PSICOLOGÍA
Y MENTE - NEUROCIENCIAS
¿Qué indicadores
neurobiológicos concuerdan con la conducta violenta?
Cada día en los medios de comunicación aparecen casos
escandalosos de crímenes, agresiones y violencia desmesurada. Hoy sabemos
que el entorno en el cual crece y evoluciona una persona y los mismos sistemas
que lo conforman condicionan directamente su desarrollo, pero, y si nos
preguntamos ¿qué sucede a nivel neurológico para que una persona desarrolle más
conductas agresivas que otra criada y educada en el mismo entorno? En este
artículo respondemos a esta pregunta.
El
hipotálamo, la testosterona y la serotonina han protagonizado durante años las
principales vías de investigación en relación a la agresión, pero a día de
hoy diferentes trabajos han mostrado cómo la estimulación ejercida sobre
la amígdala activa reacciones emocionales agresivas en el sujeto, así como
inhibición de las mismas cuando se actúa sobre la corteza prefrontal.
A
nivel ontológico, la maduración de la corteza prefrontal es posterior a la de
la amígdala, lo que conlleva a que el individuo adquiera de manera más tardía
la debidas competencias para el razonamiento abstracto, para realizar cambios
en el foco atencional o incluso para desarrollar la capacidad de inhibición de
respuestas poco apropiadas, como el control de la agresión, entre otras.
Ya
a finales de la década de 1990 se sugería que una mayor actividad en la
amígdala conllevaba a mayores conductas negativas, entre ellas también a mayor
agresividad, contrariamente una disminución en la actividad de la corteza
prefrontal ofrecía menor capacidad para ejercer control sobre las propias
emociones.
Fue
un estudio realizado por Whittle et al. (2008) en adolescentes, el que concluyó
finalmente que a mayor volumen de la corteza prefrontal menos
conductas agresivas se percibían en los chicos y contrariamente en el
caso de la amígdala, un mayor volumen respondía a ofrecer más conductas
agresivas y temerarias al mismo tiempo.
Cuando
Anthony Hopkins interpreta al personaje de Hannibal Lecter en El
silencio de los corderos, muestra un temperamento inusual para un asesino,
lejos de transmitir una personalidad impulsiva y emocional destaca por tener un perfil, calculador, frío y
extremadamente racional,
lo que escapa de la explicación que estamos ofreciendo.
Hasta
ahora hemos visto como un aumento en la actividad de la amígdala y una
disminución sobre la corteza prefrontal resulta idóneo para describir una
personalidad más impulsiva, poco reflexiva e incluso con poca capacidad en la
propia gestión emocional pero ¿cómo podemos explicar las características
típicas de Hannibal?
En
2005, Yang et al. hallaron que una disminución en la substancia blanca de
la corteza prefrontal respondía a una disminución sobre los propios recursos
cognitivos, tanto para persuadir o manipular a otras personas, como para tomar
decisiones en momentos puntuales. Mantener
intacta la sustancia blanca explicaría porqué Hannibal y otros asesinos con sus
mismas características son capaces de controlar su conducta de manera tan
magistral, de tomar decisiones adecuadas en situaciones complejas, siempre en
su propio beneficio y hasta el punto de llegar a burlar a la autoridad.
Como decíamos al principio la serotonina también tiene
un papel fundamental en este tema, en concreto, una disminución en su
actividad se relaciona directamente con la agresión y con la puesta en
marcha de conductas de riesgo. En 2004, New et al. mostraron que el tratamiento
con ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de Serotonina) aumentaban la
actividad de la corteza prefrontal, y al cabo del año se reducían
considerablemente las conductas agresivas de los individuos.
En resumen, podemos
remarcar como un aumento en la actividad serotoninérgica incrementaría la
actividad de la corteza prefrontal, lo que provocaría la inhibición de la
actividad de la amígdala y consecuentemente las conductas agresivas.
Aún
sabiendo que el cerebro no es determinante en la modulación de la agresión y de
dichas conductas por sí mismo, sí que es gracias a los avances y a los
numerosos estudios realizados que podemos explicar su mecanismo a lo que a
proceso neurológico se refiere. Guido Frank, científico y físico de la Universidad
de California destaca que la biología y comportamiento son susceptibles al
cambio y que, combinando un buen proceso de terapia y el adecuado control
individualizado, se pueden modificar los progresos de cada individuo.
En última instancia, como señala el
neurólogo Craig Ferris, de la Northeastern University de Boston en Estados
Unidos, debemos tener presente que “no
somos completamente esclavos de nuestra biología”.
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