padres suele convertirse en un enemigo de sí mismo. De esta manera, desarrolla un diálogo interior en el que la constante son los auto-reproches y las auto-recriminaciones.
Este
niño, en su vida adulta, probablemente jamás se va a sentir conforme con lo que
haga, lo que diga o piense. Siempre va a encontrar la forma de sabotear sus
planes y le va a ser muy complicado aceptar que también tiene virtudes y
aciertos. Sentirá que no merece el afecto, ni la comprensión de nadie
y que sus expresiones de amor hacia los demás carecen de toda validez.
Por
lo general, se convierten en adultos aislados y huidizos que sienten pánico en
situaciones de contacto social. A la vez, son extremadamente dependientes de la opinión de otros. Ante la más mínima crítica de los demás,
se desvalorizan por completo, ya que no saben distinguir
una observación objetiva de un ataque personal.
Si
además de rechazado, el niño también es humillado, las consecuencias son más
graves. Las humillaciones dejan
sentimientos de ira no resueltos, que se trasforman en una
sensación de impotencia continua, y
que muchas veces dan lugar a personas tiránicas e insensibles, que también
buscan humillar a los demás.
El niño que ha sido permanentemente cuestionado y descalificado por sus padres suele convertirse en un enemigo de sí mismo. De esta manera, desarrolla un diálogo interior en el que la constante son los auto-reproches y las auto-recriminaciones.
Las marcas que dejan esas
experiencias de infancia son muy difíciles de modificar. Sin embargo, esto no
quiere decir que no se puedan matizar o decantar para convertirlas en algo más
positivo. El primer paso pasa por reconocer que están ahí y que deben ser
trabajadas para que no determinen por completo el resto de nuestras vidas.
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