LUCÍA CANCELA | La Voz de Galicia | 22/09/2022
La especialista, que también fue terapeuta del Fútbol Club Barcelona, asegura que no hay que reprimir los celos o la envidia, «sino conocer su porqué»
Inma Puig tiene el truco cogido a las relaciones dentro de la empresa. Para
bien y para mal. Sabe de celos entre compañeros, de empatía, de comportamiento.
Tanto del empleado, como de la propia entidad. Se licenció en Psicología
Clínica por la Universidad de Barcelona, y
desde entonces, ha ido tejiendo su perfil profesional hasta ser contratada por
los más grandes de cada ámbito. Fue la terapeuta del Fútbol Club Barcelona
entre el 2003 y el 2018, y desde el 2013 dirige el proyecto Gestión de
las Emociones en el alabado El Celler de
Can Roca, de los hermanos Roca, tres veces Estrella
Michelín.
—Tiene una amplia
experiencia tanto en clubes deportivos como en grandes multinacionales, y en
alguna ocasión ha comentado que no son tan diferentes como parecen. ¿Por qué?
Yo encuentro unas cuantas distinciones entre un restaurante y un equipo de
fútbol.
—Fíjate que lo parecen,
pero no lo son. Llevo 40 años ejerciendo como psicóloga clínica en ámbitos que
aparentemente son muy diferentes, como la consulta privada, empresas
multinacionales, firmas familiares o el mundo del deporte. El trabajo entre
ellos sí cambia, pero el mío no. Yo siempre me dedico a lo mismo, a las
personas.
—En su libro La Revolución
Emocional habla de la sostenibilidad emocional. Ahora que
estamos muy acostumbrados a ver esta palabra en muchas partes, ¿a qué se
refiere usted?
—Primero hay que
distinguir esta terminología que muchas veces confundimos. Una emoción es una
respuesta primaria automática ante un estímulo externo. La sentimos en nuestro
interior pero la manifestamos a través de nuestro cuerpo, de una forma
fisiológica. Tenemos cambios orgánicos, si te dan un susto, gritas; si tienes
vergüenza, te pones colorada y si tienes angustia, sudas. Sin embargo, no
debemos confundirlo con los sentimientos, que son una respuesta que damos a
cada emoción. De hecho, solemos interpretar la emoción teniendo en cuenta las
experiencias pasadas. Digamos que es una evaluación consciente de las
emociones. Una vez esto queda claro, las emociones sostenibles consisten en
tener en cuenta las propias, y las de los demás. Hoy en día, nos preocupa que
los recursos que utilizamos tengan un futuro en el que los agotemos. En cambio,
a nivel emocional no tenemos en cuenta si al otro le duele algo, ni si le
molesta, ni cómo va a quedar después de mantener una relación con nosotros. Eso
es lo que implica la sostenibilidad emocional, y es algo a cuidar porque de lo
contrario dejaremos un futuro más complicado.
—También está al mando de
los fogones en el proyecto Gestión de las emociones, del Celler de Can Roca,
¿cómo se trabaja la gestión de las emociones en un súper restaurante?
—En un súper
restaurante suceden las mismas cosas que en uno normal y corriente. Hay que
tener en cuenta cómo influye tu trabajo en el día a día en tus emociones, y
cómo estas afectan a los que están trabajando contigo. En el Celler, mediante
distintos grupos de trabajo (recepción, comunicación, cocina, sommeliers o
talleres) siempre decimos que cocinamos a baja temperatura los sentimientos y
destilamos las emociones. La destilación consiste en extraer lo más importante
a la esencia para recuperarlo mejorado, y cocinar a baja temperatura es una
forma de cocción en la que se tienen en cuenta las características de cada
producto. De hecho, cada uno tiene una temperatura de cocción ideal que permite
que no se pierda ninguna de sus propiedades. Esto sucede igual con las
personas. Si a una persona la tratamos en función de qué es lo que necesita
para sentirse cuidado, qué es lo que mejor le va, también habrá una mayor
sostenibilidad emocional.
—¿Cómo de importante es
que las empresas inviertan en la gestión de las emociones de sus trabajadores?
—Importa mucho, e
independientemente de que estemos colaborando con la sostenibilidad emocional
de las personas que nos rodean, también puede haber una razón más egoísta y
económica. Cuando un trabajador se siente cuidado, rinde mucho mejor. Un equipo
de personas que sienten que los respetan, pueden crecer y notar que tienen un
valor. Por ello, darán lo mejor de sí mismos como simple agradecimiento. En
cambio, cuando sienten que no respetan su vida y que no se les tienen en
cuenta, se irán protegiendo de forma inconsciente y una forma de hacerlo es no
dar todo lo que tienen dentro.
—Entonces, ¿cómo
recomienda motivar a los trabajadores?
—Hay muchas prácticas y
obviamente, depende de las características de la empresa y del trabajo. Pero
sobre todo es una cuestión de actitud. El responsable de una empresa tiene que
cuidar a sus trabajadores. Esto se vio de una forma muy clara durante la
pandemia. Aquellos empleados que se sentían valorados respondieron mucho más en
pro de la empresa que aquellos que sentían lo contrario.
—En el día a día, ¿cuál
cree que es el error más grande que se comenten con los sentimientos ajenos?
—El error más grande es
no saber qué es lo que a ti realmente te sucede, a nivel emocional, cuando el
otro te cuenta algo que le causa una emoción. Por ejemplo, en el caso de que
alguien haya sufrido una pérdida, y esté muy triste y llorando, uno ha de saber
que las emociones de la persona que lo está pasando mal conectan con las suyas
de cuando tuvo un mal momento. La respuesta más habitual es decirle que salga y
que se divierta, quitarle importancia. Pero esta respuesta va más por nosotros
que por ellos, porque estamos respondiendo ante algo que nos incomoda. Cuando
esto sucede, lo que busca la otra persona es simplemente que la escuchen, no
quiere consejos. Y el simple hecho de hacerlo, le hará sentir mejor.
—¿Y sabemos escuchar?
—No sabemos. No estamos
acostumbrados a escuchar de forma neutral para poder ayudar al otro, y al no
hacerlo, no sabemos qué es lo que nos está pidiendo. Todo lo queremos deprisa,
cuando el otro está hablando ya pensamos en qué vamos a responder sin que haya
terminado. Escuchar es un regalo maravilloso que nos hace alguien que nos
cuida. La naturaleza nos ha puesto dos oídos porque escuchar es el doble de
importante que hablar. Si quieres atender al otro, hay que escuchar el doble de
lo que se habla. Con un oído, atendemos a los que nos dice, y con el otro, a lo
que no.
—Otro de los grandes
errores que usted atribuye es resistirse a compartir los sentimientos, ¿por qué
sigue sucediendo?
—Totalmente. Es algo que
viene de antes porque a la gran mayoría se nos ha educado en que compartir
sentimientos y emociones nos hace más vulnerables, y no es así. La sensibilidad
es una fortaleza. Hemos de tener presente que el pasado fue de los fuertes,
pero el futuro es de los sensibles.
—Pero entre las
generaciones jóvenes está cambiando. Normalizan las conversaciones sobre
sentimientos o acerca de ir al psicólogo.
—Sí porque hay más
conocimiento. La persona que dice que no quiere ir al psicólogo es por
desconocimiento, porque muchas veces no se sabe hasta qué punto puede ayudar el
hecho de que alguien externo a tu vida te escuche, alguien en el que puedes
confiar y con el que puedes compartir preocupaciones, alegrías o
tristezas.
—Ahora se habla mucho de
poner límites. ¿Cuándo son útiles?
—Siempre, porque solo te
pondrá límites el que te quiera o te cuide. No hay nada más peligroso que un
niño al que nunca se le han puesto límites, porque va a entrar en caos de un momento
a otro. El poner límites es el ansiolítico más poderoso que hay. Por ejemplo,
es muy diferente cuando empiezas un trabajo y sabes todo al respecto (tareas,
posición, horario o salario), de cuando llegas sin saber lo qué esperar. El que
conozca los límites, se centrará más y lo hará mejor.
—Para despedirnos. Hemos
hablado de emociones y lo importantes que resultan en el entorno laboral. Sin
embargo, pienso en aquellas más negativas como la envidia, los celos o el
egoísmo, ¿hay que reprimirlas?
—Las hemos de entender, saber el porqué. A veces los confundimos, y por ello obtienen un trato social muy diferente. Con los celos somos más condescendientes. La envidia no se suele tener a una persona, sino a lo que posee esa persona. Y esa persona nos genera resentimiento. Es una relación entre dos individuos y ni siquiera es necesario que se conozcan. En cambio, los celos aparecen entre personas que se conocen, y como mínimo involucran a tres personas. Surgen porque hay alguien que tiene una relación con otra persona, y la aparición de un tercero lo vive como una amenaza que trata de desestabilizar esta unión. ¿El resultado? Se siente mal. Pero cuando esto le pasa a un niño pequeño, todos somos muy condescendientes y decimos: «Ay pobre, mira qué celoso está de su hermano». Eso sí, con los adultos no lo somos tanto.
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