La escritora
May González Marqués brinda su testimonio y desmitifica algunas creencias y
prejuicios sociales en torno a esta enfermedad mental.
IVÁN HELBLING | Madrid | El País | 08/02/2016
A
May González Marqués (París, 1968), una escritora que ha vivido toda su vida en
España, le diagnosticaron un trastorno bipolar hace 14 años, cuando tenía 33.
Una serie de situaciones estresantes en su familia y con una amiga muy cercana
le desencadenó un brote que la dejó sin dormir durante dos semanas hasta que
terminó una noche de Navidad ingresada en urgencias. González Marqués sabe que
esa enfermedad arrastra un fuerte estigma social. Pese a que asegura que
"nunca" ha sufrido tal estigma, ha visto que es una cuestión muy
común en las reuniones de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales, de
la que es miembro. En su primer libro, Entre dos mundos. Más allá de
los trastornos mentales (Miret Editorial, 2012), ofrece un testimonio
que representa un ejemplo de lucha por mantener la dignidad y una saludable
calidad de vida. Se siente "una privilegiada" dentro del alrededor
del 1% de la población española que
padece problemas de salud mental grave,
incluidas 46.100 personas con trastorno bipolar, según los últimos datos del
INE.
Detrás
de la puerta espera una mujer optimista y sonriente. Se sienta en uno de los
sofás del salón de su casa, en el barrio madrileño de Sanchinarro,
y cuenta que la reacción de su familia fue fundamental para su recuperación y
no ser discriminada: “He tenido la gran ventaja de que nunca me trataron como a
una enferma sino igual que a todos”, dice agradecida. Cuando fue diagnosticada
trabajaba con su madre como secretaria. Ahora, disfruta con su marido de una
vida de ama de casa mientras en sus ratos libres escribe Margaritas amarillas,
su segundo libro, un testimonio que da consejos en primera persona sobre el
pensamiento positivo que publicará próximamente acompañado de un centenar de
alegres dibujos hechos por ella. Con él intenta ayudar a las personas que
sufren enfermedades mentales.
Cada
caso es diferente, ya que la evolución de su enfermedad depende mucho de la
experiencia de vida, su contexto familiar y personalidad de cada paciente.
Gonzalez Marqués es la única persona con trastorno bipolar que forma parte de
la junta directiva del Asociación de Familiares de Enfermos Mentales (AFAEM 5) de Feafes (acrónimo de la
organización que ahora se llama Confederación Salud Mental España). "En la
reuniones aporto una perspectiva que generalmente no tienen en la junta",
explica orgullosa.
El trastorno bipolar afecta a entre el 1 % y el
3,3 % de la población mundial y en su mayoría a jóvenes, según un estudio publicado
por el Journal of the American Medical
Association en 2011.
Sus causas son una combinación de factores genéticos, alteraciones hormonales,
estrés y el uso de drogas y fármacos. Esta disfunción es una alteración cíclica
en el estado de ánimo: los pacientes pasan rápidamente de la euforia,
denominado como estado de hipomanía o manía, a la depresión. Según el doctor
José Manuel Montes, jefe de Psiquiatría del Hospital del Sureste de Madrid, con amplia experiencia clínica en
el tratamiento de la depresión y del trastorno bipolar, "la manifestación
más frecuente de inicio de esta enfermedad son los síntomas depresivos".
Lo
normal es que el primer episodio ocurra a finales de la segunda década de vida
o a principios de la tercera, entre los 18 y los 25 años. El caso de González
Marqués, que tenía 33 años cuando se le manifestó la enfermedad, es lo que los
expertos denominan "episodio mixto", es decir, uno que combina
síntomas maníacos y depresivos. Con el tiempo ella entendió que la manía era un
recurso instintivo para escapar de una situación muy dolorosa que la desbordó.
"Cada caso es diferente, pero si hay algo en común es que cuando uno tiene
un brote es un caos total, un momento en la vida en la que todo se te va de las
manos", explica.
USUE ESPINÓS, PSICÓLOGA DE LA ASOCIACIÓN BIPOLAR DE
MADRID
El
tratamiento farmacológico es la piedra angular de la recuperación. El promedio
hasta que un paciente termine siendo diagnosticado suele ser de ocho años. El
doctor Montes asegura que, aunque el tratamiento dure años, un paciente con
trastorno bipolar estabilizado -que lleva años sin recaídas-, llega a tener una
vida normal “tal como un enfermo de diabetes”. Solo deberá tomar una simple
medicación diaria y no olvidar sus límites emocionales, así como qué personas o
situaciones cotidianas debe evitar.
Una
dificultad importante e histórica para la estabilización de los pacientes con
esta enfermedad es la estigmatización social. Usue Espinós, psicóloga que
trabaja para la Asociación Bipolar de Madrid, sostiene que “el peor estigma es el autoasumido
por el paciente al notar que es diferente del resto”. Históricamente, el cine,
la literatura y los medios de comunicación han fomentado estereotipos contra
personas que padecen enfermedades mentales. Reiteradas veces desde la cultura
se la ha asociado a personas extravagantes (la película Una mente
maravillosa, de Ron Howard), violentas (El resplandor, de Stanley Kubrick), peligrosas (El silencio de los corderos, de Jonathan Demme) y, entre otras cosas, individuos carentes de pensamiento racional (La
Naranja mecánica, novela de Anthony Burgess también llevada al cine por
Kubrick). Según un estudio de 2005 de la
Asociación Americana de Psicología, titulado El Impacto del estigma de
la enfermedad mental, estos “estereotipos, prejuicios y discriminaciones
(...) pueden privar a quienes la padecen de oportunidades para el logro de sus
objetivos vitales, especialmente aquellos que tienen que ver con su
independencia económica y personal”. Esta creencia social ignora que, según los
expertos, un porcentaje menor de los enfermos
mentales tiene conductas violentas.
“Muchas veces la sociedad prefiere culpar y responsabilizar a los más
vulnerables por las conductas indeseables [por ejemplo, los crímenes violentos]
que podría cometer cualquier persona”, razona Espinós.
En
Madrid existen Centros de Rehabilitación Laboral (CRL), que forman parte de
la Red de Atención Social a personas con enfermedad mental y forman a
los pacientes para reinsertarse laboralmente. May González Marqués, pese haber
trabajado en diversas cosas, tuvo la suerte de poder trabajar con su madre en
el momento en que sufrió su primer brote: "Tuve la suerte de poder
descansar después de mi hospitalización y comenzar a trabajar cuando consideré
que estaba lista", recuerda. Pocos tienen esa posibilidad y terminan
perdiendo sus trabajos. Por eso, lugares como los CRL en Madrid o centros
privados como la Fundación Manantial son fundamentales a la hora de planear una progresiva
reincorporación laboral.
Otro
de los problemas durante los primeros años de tratamiento es la falta de
adherencia de los pacientes con trastorno bipolar al diagnóstico farmacológico.
"A uno, de pronto, le dicen que tiene una enfermedad mental y que debe
tomar una serie de medicamentos. Es difícil de asimilar y lleva a que los
enfermos abandonen en las primeras etapas, cuando sabemos ese periodo es
fundamental para evitar las recaídas", detalla el doctor Montes. Frente a
esta situación, este médico explica que tanto él como sus colegas suelen
recomendar a sus pacientes que cuenten con “un referente familiar" para
que se garantice un mejor tratamiento y ayude a "detectar las más pequeñas
variaciones anímicas y lograr contrarrestarlas lo antes posible”. La psicoeducación,
dicen los especialistas, es clave para que los pacientes y sus familiares
entiendan la dimensión del problema y sean capaces de identificar cuáles son
las situaciones que agravan o benefician la estabilidad emocional de los
afectados.
A
González Marqués se la ve segura y muy cómoda con su condición, pese a los
momentos difíciles que ha atravesado y sobre los que prefiere no ahondar. Pese
a no sentir el estigma social ni el autoestigma reconoce que ha tenido que ser
muy cautelosa al informar sobre su condición cuando ha tenido que trabajar en
un entorno no familiar o desenvolverse en otros ámbitos sociales. Confiesa que
lo que la mantiene estable es su vocación por ayudar a los demás con sus libros
y como voluntaria en la directiva de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales. La luz del sol entra al salón decorado de
plantas e ilumina su rostro. Con una mirada seria y expresión relajada dice:
“Yo hago meditación en movimiento, que quiere decir estar activa lo más
posible. Ahí es dónde estoy mejor. Los que tenemos problemas de salud mental
debemos escaparle a la mente”.
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