VALERIA SABATER | La Mente es Maravillosa | 08/11/2021
Nadie
pierde por dar amor, porque ofrecerlo con sinceridad, con pasión y delicado
afecto nos dignifica como personas. En cambio, quien no sabe recibirlo ni
cuidar ese inmenso regalo es quien pierde de verdad.
Por ello recuerda, nunca
te arrepientas de haber amado y haber perdido, porque lo peor es no saber amar.
Afortunadamente
la neurociencia va ofreciéndonos día tras día reveladoras informaciones que nos
explican por qué actuamos como actuamos en esto del amor. Lo primero que
conviene recordar es que el
cerebro humano no está preparado para la pérdida, nos supera,
nos inmoviliza y nos enclaustra durante un tiempo en el palacio del sufrimiento.
“El amor no tiene cura, pero es la cura de todos los
males” – Leonard Cohen
Estamos programados genéticamente para conectar entre nosotros y
para construir lazos emocionales con los que sentirnos seguros, con los que
edificar un proyecto. Es así como hemos sobrevivido como especie, “conectando”,
de ahí que una pérdida, una separación e incluso un simple malentendido haga
que salte al instante la señal de alarma en nuestro cerebro.
Ahora
bien, otro aspecto complejo sobre el tema de las relaciones afectivas es el
modo en el que afrontamos dicha separación, dicha ruptura. Desde un punto neurológico cabe decir que
empiezan a liberarse al instante las hormonas del estrés, conformando
en muchos casos lo que se conoce como “el corazón
roto“.
Sin embargo, desde un punto emocional y psicológico, lo que sienten muchas
personas es otro tipo de realidad.
No solo experimentan el dolor por la falta del ser amado. Sienten
una pérdida de energía, de aliento vital. Es como si todo el amor dado,
todas las esperanzas y afectos dedicados a esa persona se hubieran ido también,
dejándolos vacíos, yermos, marchitos…
Entonces… ¿cómo volver a amar de nuevo si lo único que habita en nuestro interior es el polvo de un mal recuerdo? Es necesario que afrontemos estos momentos de otro modo. Te hablamos de ello a continuación.
Dar
amor o evitar amar de nuevo
Todos
nosotros somos un delicado y caótico compendio de historias pasadas, de
emociones vividas, de amarguras soterradas y miedos camuflados. Cuando se inicia una nueva relación
nadie lo hace enviando previamente todas sus experiencias pasadas a la papelera
de reciclaje. Nadie
empieza de “0”. Todo está ahí, y el modo en que hayamos
gestionado nuestro pasado hará que vivamos un presente afectivo y emocional con
mayor madurez, con mayor plenitud.
“Es mejor haber amado y perdido
que nunca haber amado en absoluto” – Alfred Lord Tennyson
Ahora
bien, el hecho de haber vivido en piel propia una amarga traición o, sencillamente, percibir que el amor se ha apagado en el
corazón de nuestra pareja cambia mucho el modo en que vemos las cosas.
Dar amor con intensidad durante una época determinada, para después quedarnos
vacíos y enclaustrados en la habitación de los recuerdos y las ilusiones
perdidas, cambia muchas veces la arquitectura de nuestra personalidad.
No
falta quien se vuelve desconfiado, e incluso quien desarrolla poco a poco la
gélida y férrea coraza del aislamiento donde interiorizar el clásico mantra de “mejor no amar para no sufrir“. Sin embargo, es necesario
derribar una idea básica en estos procesos de lenta “autodestrucción”.
Nunca
debemos arrepentirnos de haber amado, de habernos arriesgado a un todo o nada
por esa persona. Son esos actos los que nos
dignifican, los que nos hacen ser humanos y maravillosos a la vez. Vivir es amar y amar es dar sentido a nuestras
vidas a través de todas las cosas que hacemos: nuestro trabajo,
nuestras aficiones, nuestras relaciones personales y afectivas…
Si renunciamos a amar o nos
arrepentimos por haberlo ofrecido, renunciamos también a la parte más hermosa
de nosotros mismos.
Sanar
el amor perdido
Según
un estudio llevado a cabo en la University College London, existen ciertas diferencias entre
hombres y mujeres a la hora de afrontar una ruptura afectiva. La
respuesta emocional parece ser muy distinta. Las mujeres sienten mucho más el
impacto de la separación, sin embargo es común que se repongan antes que los
hombres.
Ellos,
por su parte, suelen aparentar estar bien, se visten con la máscara de la
fortaleza refugiándose en sus ocupaciones y responsabilidades. Sin embargo, no
siempre logran superar esa ruptura o tardan años en hacerlo. ¿La razón? El sexo femenino suele disponer de mejores
habilidades para gestionar su mundo emocional. Facilitar
el desahogo, buscar apoyo y afrontar lo
ocurrido desde una perspectiva donde se halla el perdón y la actitud de pasar
página suele hacer las cosas más fáciles.
Sea
como sea, y más allá de los géneros o del motivo que haya originado esa
ruptura, quedan claras algunas cosas que es necesario inocular en nuestro corazón a modo de vacuna. Ningún
fracaso emocional debe vetarnos nuestra oportunidad de ser felices de
nuevo. Digamos “no” a ser esclavos del
pasado y eternos cautivos del sufrimiento.
Otro aspecto que es bueno recordar es que amar no es sinónimo de sufrir. No alimentemos esperanzas o alarguemos el “chicle” de una relación que de antemano tiene fecha de caducidad. Una retirada a tiempo salva corazones y un adiós valiente cierra una puerta para abrir otra, esa donde el amor se conjuga siempre con la palabra FELICIDAD.
No hay comentarios:
Publicar un comentario