TERRY GRAGERA |
Madrid |
HOLA | 17/01/2024
Durante la adolescencia, los hijos se separan de sus
padres y la comunicación se resiente. ¿Qué hacer para conectar con ellos y que
la relación no se convierta en una batalla? El profesor Jordi Nomen tiene las
respuestas.
La adolescencia es imprevisible y por eso
genera miedo en los que tienen que enfrentarse o convivir con ella. Pero detrás
de la ‘mala prensa’ de esta etapa hay también mucho estigma y desconocimiento.
El profesor de Filosofía Jordi Nomen acaba de publicar su libro Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (Ed. Arpa), un manual donde hace un extenso repaso por las herramientas que le han valido para construir relaciones de escucha y confianza con centenares de adolescentes. Hemos charlado con él.
Comenta en el libro que los adolescentes necesitan esa separación de los padres para crecer, pero que su familia continúa siendo su lugar seguro. ¿Cómo no distanciarse de los hijos en esta etapa cuando parece que ya no tienen interés en escuchar lo que dices?
La familia debe hacer un duelo por ese niño o niña que no volverá y
disponerse a descubrir esa adolescencia que se va desvelando. Los
adolescentes tienen que romper con la autoridad existente,
para aprender a descubrir su propia autoridad. En el manejo de
las ideas ganan seguridad en sí mismos, creando, poco a poco, sus propias
opiniones. El pensamiento se va fortaleciendo y la argumentación y el manejo de
la lengua también. No obstante, esa madurez no ha llegado todavía a la gestión
de los sentimientos y emociones. Expresar cómo se sienten es
ahora mucho más difícil que en la infancia. Debemos aconsejar a
las familias que no se tomen el distanciamiento como algo personal. El
conflicto que se genera es una puesta a punto. Deberíamos acercarnos a los
adolescentes para hablar de forma superficial sobre lo que les gusta y
compartir momentos de calidad emocional con ellos. Luego, algún día, por ese
canal de comunicación que hemos abierto, llegarán las conversaciones más
profundas, cuando ellos y ellas lo decidan.
Los
adolescentes viven en el aquí, mientras que los adultos somos capaces de ver
más allá. ¿Debemos adaptar nuestra comunicación a esa temporalidad de ellos o
es bueno que les demos una visión más de futuro de la vida?
Debemos entender que su tiempo no es nuestro tiempo. El suyo se centra en
el presente y vive focalizado en lo que se siente. Ya sabemos que bajo el
imperio de las emociones, el tiempo se alarga o se acorta (si sufrimos o
disfrutamos). Eso es lo que debemos entender los adultos, para empatizar con
ellos y ellas. No obstante, no hay que olvidar que somos referentes, que
nos observan de reojo, para ver cómo gestionamos nuestras decisiones y nuestras
emociones. Los adultos somos ejemplos, aunque
nunca lo vayan a admitir. Por lo tanto, más que hablar de ello (que también, si
lo piden), deben ver que nosotros gestionamos el tiempo pasado, presente y
futuro de forma más efectiva, analizando errores y previendo alternativas y
consecuencias.
¿Cómo
abordar cuestiones complejas en la comunicación con un adolescente cuando no
muestra interés por escuchar?
El abordaje de cuestiones complejas no las decide el adulto; lo siento.
Si forzamos la comunicación (lo que se suele llamar sermón), los adolescentes
responden con el rechazo o la pasividad (según su personalidad). Por
ello, hay que preparar el canal para que esté libre con conversaciones
informales, superficiales, sobre sus gustos y realidades próximas. Cuando
ese canal se ha creado con eficiencia, siempre que ellos y ellas quieran y lo
necesitan, se van a acercar a hablar de temas más trascendentes. Cuando lo
hagan, conviene más escuchar que hablar, repreguntar para captar lo que
explican u opinar si lo piden (sin prejuicios ni estigmas). Si realmente hay
algo que nos preocupa mucho debemos hablar poco y de forma directa,
manifestando lo que creemos en mensajes casi de titulares, para separarse y
dejar tiempo a la reflexión.
En las dificultades de comunicación con los adolescentes, ¿juegan algún papel los tiempos de atención tan cortos que suelen presentar?
Naturalmente. Por un lado, necesitan romper el cordón umbilical por
segunda vez (la primera, cuando nacieron) y gestionan la atención sólo sobre lo
que les interesa y apasiona. Aquello que incomoda o les genera malestar lo
posponen o lo eliminan. Por ello, los mensajes clave deben ser cortos y claros,
y los adultos deben concentrar su comunicación en los espacios sencillos y
superficiales que les apasionan (moda,
juegos, sus compañeros y compañeras…). Si ese canal está abierto, ellos y ellas
elegiran el momento del acercamiento reflexivo. Como generación digital, los
adolescentes están acostumbrados a tiempos cortos e intensos.
¿Qué consejos seguir para que la comunicación con el adolescente vaya por buen camino?
Recapitulando, son necesarios varios factores. En primer lugar un vínculo
basado en los límites y el amor, cara y cruz de la misma moneda. Un apego seguro en la infancia ayuda mucho a
ello luego, en la adolescencia. En segundo
lugar darles tiempo de calidad, con una atención plena, aunque lo que nos
explican nos parezca intrascendente. En tercer lugar mostrar el empeño en ser
coherentes –los adultos– entre pensamiento, palabra y acción. En cuarto lugar,
grandes dosis de paciencia y autocontrol, con objetivos concretos y
verificables. En quinto lugar, un tono de voz suave y comedido, sin perder el
control. En sexto lugar, eliminar la discusión que
enfrenta y sustituirla por el diálogo, que inquiere sobre el
contexto. En séptimo lugar, evitar prejuicios y etiquetas, ofreciendo la
oportunidad de enmendar los errores. En octavo lugar, dejar que se equivoquen y
permanecer a su lado en equidistancia entre la desprotección y la hiperprotección.
En noveno lugar, mantener altas expectativas sobre ellos y ellas, preparándose
para sus fracasos también. En décimo lugar, recordar la propia adolescencia,
presentándola con sus éxitos y sus fracasos.
¿Qué requisitos son necesarios para abordar una conversación importante en la que el adolescente no está interesado en participar?
Un diálogo bien conducido que no sea
discusión (y enseñe a dilatar la primera respuesta al problema, que suele ser
emocional) tiene unas fases:
a. Predisposición a hablar. No todos los espacios ni
tiempos son idóneos. Hay que esperar a su momento, no forzarlo.
b. La escucha atenta, sin
interrupciones ni juicios, de lo que nos cuenta.
c. Un hablar calmo y pausado, sin perder
el control, sin gritos y con un lenguaje no verbal acorde a nuestra intención
de escucha. Si quemamos las naves, no podremos volver a casa.
d. La duda ante el problema (intenciones, medios,
consecuencias y circunstancias).
e. Preguntas para aclarar y reformular lo dicho, para
asegurar el canal. “¿Eso es lo que querías decir?”,” ¿lo ves así?”…
f. Buscar las diversas alternativas de
solución que podríamos considerar en función de lo dicho.
g. El cuestionamiento ético para tener en cuenta al otro
—empatía— en la ecuación del problema, su punto de vista, para aproximar
posiciones.
h. Evaluar la respuesta una vez se haya dado. (i. Desentrañar los silencios que, a
veces, comunican más que las palabras
¿Sirve de algo advertir de los riesgos sociales (alcohol, drogas...) a los adolescentes o ‘desconectan’ ante mensajes que no quieren escuchar?
El peligro es la posibilidad de recibir un
daño y el riesgo la probabilidad de que ello ocurra. Además, los riesgos añaden
el descontrol en una situación. Los riesgos dependen de tres factores:
1. La capacidad personal de manejo de los
impulsos y los deseos.
2. El influjo de las amistades y su visión
del riesgo.
3. La dimensión de oportunidad, las
circunstancias en las que se presentan el peligro y el riesgo.
Los peligros y los riesgos se van a dar. No
podemos encerrar a los jóvenes en una campana de cristal. Debemos
ser conscientes de que van a experimentar un cierto grado de sufrimiento,
porque así es la vida para todos. Quitar los obstáculos de delante no es una
buena vía para superar esos obstáculos. Nosotros no vamos a estar siempre ahí
donde surja el riesgo. Recordad el cuento de la Bella Durmiente en el que el
padre, el rey, impone pena de muerte a quien tenga una rueca para impedir que
su hija se pinche y se hagar ealidad la maldición. Y, a pesar de ello, se
pincha. ¿No hubiera sido mejor trabajar el peligro y el riesgo? Así que
sí, hay que advertirles, pero sobre todo fortalecer
su capacidad de decisión, conocer
cómo se mueve su grupo de amigos y tratar de valorar los contextos en los que
se van a encontrar. Ello es un trabajo educativo que empieza mucho antes de la
adolescencia. En la infancia hay que enseñarles a decir no cuando convenga y
resistir la presión del grupo.
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