CRISTINA SEN |
Blog de Luis Salinas Mateo | La Vanguardia |
22/10/2020
Pasó el confinamiento duro, la
desescalada y el verano se esfumó de la mano de la segunda ola o como cada
político o científico la denomine. Ha llegado el otoño y la sociedad se
encuentra en un escenario socioeconómico y personal como mínimo arduo y de
duración imprevisible. No es que no haya un liderazgo político,
tampoco lo hay moral o científico. Y el gran problema para una
sociedad es la falta de esperanza.
En estos momentos,
indica Francesc Torralba, director de la Càtedra Ethos (Universitat
Ramon Llull), la sociedad está en un momento de resignación. Una resignación que
conlleva “amargura, encogimiento” y que no significa
aceptación. A esta resignación, subraya el profesor, se la añade un cansancio
moral y también físico. Sobretodo en algunos colectivos como los
sanitarios, educadores o aquellas personas que más están y han estado sufriendo
esta crisis.
El Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS) daba cuenta hace pocos días de este malestar
social, con síntomas de agotamiento tal como daba cuenta este diario. Y el
estudio reflejaba el importante aumento de la preocupación de la ciudadanía al
ser preguntados por el binomio salud-economía. Imma Armadans,
directora del Máster de Mediación de Conflictos (Universitat de Barcelona),
explica que la sociedad está en baja forma y con un nivel de energía escaso.
Se configura así, explica,
un momento crítico sin que nadie esté llevando el timón, ni en
el plano político ni en el social.
Y los momentos críticos pueden convertirse en conflictivos. Con una
crisis sanitaria y económica cuya duración no se puede prever, Armadans estima
que al igual que sucedió durante la crisis del 2008, se asoma también el riesgo
de la desafección política.
Los mensajes políticos que en
estas situaciones de dificultad no conectan con la realidad generan, señala la
profesora, aún más incertidumbre y, por tanto la pérdida de esperanza. Es de
la esperanza desde donde se crea el futuro. “En contextos de dificultad
–explica Torralba- la esperanza es creer en la posibilidad de salir
adelante y por lo tanto es imprescindible”. E invita a recordar
como en situaciones mucho peores las sociedades han podido volver a emerger.
“Este aliento es el único antídoto contra
el nihilismo práctico porque la esperanza es lo que te pone en acción”,
subraya. Es entrever posibilidades, intentarlo, porque si no lleva a “la
pasividad y al cinismo”. Es en esta línea de análisis en la que Armadans indica
que la adaptación a la que está sometida la sociedad provoca estrés. Se han de
interiorizar cosas que igual no tienen sentido, sin mensajes claros. Una
situación que provoca incredulidad y que, por tanto, puede generar una
anestesia social, subraya.
El incremento de la bronca
política, el espectáculo de la batalla entre la Comunidad de Madrid y el
Gobierno, ha redundado en los últimos días en la construcción de este paisaje
al que se enfrenta la sociedad. Los líderes políticos no tienen crédito, pero
como se decía, al margen de que las críticas llueven sobre ellos, tampoco
emergen liderazgos de otro tipo. El momento es así complejo porque las
personas y las sociedades, subraya Armadans, necesitan de un sentido, no se
puede caminar mucho tiempo a oscuras sin ver el camino.
Pero pese al análisis de este
momento que sin duda es difícil y donde además de la pandemia golpea la
precariedad económica sigue ofreciendo la posibilidad de pensar en crear
una nueva vida. O por lo menos de cambiar algunas cosas,
siguiendo la invitación de Torralba. No se trata de decir, como se hizo al
principio, de que de la crisis provocada por el coronavirus “saldríamos
mejores”, pero sí de aprovechar alguna ventana.
Quedará la digitalización de
muchos procesos, explica el filósofo y
teólogo, que facilitan ganar tiempo propio (según las profesiones). Procesos que
permiten si se mantienen contaminar menos y que, en términos generales, invita
a la ponderación. Una ponderación, subraya, que debe confrontarse a la
figura del ‘homo consumens’. “Aquel que es llevado por la pulsión
de una fuerza básica que es competir: más cosas, más cargos, más prestigio…”
Una pulsión destructiva que le aleja de su identidad verdadera.
Que hayan emergido con más fuerza las voces que piden un crecimiento cero, la evidencia de que somos vulnerables e interdependientes, son algunos debates que han llegado de la mano de la pandemia, recuerda Torralba. Una cierta posibilidad de ir más allá de la visión individualista. Pero la esperanza hay que alimentarla. Ahora, indican los expertos, el sistema que tenemos es una máquina de destrucción de ilusiones. La alarma suena.
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